La izquierda exquisita (Radical Chic) es un término que se debe al periodista Tom Wolfe y con el que se designa a una élite que se dice de izquierdas, cuyos miembros alivian los picores de conciencia practicando la caridad con el marginado.

En nuestra lengua, Gregorio Morán acuñaría un término más certero a la hora de definir a estos oportunistas que aprovechan las oleadas acumulativas del capital para sumergirse de lleno en ellas y sin mojarse. Los denominó “Rabanitos” por ser rojos por fuera, blancos por dentro y estar siempre cerca de la mantequilla.

Su presencia en manifas, galas benéficas y todo tipo de recogida de firmas son puro oportunismo, expresión última de una picaresca con poco arte pero fecunda en vulgaridad. Hay que recordar que en nuestro país, los pícaros han tenido mucho peso desde los años en los que Quevedo se remojaba los pies en el Guadalquivir. Lejanos tiempos y lejanas sus aguas, donde la picaresca era más simpática; venía en hoja barroca y todavía no se había inventado la hoja Excel con la que los poderosos traducen la doble moral en doble contabilidad.

En un territorio como el que habitamos, castrado de cultura de raíz política, el verdadero trabajo de tales “Rabanitos” consiste en hacernos creer que ellos siempre están de acuerdo con lo que, en realidad, no están de acuerdo y viceversa. Convertir la praxis de la izquierda en mercancía sólo lo consigue el enemigo cuando está muy cerca; cuando se hace pasar por uno de los nuestros.

En estos días ha aparecido en los medios el nombre de Pedro Almodóvar, junto al de su hermano y su última película. Resulta que hace años formaron parte de un entramado de hojas de cálculo junto a otros nombres, todos cercanos a los dueños de las fronteras económicas. Participantes de un juego sucio que consiste en convertir el dinero público en valor de cambio, pongamos beneficio para el capital privado.

De inmediato hubo un comunicado por parte de Agustín Almodóvar y por el cual se eludía de responsabilidades al cineasta. El sistema tiene esos recursos, las estructuras rígidas del poder te permiten jugar al pío pío. Pero nunca te salvan.

Porque para sobrevivir, el capitalismo necesita ir renovando actores. De lo contrario, la película se agota por contar tantas veces el mismo argumento. Por decirlo con una imagen; el mecanismo del sistema que puso la alfombra roja a Pedro Almodóvar, ahora lo amortaja con ella.