Pablo Casado sostiene la papeleta con la sonrisa más pepera que se ha visto en los últimos años en este país. En el PP crearon una forma de estar en el mundo que ya es marca registrada; se ve en las americanas outlet, en algunos gestos delante de las cámaras –estar sin estar– y en la forma aberrante de aplaudir tan fuerte cuando se juntan unas cuantas decenas de afiliados, revoltosos. Los congresos veraniegos tienen una trastienda jugosísima mezclados Los principios y Las convicciones de varias provincias, el único momento en el que las bases juegan al liberalismo.

En ese instante, posando para la posteridad delante del fondo azul de su ilíada, Casado es el monolito de la historia reciente de su partido, le recorre el escalofrío de los arenas y los feijóos, desprende el aroma del producto puro de los pasillos de las sedes, como si lo hubiera parido un baldosín del despacho donde los militantes pasan las horas descolgando teléfonos, robots aburridos esperando a que les caiga el título, el cargo o simplemente un puñado de amigos. Encargando una vida.

A su mujer tan rubia, tan perfecta y tan simpática se le cae también el PP de los bolsillos. Un horizonte de dientes blancos. La pobre Soraya era más gris, nada que hacer frente a la mercancía empaquetada del centro derecha canallita, la gente formal y todo eso. Frente al cadáver de la última década del partido, a la pareja se le ve feliz mirando a su España minutos antes de que le cambie la vida. El PP ahora es más folclórico: la derecha siempre ha tenido por julio una revolución pendiente.

La oposición de Casado frente al PSOE de los gestos va a ser divertida. Si Pedro Sánchez ha conseguido hacer sombras chinas con el programa de Pacma o Podemos, a Casado se le espera como un Abascal flojito, afeitado, recién duchado, nocturno, contradictorio, embotellado. Su misión es remover el lodo antiguo para sacar chupitos de agüita cristalina y venderlos muy caros. La moción de censura ha dejado un país políticamente descabalgado. Los políticos se palpan los bolsillos porque todos han perdido algo. Rajoy fue capaz de arrasarlos, asentando el bipartidismo en el último estertor. Ese invento brillante está en esta foto. Llega Casado, que agita su papeleta.