La falta de un acuerdo para elegir presidente y el fracaso de tener que repetir las elecciones tiene un coste que se mide en euros contantes y sonantes. Los comicios del 20-D costaron 192 millones de dinero público, y ese es el mismo presupuesto, sobre el papel, para las del 26-J.

Aunque el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, hizo este miércoles un llamamiento para reducir en la medida de lo posible los gastos, la principal partida no podrá tocarse: son los 130 millones que cuesta la logística: urnas, papeletas, horas extraordinarias de los funcionarios que participan en el proceso, remuneración a los miembros de las mesas electorales...

Recorte de gastos

Así pues, sólo cabe actuar sobre los 62 millones de euros que tienen que ver con el buzoneo de las papeletas y con los gastos de propaganda y campaña de los partidos. Rivera ha propuesto al resto de formaciones concentrar los sobres y papeletas de todas las formaciones en un solo envío, tal y como se hace en otros países. Eso permitiría recortar unos 25 millones. También plantea que el presupuesto de la campaña pase de los cerca de 35 millones de diciembre, a 18.

No cabe duda de que son iniciativas bienintencionadas, pero las consideramos insuficientes. Es una estafa, un auténtico timo, que los partidos recurran de nuevo a subvenciones seis meses después. Y todo ello para, muy probablemente, abocarnos a una situación similar a la de partida.

Mismos programas y candidatos

Las cosas van a cambiar tan poco respecto de lo ocurrido en diciembre que los políticos deberían ahorrar a los ciudadanos y a los presupuestos los alardes y el dispendio. Rajoy ya ha anunciado que el programa del PP será el mismo y los socialistas aprobarán en su próximo comité federal que se calquen las listas. Puesto que todo es lo mismo, ¿por qué cobrar dos veces por la misma mercancía?

En medio de un país machacado por la crisis, con el hartazgo general de los ciudadanos por estos meses perdidos, recurrir de nuevo a las arcas públicas para organizar unas elecciones no es sufragar la fiesta de la democracia, sino el festín de los políticos. El dinero que se va a gastar es así puro despilfarro, un derroche injustificable que sólo contribuye a acrecentar el descrédito de la política. Bien harían los partidos en tomarle la palabra a Rivera y reducir no a la mitad su presupuesto, sino a la mínima expresión.