Sí. Y en esto llegó Errejón y España entera sintió que era la salvación. O la inspiración. O, mejor, la expiación por todos los pecados cometidos. Decía mi abuela Merchán que sólo quien ha tenido hijos sabe lo que es sufrir. Pues la bendita democracia, madre de partitocracia, ya tiene uno más en la mesa del desasosiego nacional. Si no quieres cuatro tazas, un tazón: Errejón. Si es de verdad Más País, bienvenido sea.

Es muy difícil expresar lo que han hecho, nos han hecho y echado encima los líderes políticos desde el pasado 28-A. Lo que han deshecho nos condena a otras elecciones el próximo 10 de noviembre. ¿Cómo resumir en una palabra, sin ser soez ni ordinario, la impúdica, inepta y egoísta incapacidad de Pedro, Albert y Pablo al cuadrado para tejer un acuerdo con sentido de Estado?

En 1965, cuando Estados Unidos se hundía en las arenas movedizas de la guerra de Vietnam, el presidente Johnson, sucesor del asesinado Kennedy, convocó a un grupo de periodistas en su rancho de California. La prensa esperaba alguna declaración importante sobre el avispero asiático. A media mañana de aquel sábado apareció inesperadamente el presidente con su Lincoln descapotable blanco. Frenó en seco con gran polvareda ante el grupo de periodistas apostados en la puerta del rancho. Mientras la canallesca expectante se quitaba la tierra de los ojos, Johnson gritó: ¡Sube, Wicker!. Todos estaban extrañados por la selección, pues este periodista era especialmente crítico con el decurso del conflicto en Vietnam.

El conductor y acompañante hicieron unos kilométros en completo silencio. A Wicker, como luego contó, se le hicieron muy largos. Hasta que el descapotable paró en seco cerca de unos matorrales. Johnson se bajó, anduvo unos metros y sin esconderse del todo, se llevó los pantalones a los pies, defecó, se limpió con unas hojas, volvió al vehículo, dio marcha atrás y regresó al punto donde había recogido a Wicker. Entonces abrió la puerta del copiloto para que se apeara y, acto seguido, aceleró hasta perderse de nuevo entre la polvareda.

Íñigo Errejón y Pablo Iglesias en el primer pleno de investidura. Dani Pozo

“Ese día me di cuenta de que ese hijo de puta no iba a poner fin nunca a la guerra escribiera yo lo que escribiera”, contó años después Tom Wicker a Seymour M. Hersh, según recoge éste en su recomendable libro Reportero (Editorial Península). Pues esto, más o menos, es lo que han hecho y echado nuestros líderes políticos sobre los 26,5 millones de españoles que votaron el pasado 28 de abril. No han hecho nada y huele muy mal.

Aunque agua pasada no mueve molino, sí conviene insistir en el espectáculo político al que hemos asistido, porque no es baladí y puede volver a repetirse. No haber logrado una mayoría suficiente para gobernar cuando estaba al alcance con la suma limpia de los diputados del PSOE y de Ciudadanos, un no acuerdo en una situación de emergencia nacional con Cataluña e internacional por la crisis económica que se otea, no es “un pequeño y enojoso incidente”, como escribe Zweig sobre el asesinato de rey consorte de María Estuardo, urdido por la misma reina.

Ellos (sobre todo Rivera), que tanto usa y abusa de la virginal Constitución, han atentado con alevosía y premeditación contra el espíritu mismo de la máxima Ley. Sé que puede sonar a exageración, disparate o hiperbólico, pero, veamos:

-Si el artículo 2 de la Constitución afirma que “la soberanía reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”, y el pueblo habló, y el artículo 6 concreta que “los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifiestan la voluntad popular”, ¿qué legitimidad tienen nuestros líderes políticos para pedir de nuevo el voto a los españoles cuando el sentido común y las encuestas pronostican que tras el 10-N las mayorías serán muy similares a la distribución actual de escaños?

Pablo Casado, presidente del PP, en un evento reciente. Efe

Es una extraña manera la que tienen nuestros políticos estatales de cuidar la Constitución, mamporreándola; de cumplir el orden legal y, en suma, de amar al país, a la matria y a la patria.

“Quos deus perder vult prius dementat”. Sí, los clásicos ya decían que cuando los dioses quieren perder a alguien, comienzan por idiotizarlo. La pregunta, aun a sabiendas de que no quedan oráculos, es a quién quiere perder Zeus: ¿sólo a los líderes o a todos los votantes? Porque estamos ante una verdadera idiotez: hay que votar (desde luego que sí), pero tendremos que votar a los mismos, pese a que los mismos que se presentan han sido incapaces de cerrar esta crisis nacional que ya dura cuatro años, con cuatro elecciones en tan poco tiempo.

La terrible paradoja es que ninguno de nuestros líderes actuales llega a los 50 años, que es la edad en la que la sangre se espesa y la aterosclerosis comienza a hacer de las suyas y los desengaños entornan las mentes. Decía Isidoro en 1976 (el Felipe González de la clandestinidad) que “la democracia en este país no tiene otra alternativa que ser joven”. Pues sí que estamos bien con nuestros jóvenes líderes políticos, tan ligeros como una pluma que se la lleva el viento sin saber a dónde van, como criticaba el poeta.

En unos días comenzará la campaña electoral. Pondrá más aún los focos sobre el laberinto del minotauro en que se ha convertido España con la depreciación del kilo político. El 10 de noviembre no es una fecha cualquiera. Es un día en la Historia cargado de mensajes y presagios. De lo trascendente a lo pintoresco. Hace 400 años, un tipo raro con nariz judía llamado Descartes tuvo un sueño y alumbró su Meditación Metafísica, cuyas tres palabras más conocidas son “Cogito ergo sum”: Pienso, luego soy. Al cogito en estos tiempos de la banalidad se le ha perdido la g.: “Coito luego soy”. Voto luego… ¿qué? ¿Soy un idiota?

René Descartes, uno de los padres de la filosofía moderna.

Otro 10 de noviembre se cayó el muro de Berlín. Otro 10 de noviembre Juan Carlos I dijo aquello de ¿Por qué no te callas? Pedro, Pablo, Alberto, Pablo, Iñigo… ¿Por qué no os calláis y solucionáis algo?

Si Stanley encontró un 10 de noviembre al explorador y misionero cerca del lago Tanganica (“Livingstone, supongo”), ¿por qué no va a suceder el milagro y nuestros desvalidos líderes políticos no iban a formar una mayoría suficiente que gobierne España?

Franco saldrá de la tumba antes del 10-N, 50 años después de que en el discurso de Navidad dijera a aquello de “Todo está atado y bien atado”. Si pudiera se reiría mucho, el canalla.

En fin, este es mi pronóstico arriesgado. Si pasa lo peor, después del 10-N tendrán que gobernar PSOE y PP para salir del matadero. Quizás sería lo mejor.