La sorpresa editorial de la década es la publicación de El director, el libro que relata el año que pasó el ex corresponsal David Jiménez dirigiendo El Mundo, 366 portadas desde mayo de 2015 hasta mayo de 2016, y ya, desde que apareció el primer adelanto en El Confidencial, también ex periodista. El director, editado por Libros del K.O., contiene 295 páginas que constituyen la muestra más precisa de cómo la profesión produce el veneno de su autodestrucción: hay una generación de periodistas tan pendiente de salvaguardar el ideal del periodismo con los medios que ofrece la posmodernidad que, cuando el periodismo pasa por delante, es incapaz de verlo.

El personaje construido por Davidji a lo largo de su relato lo convierte en líder del grupo de especialistas, el primer teórico del buen periodismo enfrentado con la realidad, insólito hecho que ha provocado la construcción de este monumento a lo obvio: el poder trata de influir. Y lo hará utilizando cualquier forma, incluso arrastrándose, como demuestra, si es verdad, la llamada de Borja Prado a nuestro hombre para conseguir una flecha hacia arriba en las caritas –la sección Vox populi–, el telefonazo de Rajoy mientras llevaba a sus hijos en coche al colegio, el encuentro con el ex ministro Jorge Fernández Díaz por los pasillos de Interior hablando de Isabel Pantoja.

Justificado en que ha pasado casi veinte años trabajando desde el extranjero, David Jiménez parece descubrir a las personas en su aventura por los despachos. Abusando de la ingenuidad del corresponsal, ese jet lag de la conciencia cargada de experiencias inolvidables, describe los movimientos provocados por su nombramiento en una redacción histórica que vive un momento delicado. El choque de modelos se produce por la simple inercia del contexto. El papel, que tanto dio a los periódicos tradicionales, muere, e internet, que cambia la configuración de las redacciones, pilla a contrapié a las cabeceras.

Sin embargo, el autor intuye en la crisis generalizada del periodismo una opereta gestada en San Luis con el objetivo de matar su proyecto revolucionario diseñado por las calles de Nueva York. Aprovecha la situación crítica que viven los redactores, después de encajar varios eres consecutivos y bajadas de sueldo, para convertirlos en una caricatura ridícula, fiscalizando sus ambiciones, miedos o dudas. La mera supervivencia en un entorno cambiante es para David Jiménez una sucesión de anécdotas que sólo hará las delicias del resto de periodistas. Quizá sea eso lo que le ha llevado a escribir el libro: excusarse ante el resto de la profesión por no haber estado a la altura en España.

La falsa ingenuidad con la que afronta David Jiménez su responsabilidad convierte el leitmotiv de El director en un reproche a los trabajadores. Mediar entre las dos orillas hubiera sido la labor más interesante de dirigir El Mundo en ese momento. El autor prefiere colocarse en una posición superior para que se le vea bien, adoptando el tono de superhombre dispuesto a salvar el mundo, típico entre los periodistas. Reconoce que la redacción “es la más rápida de España” o que él mismo vio la luz respecto a internet años más tarde de su generalización, pero recrimina a otros la resistencia a los cambios paternalmente. Sólo hay dos motivos para que un adulto trate a otro de esa forma: que el receptor padezca alguna carencia grave o que el emisor crea que no posee ninguna, ni siquiera la más mínima.

Los motes –La Digna, El Dos, Rasputín, Money, Asuntos Internos, La Favorita, El Viti, El Cardenal, Chupatintas, El Secretario, entre otros– convierten la redacción en un plató gigantesco, una especie de reality que contradice los complejos del autor respecto a la información del corazón. El director es un ejercicio muy digno de cotilleo. El clasismo con el que despacha esos asuntos le hizo perder una exclusiva al periódico (los mensajes de la reina a López Madrid, aquello de “la mierda de LOC”). Ahora quiere aliviar esa carga contando las intimidades de los colegas refugiado detrás de apodos propios del patio de un colegio.

