Hay que ver como una pintura de fin de una época el cruce de piernas de Torra frente al TSJC. Entre las flatulencias del día antes y de las habas vernáculas, el fin político de Torra acabó con grandilocuencia, como en el final de un culebrón mexicano. Torra, el hombre, el político, no pasará a la Historia por nada concreto: será alguien que pasó, que estuvo, que apretó tanto que se le escapó la ventosidad de toda una época y de todo un independentismo.

De esta muerte civil previsible de Torra, ahora que Laura Borràs le come la tostada por los correos del zar que le llegan de Waterloo, poco podemos decir las hienas que somos aquí todos los españoles. Quizá que en los días trágicos se dedicó a apretar y que también apretó tanto que a un manifestante lo dejaron eunuco y a él volvió a escapársele el pedo, ese pedo del supremacismo menestral que le dejó en el calzón el lienzo concreto del independentismo irredento y escatológico. Quizá el que nos merecemos.

Torra nos mira desde la foto, retando a la Canon y a la Constitución mientras que sus jugos gástricos van rumiando la muerte y las judías con butifarra, y yo sé que Torra se irá, y los pájaros seguirán cantando y la peste a metano de las 'mongetes' persistirán en el rancio ecosistema catalán. Torra, más que un relator, precisa de un dietista que le aconseje sobre la moderación con las legumbres y el cerdo, que acaban afectando al hipotálamo y de ahí el Torra mitológico y prócer de la rendición de Pedralbes y el Torra batallador con los adoquines ardiendo de Barcelona y dejando a sus Mossos a los pies de la turba y los piojos.

Torra, en estas sus últimas horas, se nos vuelve fieramente humano. Se enfrentaba a un juicio por gamberrismo competencial y porquerías amarillas, y el pollo quiso vender la cosa como si lo hubiesen sentado ante Torquemada. Su tragedia es comprensible, fue el pelele teledirigido desde Waterloo y quiso ser CDR, una voluntad desmentida ya por su natural pedorro y el lumbago los días de lluvia que atacan a estos 'Honorables' que rozan la edad provecta.

Vuelvo al cruce de piernas de Torra en el TSJC, actitud desafiante y las pupilas dilatadas de unos ojos que me dicen poco o nada. La única habilidad que se le conoce a Torra fue la de hacer doblar la testuz a Narciso Sánchez. No quiso quitar los lazos, no, y esa es su máxima obra política. Merece los más altos honores de su patria y de los suyos. Le espera la gloria de los hombres preclaros de la Cataluña más cafetera.

Y un cuenco de butifarra...