Quién no le ha dado nunca un pico a una señora en esas noches en las que Madrid parece partirse por la mitad. ¿Quién? La ciudad tiene repartidas abuelas por las madrugadas. Forman parte del paisaje literario, nunca sabes cuándo pueden solucionarte un artículo, o peinarte los rizos mientras pides la última copa apoyado en la barra acolchada de los garitos subterráneos. Siempre están merodeando los pianos de los bares, vestidas como si se les casara el nieto a la mañana siguiente. Las joyas les caen con la severidad de vivir el descuento: el collar de perlas tiene algo de pelotazo arriba.

Sostienen el dry como lo sostenía Alcántara, sin gilipolleces. Las imagino acudiendo a la iglesia de empalme, borrachillas, capaces de andar los tacones pisándole al cura los reproches. Pasando a la sacristía a saludar a los novios igual que llegamos a la redacción aquella mañana después de entrar al Caravan, el único asalto consumado en Madrid para liberar una botella de Jäger: oliendo a ilegalidades.

Carmena se comía a Errejón en Medias Puri, dibujando el retrato costumbrista de tantos esquinazos. Por la forma de agarrarle la cara, envolviéndole suavemente con sus manos huesudas, no había duda: forma parte del ejército hot de ancianas que salen a cazar treintañeros solitarios. Utilizaron una de las imágenes clásicas del Madrid borracho como provocación en una campaña dominada por el PP, que lleva semanas decidiendo qué hacer con los atascos, como quien deshoja una margarita.

El partido de Casado apuesta por fomentar candidatos con habilidades especiales, atrayendo injustamente todo el foco. Carmena sentía la necesidad de ser protagonista un rato. El pico intergeneracional no conmociona ya a España, acostumbrada a la forma de hacer política que menos duele: que parezcan más idiotas que nosotros. Además, es imposible sorprender a una sociedad que superó de forma ejemplar el último tramo de vida de Sara Montiel, convertida en una cabalgata divertidísima. Dinio fue nuestro primer Errejón.

El muchacho Errejón sin gafas está a la intemperie. La ausencia de los cristales le daba un aire de predisposición al beso, quitarse las gafas es un sí rotundo: todos los gafotas nos las hemos quitado alguna vez antes de comernos algo. Había, por lo tanto, un guión para quedar bien delante del colectivo homosexual. Eso manda un mensaje confuso. A parte de que ahora ya es besable el antiguo régimen, ¿no es un poco homófobo pensar que ciertas cosas sólo se pueden hacer delante de los gais? ¿Quién eligió ese momento para culminar el tonteo entre los dos políticos, "sellando el compromiso con la comunidad LGTBI"? ¿O es que hay algo que aún no nos han contado de Errejón? Tiene que ser un secreto de Errejón. Carmena no puede abandonar el grupo de las abuelas sexis.