La distancia que separa al hombre del mundo es la medida de su esclavitud. Algo así nos vino a contar Albert Camus a través del señor Meursault, protagonista de su primera novela, L'Étranger; un personaje fragmentado, vacío de sentimientos y que sólo parece reaccionar camino del cadalso, cuando acorta su distancia con la muerte.

Esto viene a cuento por la matanza de Bruselas y el efecto que ha producido en los refugiados que huyen del mismo teatro de guerra al que ahora asistimos de cerca. En estos días hemos visto la imagen, el cartel que alza un niño, pidiendo perdón tras los atentados en el corazón de Europa. Con este gesto, revela que los inocentes solo forman parte del mundo cuando se les hace sentir culpables.

No hay que dar muchas vueltas para llegar al mismo sitio. Somos resultado de una sociedad que depende de combustibles fósiles y gasesosos, cuyas fuentes se encuentran en tierras y aguas arrasadas por un modelo económico que no funciona. Lejos de la ciencia, el capitalismo ha convertido el mapa y sus territorios en mercancía, alejando al hombre del mundo y marcando así la distancia que lo separa de él.

Los dueños de las fronteras no están interesados en acortar dicha separación pues eso implicaría, entre otras cosas, denunciar a quienes están armando a los terroristas. Como carecen de inocencia suficiente para admitir sus culpas, las acumulan y las descargan sobre las víctimas a la vez que siguen alimentando al enemigo exterior.

De esta forma refuerzan la represión y justifican el cierre de las fronteras al paso de los individuos, pero nunca al paso de la mercancía. Hace tiempo que la vieja Europa dejó de ser cuna de civilización para convertirse en féretro de la misma. Los últimos sucesos lo reafirman.

Con una escritura elaborada a base de nervio y sustancia, despojada de artificios y plusvalía, Albert Camus nos cuenta la pérdida de identidad del ser humano cuando deja de formar parte del mundo y se convierte en un muerto en vida. El señor Meursault es lo más cercano a un extranjero que se aleja de sí mismo para hundirse en el vacío existencial, culpa de un tejido social enfermo que no ofrece estímulo alguno; tan sólo distancia y apatía.

Porque en un mundo donde la tierra ha sido convertida en mercancía, el ser humano no puede ser otra cosa que extranjero de sí mismo. Un inocente esperando que le carguen culpas. Eso es así.