Lo infantil arraiga en la publicación hasta el fondo. Gracias a eso se permite el lujo de ejecutar la mayor traición posible a un periodista, que no encaja con su talento de observador, y descubre a Villarejo como fuente habitual del periódico sólo por el gusto onanista de aclarar que fue él quien despidió al ex comisario. Lo maquilla con las buenas intenciones que tendría un chiquillo, pero no cuela. El libro tiene la intención de ser un manual práctico de la asignatura Ética atascado justo ahí. David Jiménez pasará a la historia por descubrir a un compañero.

En El director hay un buen diagnóstico de los problemas que sufre el periodismo desde que se fundó, prácticamente. Las crisis abrieron la puerta para que el poder se colase en las redacciones. David Jiménez pierde una ocasión perfecta para descubrir al principal culpable de este problema en el periódico que dirigía, al que encubre con el mote de El Cardenal. El spin off más interesante de la historia es cómo, según su relato, Galiano, al que señala con otros sobrenombres como “el nuncio de Milán”, maniobra en la sombra.

Es el primer responsable permeable en la cadena de intermediarios que compone, según lo leído, un periódico. El director lo es entre los suscriptores y el editor, y el editor entre el director y los poderes que pretenden frenar el trabajo de los periodistas. Este bucle sorprende a David Jiménez, incapaz de revertir el pasmo inicial durante un año completo, algo que no tiene problema en reconocer. Habla de “sopor” en las reuniones, ¿qué esperaba? La vida, definitivamente, no es The newsroom. El directorcito pasa un año alucinando por lo que veía asomado a la ventana del cargo y pierde la oportunidad ideal de poner nombre a los que culpa de la deriva.

Sentir la necesidad que tienen los poderosos de establecer relaciones interesadas es el legado de quien le precedió en el puesto, no una conspiración para acabar con la segunda cabecera del país. Hay más periodismo en esa convivencia con el poder, ceder, usarlo, estar a la altura de ser un altavoz potente, que en cualquier consejo de Kapuściński. El momento culminante de su dirección es el hallazgo de la sociedad del ex ministro Soria en Jersey. Su experiencia no da más de sí. Si eso le ha servido para escribir un libro, ¿qué podrá contar alguien que ha pasado al frente de un periódico varias décadas?

El director coloca muy ordenadas las cabezas de algunos animales mitológicos. Los viajes y los regalos que reciben los periodistas, las comidas en reservados, las tramas, los esquinazos de los poderosos, envuelto en el espíritu “esto no es Pradillo” y la fórmula “yo conozco a uno que”, tan contraria a la buena praxis que exigía a los redactores recién aterrizado en la redacción como iluminado por las esencias.

Si el periodismo es el cuarto poder, El director es la refutación de esa condición porque llama “secretos e intrigas” a las exigencias del título, abdicando de ellas, despreciándolas. Desborda la actitud inmadura de quien ha disfrutado gracias a su talento de lo mejor del periodismo: escribir lejos del jefe. Para mantener ese estatus, desde “casa” lucharon contra todos los elementos que juzga tras pasar sólo un año exacto sufriéndolos. Levantaron a pulso el proyecto intelectual de imprimir miles de copias del artículo que llegaba desde Bangkok o Hong Kong haciendo lo que se le pedía a él, exactamente dirigir un periódico. David Jiménez funda su relato sobre el ego del resto practicando el ejercicio ególatra del que tiene la intención de salvar la profesión salvando la democracia.

El libro llega en el momento más inoportuno, justo cuando el populismo ataca los periódicos en su estrategia de salir indemne de las mentiras. Adelgazar el poder de la prensa es una tarea en la que están empeñados Vox y Podemos. Pablo Iglesias ya ha puesto de ejemplo las tesis de David Jiménez para apuntalar su mensaje. Darle munición a la campaña política más descarada contra la objetividad, sublimando conversaciones de comedor o corrillo de fumadores en un ensayo sobre los problemas del periodismo, es el gran legado de la Insomne Garita que decía defenderla.

 

*** El Director. Secretos e intrigas de la prensa narrados por el exdirector de El Mundo, por David Jiménez. Editado por Libros del K.O., 295 páginas.