En 2002, el Gobierno del conservador holandés Jan Peter Balkenende duró 87 días. Los partidos elegidos en febrero de aquel año no lograron un pacto estable y en octubre se convocaron nuevas elecciones. Tres años después, los holandeses ya estaban votando de nuevo.

Incluso Reino Unido, una excepción en la Europa de las coaliciones, tuvo que repetir las elecciones en 1974 por la falta de mayoría en el Parlamento. Los comicios anticipados y la inestabilidad son habituales en el fragmentado sistema político europeo. Cuando no hay límites legales, se puede llegar al extremo de Bélgica, que entre 2010 y 2011 estuvo 19 meses con el Gobierno en funciones a la espera de un acuerdo entre los partidos.

La repetición de las elecciones en España ni es tan extraordinaria ni es tan grave en un sistema parlamentario que en definitiva es el reflejo de la división de opiniones entre los votantes. Sólo se ve algo más de chapuza respecto a los vecinos europeos. Es cierto que se nota lo amateur que son los partidos a la hora de negociar entre ellos, decir la verdad sobre con quién pactarán o asumir la responsabilidad de la derrota. Pero es un reflejo más de lo amateur que es en muchos aspectos la democracia española.

Por supuesto que sería deseable que los políticos explicaran con claridad con quién están dispuestos a negociar antes de las elecciones, que se tomaran más en serio su misión o que se retiraran a tiempo si están entorpeciendo a su partido y a su país.

Pero el amateurismo no es propio de los políticos actuales. Se encuentra en demasiados rincones de la vida pública.

También sería deseable que los medios no se utilizaran como una máquina para adular o proteger a sus editores, que pidieran disculpas por los titulares torpes, rectificaran los errores fácticos con transparencia o informaran correctamente sobre sí mismos. La cultura pública, ya no política, tiene todavía muchos grados que evolucionar.

La parte buena es que el 26 de junio los votantes tendrán más información sobre quiénes son los políticos que quieren representarlos. La práctica suele ser una buena cura para casi todo.