El triunfo de la democracia frente al golpe del 23-F es esto: Landelino Lavilla (Lérida, 1934), presidente del Congreso, le dice a Tejero que en la Cámara manda él, y no los militares: “Aquí las órdenes las doy yo. Esto se ha acabado, desaloje”. El teniente coronel se cuadra, guarda su pistola y se va. Lavilla, que gasta lucidez suficiente como para colgarse de la memoria y bracear en el humo de los pitillos de aquel día, saluda esta mañana en su despacho del Consejo de Estado.

Camina con bastón, pero se apresura a desvelar que no es permanente: “Una lesión. Si queréis, poso con él, pero pasaré a la posteridad como un lisiado”. Y se ríe. Porque don Landelino exhibe una jovialidad despampanante. Hace varios años asumió que los que hicieron la política con él cuelgan de los retratos y descansan en los libros. Convertido en una suerte de mediador entre mortales y muertos, presenta a Gutiérrez-Mellado, que saluda en óleo desde la pared: “Miren, ahí tienen a don Manuel. ¿Lo recuerdan?”. 

De verbo sosegado, casi jesuítico, hace gala de un centrismo radical. Primer ministro de Justicia de la Democracia, ni imputa ni critica directamente, pero cuando se le pregunta por el pasado en relación al presente, arroja en un sin querer queriendo conclusiones contundentes que encumbran a unos y desnudan a otros.

Entrevista a Landelino Lavilla Jorge Barreno

Acaba de cumplir sesenta años de servicio público… ¡y sin cometer un solo delito! Rara avis.

No he tenido problemas a ese respecto –ríe–. El pasado 15 de abril devengué mi vigésimo trienio de antigüedad. O lo que es lo mismo: comencé a servir al Estado el 15 de abril de 1958. Compaginé la preparación de las oposiciones con la milicia.

Desde aquí ha visto gobiernos de todos los colores, ¿qué tal con el nuevo presidente? ¿Ha despachado con él?

Le conocí porque vino cuando se nombró presidenta a María Teresa Fernández de la Vega. En calidad de presidente interino del Consejo de Estado, organicé la toma de posesión, a la que asistió Pedro Sánchez.

¿Le resultó simpático?

Bien, normal. Una persona agradable, correcta. No entramos en política. No era ocasión, circunstancia ni momento. El Consejo de Estado es poco conocido, pero tiene un poso histórico que se manifiesta con facilidad: dentro se olvidan los partidos.

El ascenso al poder de Sánchez fue mediante una moción de censura, algo sin precedentes. ¿La consideró urgente y necesaria?

Procuro medir mucho las opiniones que expongo al respecto porque ya no conozco la política por dentro. Hacía tiempo que el Ejecutivo estaba en dificultades, internas y externas. La crisis económica, Cataluña…

Tuvo mucho que ver la sentencia contra la corrupción del Partido Popular.

Pero para entonces la situación ya estaba torcida. Todo aquello empezó con el 15-M y Cataluña. En aquel momento, dominó la coincidencia de voluntades destructivas contra un sistema que, a juicio de esos partidos, no funciona.

¿Considera al Gobierno 'rehén' del separatismo, tal y como lo describen PP y Ciudadanos?

Sánchez accedió a la presidencia con el apoyo de los separatistas. Eso le condiciona y le limita. No conozco qué compromisos adquirió con ellos ni qué conversaciones mantuvo en los días previos a la moción. Por las mañanas leo los periódicos y me preocupo. Luego, algunas veces, los amigos me preguntan: “¿Qué harías?”. Si de mí dependiera, ya me habría fajado con el problema. Ahora ya sólo me preocupo, pero no me ocupo. En cualquier caso, ha habido posibilidades de coger las riendas y embridar la situación para que no se desmadrara en los términos actuales. Ni los unos ni los otros han actuado correctamente.

Reportaje gráfico: JORGE BARRENO

¿Hunos y hotros con hache, como decía Unamuno?

