Elisenda Paluzie tiene la sonrisa podrida del separatismo catalán. Sonríen igual los monstruos del procès. Por la rendija de los dientes escapa el veneno de sus quimeras insuperables, una visión que los confunde; creen vivir a diez atmósferas del resto. En realidad, arrastran la suciedad de sus planteamientos por el vertedero cívico montado en Cataluña.

La fábrica maloliente de separatistas produce en serie estos artefactos humanos de diseño, aparentemente refinados, fabricados exclusivamente para moverse por la Cataluña perdida, atrancada, espesa. Las fugas lejos de los corrales de la mala educación, ese hábitat enfermo que es el espacio público catalán, sacan el fondo verdadero del independentista feliz: Paluzie está acostumbrada a hablar de esa forma.

“La española esta” es el estribillo que escribió Jordi Pujol. Pocas veces tenemos la oportunidad de ver a un nacionalista en la intimidad. Contemplamos a Elisenda sin máscara, sólo había una monstruosa señora disolviéndose en la diarrea del odio. Elisenda nos descubrió lo que ya sospechábamos: debe ser catastrófico el zumo clasista que beben allí.

El procès logra mantenerse a flote por la retórica cursi, sentimentalismo retorcido, abonando un amplio campo de servidumbres encaminadas a conseguir el objetivo donde caduca la lucidez. La agencia de mercenarios indepes que preside Paluzie reparte las tareas. Está trazado el dinero público, la inversión más eficaz para construir al ejército mejor camuflado del mundo: las buenas intenciones —la revolución de la alegría— tapan la emboscada.

Apunta el pelotón a los españoles, a punto de romper el débil hilo de la ley, lo único que mantiene entera a España, porque no quedan ni modales. Por el fondo, la cal separatista ya ha disuelto a las personas en gremlins del nacionalismo. Son más feos, más sucios moralmente, más chillones, contagiosos. ¿Hasta cuándo se les va a reconocer la presunción de limpieza que tienen las ideas al nacer? El debate murió hace mucho, degenerado, es imposible rebatir al dedo que señala. “La española esta” aclara un poco las intenciones: nos están empezando a marcar.

El tono demuestra el embarazo de las instituciones, los políticos, los discursos, las intervenciones en el Parlamento, las bromas, y el modo de vida de quienes pretenden destruir el espacio común, el sustrato por el que flotan sus teorías, sus viajes, sus gestos, su simbología, sus leyendas, la diada diaria de una región soplada por vientos infectos: va a ser una niña feísima llamada xenofobia.

Que a Elisenda Paluzie le haya sacado de quicio una periodista es otra muestra más del parque de atracciones montado en Cataluña. Al régimen no le sirven las dudas, le molesta si se cuestiona la certeza enferma que maneja. No están acostumbrados a las exigencias de la democracia sus domadores. Eligen si se activan los micrófonos como eligen las preguntas que responderán. Viajar a España es la aventura tremenda del separatismo. Prometidos con su destino cavernícola, vienen a celebrar la despedida de demócratas.