España ha pasado los últimos años apostada en las puertas de los juzgados y cárceles viendo pasar a gente. En este ir y venir de famosos no ha habido nunca ninguna performance reseñable. Bueno, el drama de Isabel Pantoja tuvo su impacto, como el saludo de Bárcenas a sus compañeros de módulo con un gesto a las cámaras o la aparición de aquel empresario valenciano transformado en hippie. Son muy feas esas bolsas enormes de cuadros en las que transportan sus pertenencias los que salen de prisión.

No contábamos con la aparición de Conchi, que entró el jueves a los juzgados en brazos de dos agentes derrotando el mito de la generación gánster en pocos segundos. La imagen es hilarante porque los tres protagonistas se lo toman en serio. La cara de Conchi muestra la afectación propia del momento que vive, ha muerto su marido, y ella mantiene la seriedad, no concede nada, fría, abstraída, ausente, inalterable. Le van a tomar declaración. Pasan cosas graves. La policía hace el trabajo del Estado de forma impecable, hay sobriedad en cómo la han cogido. Son un bloque. Contarían hasta tres para sacarla coordinadamente del coche, como hacen los matrimonios que vuelven de Ikea.

Visto con perspectiva esa parece la mejor forma de declararse inocente aunque Conchi insista en que sólo puede mover la cabeza por cobrar una indemnización. Me siento un poco identificado porque cuando pienso en mis propias impertinencias también me bloqueo. Creo que no he matado a nadie pero hay veces en las que me paralizo si recuerdo algún acto absurdo o los delitos pequeños cometidos en este tiempo. Habría necesitado a dos personas que me trasladasen en volandas a cualquier parte tras lo de las entradas en Las Ventas o el día que me colé de noche en la Diputación de Córdoba.

La actitud de Conchi sería realmente graciosa si no estuviese enferma y si no hubiese muerto nadie. Compruebo que queda folclore en este país en el uso de la expresión viuda negra, hay una fiestecita un poco oscura ahí. Una mujer implicada en la muerte de su marido tiene todavía literatura, cierto trasfondo exótico. Parece que de un momento a otro va a surgir el término BWILF. La viuda negra es la culminación de la femme fatale, la mujer con problemas que te mata para alimentar historias. No habrá pancartas detrás de esta infantilización de lo femenino, la maldad colocada en la estantería de banalidades. Por suerte, no existen los viudos negros.