Así, de entrada, la camisola nos dice mucho de nosotros mismos. Cosidos y descosidos y tirando a un rojo que es difícil de ver. La camiseta de la Selección no ha nacido como metáfora pero ahí está, con los remiendos falsos para recordarnos que el Mundial de Sudáfrica fue el último momento feliz.

La camiseta de la Selección es Frankenstein por esos campos de Dios, pero es también Joan Margarit y la cocina de Luis García Montero y los suyos regalándonse el oído y los galardones del meollo poético.

A una camiseta no se le puede pedir que hable, aunque nuestra nueva camiseta habla por cuanto calla. La camiseta es de un feo sonrojante y casi que hubiera sido motivo de debate público si no tuviésemos otras prioridades. Ahora que sabemos que Teruel existe y que el PNV es progresista, el fútbol queda muy en segundo plano, diluido en el monstruo que será Congreso y será España.

La camiseta de los zurcidos pues, será el top en las rebajas de los manteros en la Gran Vía, cuando un sueco se la compre junto a una montera y un clavel reventón en esta España de las interinidades y los podemismos.

Yo recuerdo a Albert y a Inés, a Rivera y a Arrimadas, vestidos de rojo en un junio y en Mundial en el que nos volvieron a mandar a casa. También tiro de mi fototeca y me veo con la elástica de Fernando Torres, bañándome en una fuente de una ciudad con mar.

La imagen de España, la marca España, tiene algo de Mondrian, de gol churro de Villa, de cojonada de Aragonés y de Clemente y Caminero en USA cuando Tasotti le rompió el tabique al Lucho. La camiseta nueva son las tarjetas rojas que no nos sacaron a nuestros enemigos -de Robben a Francis Drake- y las tarjetas que nos saca Bruselas. El rojo menstruación que llevaremos por los campos del mundo tiene un punto ridículo sobre el que nos sobrepondremos con un Mundial que llegará cuando la segunda DUI.

El fútbol español se va a la morería machirula y jeque, vuelve a jugar contra Malta, entierra a Quini, saca a Julio Salinas en el descuento y se infarta con Casillas. Camus decía que todo lo aprendió con el fútbol y yo todo lo aprendí con la Selección aquella de las expectativas que no pasaba de cuartos.

Enterré a mi padre y a mi mejor amigo sin un Mundial en las vitrinas y sí, ganamos el Mundial entre dos Eurocopas y conocimos a Puigdemont, pero este tiempo que canta la camisola nueva de España ya no es el nuestro.

De modo que hay que hacerle hoy la exégesis a la camiseta que, vista a la distancia, tiene algo de losetas nuevas sobre el hueco que dejó Franco en Cuelgamuros.

Sabemos que la camiseta nueva será el sudario que cubra la muerte civil de Sergio Ramos, la camiseta que guardaremos el año en el que nos cepillamos la Constitución.

A Sánchez la camiseta le queda entallada y le marca paquete abdominal, que es lo que quería.