Cuando en presencia del presidente de los Estados Unidos un periodista le preguntó a Raúl Castro por sus presos políticos, el ahora carcelero mayor le pidió la lista de sus víctimas para soltarlos inmediatamente. Quien manda, manda. No sólo niega sus crímenes, presume, con razón, de estar por encima de toda patraña judicial.

Por no guardar no guarda ni las formas. No lo necesita. Cree que fuera y dentro de Isla-Cárcel todos se conformaron con dejarle morir en la cama. Y tal vez tenga razón. En cualquier caso, para no correr excesivos riesgos más le valdría morirse antes que quien le colocó donde está. De los hechos biológicos se sabe cuándo empiezan pero no cómo acaban. Tras el descomunal y esperado primer velorio pueden ocurrir muchas cosas. Y no siempre van a ser malas para los buenos.

Son muchas las listas que los periodistas les podían dar a los Hermanos Castro. La de los que sin juicio justo asesinaron en La Cabaña, la de los que encarcelaron en más de doscientas cárceles, la de los que torturaron y torturan, la de los que murieron en el mar intentando huir de ellos, la de los que sufrieron actos de repudio, la de los homosexuales que encerraron en las siniestras “Unidades Militares de Ayuda a la Producción”, la de los que asesinaron en “El Remolcador 13 de Marzo”, la de los que vieron cómo la Robolución les quitó todo lo que tenían para ponerlo al servicio de sus verdugos, la de los jóvenes que no encontraron otro modo de sobrevivir que no fuera ofrecerse a los miserables extranjeros que disfrutaron sirviéndose de su miseria, la de los niños que crecieron simulando que aplaudían a los que aborrecían, la de todos los exiliados que murieron sin regresar a Cuba, la de los que todavía no pudieron huir de ellos….

Menos sus cómplices todos los cubanos son víctimas de los Castro. Y sí, puede que mueran en la cama sin tener que comparecer ante una Comisión de la Verdad. Lo que no pueden esperar es morir en paz. Ellos saben quiénes son. Temerán que en otra vida les recuerden lo que hicieron desde enero de 1959.