De las cartas cruzadas entre Albert Rivera y Mariano Rajoy no interesan ni su dudosa contribución a la recuperación de un género boqueante ni el contenido, que bien pudiera resumirse con el emoticono de una berenjena, o de la bandera de Japón.

Pero que el aspirante a fagocitar el PP y el presidente en funciones se carteen en abierto en una época en la que produce menos desazón olvidar la cartera que el smartphone es un aliciente para indagar en la personalidad de ambos.

Si como decía el viejo McLuhan el medio es el mensaje, resulta probable que el líder de Ciudadanos haya pasado de apoyar una gran coalición presidida por Rajoy a despreciar al candidato del PP: la suya es una carta decididamente breve, funcionarial y desganada, en la que sobran comas y faltan las amabilidades de la epístola clásica o castiza además de alguna preposición: "estoy convencido que", escribe Rivera.

Tras leer la carta del presidente de Ciudadanos, la que dio lugar a este intercambio de displicencias en plan Pimpinela, se comprende el enfado de la Academia porque la escritura atropellada del whatsapp se presta a pasar por alto todo tipo de atentados ortográficos y gramaticales.

Si aceptamos que la carta es suya, mejor no le pidamos a Rivera que recomiende algo de Carreter o Grijelmo, no sea que proponga una Ética de la escritura pura o cualquier otro título jamás escrito, como hizo Pablo Iglesias cuando, por recomendar algo de filosofía, remató a Kant.

Rivera anima cansadamente a Rajoy a que respalde la investidura de Sánchez porque el acuerdo alcanzado entre ambos "está en consonancia" con el programa del PP, y el presidente, que nació en Galicia como Julio Camba, se vale de una ironía nada sutil para mandarlo a freír espárragos y recordarle que si tanto le gustan sus propuestas lo espera en la otra orilla cuando el candidato socialista fracase en el Congreso. "Un fuerte abrazo", se despide.

La escritura de Rajoy destila el aprendizaje de los cuadernos Rubio y el entrenamiento adquirido cuando, allá por el siglo pasado, hizo la mili en Valencia y carteaba a la familia. La de Rivera, sin embargo, alumbra la prosa extenuante de los muchachos educados sin caligrafía ni dictado, más proclives a pasar el sábado con la playstation que comprando cartas de olor para escribirle a una novia de verano.

El primero está de salida para bien del país y de este centroderecha desconcertado entre el escaño y el banquillo. El segundo más vale que se tome en serio la sintaxis o acabará arruinando su reputación.

Atentamente.