Bueno, bueno… Déjeme decirle algo: cuando yo vivía en Cataluña, había catalanismo, pero esta posición final separatista a la que se ha llegado apenas la conocí. Yo hice todo el bachillerato en Lérida.

¿Usted ha perdido amistades con esto del 'procés'?

Vivo en Madrid desde que vine a hacer la carrera, en los cincuenta. Cuando fui presidente de la Academia de Jurisprudencia, invitaba al delegado de la Generalitat de Cataluña a todos los actos. Le guardaba un buen asiento. Y ellos hacían lo propio. Eso, de repente, se cortó. Ellos se irritaban cuando se lo contaba, pero ocurría tal y como ahora se lo explico. Tengo familia allí. Sé que la situación es tensa. ¿Me deja contarle una anécdota?

Adelante.

Cuando vino Tarradellas para ponerse al frente de la Generalitat, nos pidió presidir también la Diputación de Barcelona para disponer de una infraestructura. Se creó una comisión de transferencias entre el Gobierno y Cataluña, y él quiso que la liderara yo, imagino que por mi condición de catalán. Llegué a muchos acuerdos con Tarradellas. Los protagonistas de ahora han desbordado sus postulados, por eso apenas lo utilizan como referente.

Tarradellas no tiene nada que ver con Torra.

No. Por lo menos en la forma de razonar. Digo esto porque no conozco personalmente a Quim Torra.

Tarradellas y usted, entiendo, trabajaban por un proyecto común.

Claro. Había dificultades, pero nunca dejamos de ayudarnos. Salíamos, comíamos, hablábamos, me advertía de los peligros… Estaba muy implicado en la operación política que, entre todos, sacamos adelante.

Paco Vázquez, en esta misma sección, dijo que el actual PSOE está okupado, con “k”, que nada tiene que ver con el socialismo histórico. ¿Usted lo ve muy diferente al partido con el que le tocó lidiar?

No hay más que oír a las personas representativas de uno y otro momento. Una vez se incorporó a la Transición, el PSOE adoptó una posición muy cooperadora. El socialismo de ahora afronta desafíos distintos. Espero que sea capaz de superarlos.

¿La actual tensión en Cataluña es mayor que en cualquier otro momento de la Democracia?

Sin duda. Veo, conozco y sé cómo se vive en Cataluña. Soy consciente de cómo era antes la vida en los pueblos y cómo es ahora. Antes había matices, pero no tanto radicalismo. Necesitamos altas dosis de serenidad, buen sentido y voluntad.

El presidente Aznar aboga por aplicar el 155 sin límite de tiempo. ¿Cuál es su planteamiento?

Antes de aplicarse por primera vez, yo me preguntaba perplejo: si en la Constitución pusimos mecanismos para evitar desmanes como esos, ¿por qué no se utilizan? Ahora también habría que encarrilar la situación. El otro día, un compañero en la Academia dijo que estábamos en fase de democracia callejera.

¿Y eso qué significa?

Es el impulso masivo de sacar pancartas y llevar la política a la calle. Escuchamos eso de que la soberanía de la nación reside en “el pueblo”. Pero mire el pueblo cómo está: cortando las autopistas. Es negativo porque niega el orden de convivencia democráticamente establecido. El pueblo cortando autopistas no es el pueblo soberano, sino el pueblo en desorden.

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El 23 de febrero de 1981, usted era el presidente del Congreso de los Diputados. ¿Considera lo sucedido en Cataluña en octubre de 2017 un “golpe de Estado”? Es una cuestión semántica que genera mucha polémica.

Invitaciones a desobedecer a los jueces, a las leyes… Es una subversión del orden. ¿Golpe de Estado? ¿Designios revolucionarios? ¿Democracia callejera? Llámelo como quiera. Tratan de destruir la convivencia. En España, la expresión “golpe de Estado” se asocia a nuestra Historia, repleta de pronunciamientos. Por eso parece que no se da uno de ellos hasta que no vemos las armas en la calle.

