Hubo un tiempo en que yo era delegada de un diario catalán en Madrid. Dirigía un equipillo de cuatro periodistas. Nuestro puestecillo de guarnición estaba a tiro de piedra del Congreso, en cuyo hemiciclo, pasillo y coquetones saloncitos adyacentes –sin olvidar el bar…– quemábamos mis subalternos y yo nuestra insultante juventud. ¿Les cuento un clásico de aquellos malditos días –que espero que no vuelvan jamás…– en que cargué la cruz, y la corona de espinas, de tener a otros periodistas a mi mando?

Bueno, tarde o temprano me venía uno, o me llamaba por teléfono, y poniendo la voz cavernosa y/o los ojos en blanco me anunciaba que tenía “inputs” de un “tremendo scoop” que por lo general dejaba al PSOE –o a parte de él– por las nubes y a todo el resto de la Humanidad a la altura del betún. Yo escuchaba atentamente, y acababa concluyendo: “Ya…¿qué pasa, te has vuelto a dejar invitar a café por Rubalcaba?”. Cuando mi interlocutor se ponía rojo como la grana sabía que había acertado de lleno. Nos encontrábamos ante otro intento de intoxicación como una casa de payés.

Les cuento todo esto no para regodearme en el pasado sino para recordar algo que no por obvio deja de ser fácil de pasar por alto: el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) fue en su día el partido político mejor organizado, mejor trabajado y más políticamente eficaz de este país. Era una máquina. Ganara o perdiera, venciera o convenciera, robara o matara, era inconcebible la vida sin él. Sin ellos.

En Cataluña, por ejemplo, aún quejándose amargamente de que por culpa de Jordi Pujol se tiraban décadas sin hincarle el diente a la Generalitat, lo cierto es que gobernaban casi todo lo demás. Barcelona. El cinturón industrial. Línea directa con el poder de Madrid. Ministros a punta pala. Juegos Olímpicos. Durante décadas, Cataluña fue un cortijo de dos. Un duopolio CiU-PSC.

Quién les ha visto y quién les ve a los dos. Con la diferencia de que CiU siempre fue un engendro (con perdón), un invento de hace treinta o cuarenta años, mientras que lo otro, el socialismo catalán, pretendía inscribirse en una tradición centenaria. A base de hacer el burro, de acogotarse ante el discurso único nacionalista y, sobre todo, sobre todo, de postergar una y otra vez la necesaria catarsis interna, la temidísima radioterapia que era la única manera de curar el cáncer electoral… se dieron un día la vuelta, y oh sorpresa: ya no hay partido.

Créanme. Puede ocurrir. El PSOE puede acabar como la UCD. Por mucho miedo que les dé cargarse a este secretario general kamikaze y abrir la ejecutiva en canal. Por pocas ganas que tenga nadie más de poner la cara para que la rompan en las urnas. Ya vale de rascarse la PSOEriasis y hacer como que no ven que, lenta e inexorablemente, va convirtiéndose en algo infinitamente peor. En pura lepra...