De cuando en cuando -cada vez con más frecuencia- las redes sociales se desatan en una particular cacería contra el disidente de la corrección política. Corrijo: contra el disidente de la corrección política marcada por cierta izquierda a la que hemos dado carta de naturaleza para decidir lo que es bueno y lo que es malo.

El otro día, por ejemplo, apareció en la Red la foto de un humorista posando con un bicho muerto y una escopeta de caza, y Twitter se desató con furia apocalíptica contra el presunto cazador pidiendo para él poco menos que la perpetua, sin reparar en que la caza es una actividad perfectamente legal. Pero como ellos no les gusta, hay que vapulear al cazador.

Este domingo le tocó el turno a José Sacristán, que tuvo la ocurrencia de cuestionar en una entrevista -por cierto, enhorabuena a Papel, a Luis Martínez y Luis Cobelo- las maneras de Pablo Iglesias y le cayó la del pulpo. No me cabe duda de que a Sacristán le trae al pairo lo que vomiten sobre él los escuderos de Podemos y sus batallones tuiteros, pero esa no es la cuestión, sino que nos hemos metido de lleno en la ratonera de los que insisten en marcar el paso y no admiten ninguna forma de heterodoxia. Porque, no nos engañemos, el linchamiento en las redes es un eficaz aviso para navegantes: “si se le echan encima a José Sacristán, con lo que es ese hombre, qué no me harán a mí”. Y ponemos a remojar nuestras barbas tras comprobar el afeitado del vecino.

Es la nueva forma de matonismo. Esta permanente amenaza de aquelarre gravita sobre todos y nos vuelve más cobardes y menos libres. Es lo que quieren: que, por si acaso, optemos por mordernos la lengua. Y no les está saliendo mal: ante la posibilidad de ser víctima de un escrache en la Red, son cada vez más los que optan por no opinar de determinados temas. El día que alguien reflexione sobre lo que esto significa, nos daremos cuenta de que hemos caído en la trampa mortal que este nuevo fascismo ha organizado a conciencia: la de la prudencia, la del silencio preventivo, no vaya a ser que se despierte el monstruo y nos convierta en trending topic.

El miedo, no lo olvidemos, nos hace indignos. Esto ha conseguido la gente que se presenta como garante del futuro y antídoto contra la opresión. La misma gente que lanza juicios éticos contra todo lo que se mueve. Ha llegado el momento de empezar a alarmarnos. El momento de preguntarnos si no estamos cada vez más cerca de algo parecido al abismo.