¿Qué le parece entonces el símil entre el 23-F y el octubre catalán de 2017?

No es lo mismo intentar ocupar el Congreso que movilizar a toda una región para proclamar un Estado diferente, pero ambas situaciones fueron subversivas, eso está claro.

¿Y cuál de las dos situaciones le pareció más grave?

Es más grave y profundo lo de Cataluña. Porque tiene más alcance. El 23-F fue más episódico. Todo un golpe de Estado, pero yo lo viví como un episodio. No suelo hablar de aquel día, pero si le apetece, le cuento cómo lo viví.

Por supuesto.

Cuando entraron los militares, pensaba continuamente en cómo mantener la templanza para que no ocurriera nada irreversible. No incurrí en estridencias. El teniente coronel Tejero me exigió varias veces que hablara por el micrófono, pero me negué. Sólo hablé cuando yo quise.

¿Y qué dijo?

Llamé a la tranquilidad, a la calma. Palabras de templanza. Cuando aquello se acabó y Tejero mandó una salida ordenada del hemiciclo, le dije: “Teniente coronel, aquí las órdenes las da la presidencia. Esto se ha terminado. Hagan el favor de desalojar”. Se quedó callado, se cuadró militarmente y me dijo: “A sus órdenes”. Entonces, senté a todos los diputados y fui dando las instrucciones.

Permítame la metáfora: si tuviera que volver a utilizar ese micrófono de la templanza pero mirando a Cataluña, ¿qué diría?

Es que ya no es un problema de templanza, sino de acción. La situación requiere una estrategia por parte del Gobierno. Ya no se puede agarrar a que “las cosas irán mejor”.

Usted fue ministro de Justicia, ¿le parece adecuada la prisión preventiva para los presos del 'procés'?

Se han aplicado las leyes correspondientes. La prisión preventiva está técnicamente bien determinada. En cuanto a Cataluña, creo que unos y otros juegan mal sus bazas.

El arco parlamentario parece haber sellado su fragmentación, en una especie de vuelta a lo que fue la primera legislatura de la Democracia. ¿Existe ahora realmente un partido de centro?

UCD era un partido de centro porque hacía su vida política en dirección a la convergencia y el entendimiento. Huíamos de los estímulos que generan los extremos. Ciudadanos quiere ir hacia ahí, lo intenta, tiene cosas que recuerdan a la UCD. Ellos están “camino de”, nosotros construimos la organización “desde el centro”.

PP y Ciudadanos pelean por arrogarse el legado de Adolfo Suárez, al que usted conoció muy de cerca. ¿A quién cree que se hubiera acercado él hoy?

No lo sé. Adolfo tenía una concepción muy definida y clara de la política. En el PP lo veo difícil porque es una mezcolanza, hay muchas cosas en el partido… Ciudadanos lo conozco menos. Ellos sí tienen la voluntad de parecerse a Suárez.

¿Suárez consideraría a Vox un partido de extrema derecha?

Él nunca se habría hecho de Vox, eso seguro. De PP, PSOE, Cs, no lo sé… Él se sentía cómodo en el centro. Centro-izquierda, centro-derecha… Era muy pragmático y adaptable, pero nunca miraba a los extremos.

En el Congreso cada vez son más recurrentes los adjetivos como “fascista” o “golpista”. ¿La política está utilizando hoy un lenguaje guerracivilista sin precedentes o recuerda usted situaciones similares?

Cada presidente del Congreso tiene su técnica. Cuando se revolvía la Cámara, yo no abogaba por cortar inmediatamente. Les dejaba que se desahogaran unos segundos y… entonces exigía silencio. Así, cuando lo pedía, todos se callaban. Si lo paras muy en caliente, no te hacen caso. A lo que iba: creo que hay una pérdida de modales y de serenidad. Se ha extraviado la percepción de lo que significa el Congreso. Eso genera un espectáculo nocivo, que deteriora gravemente las instituciones.

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