Si por Manuela Carmena fuera, si por ella fuera, Madrid sería un mix entre Berlín Este y La Habana, con pacifistas que irían en patinete, delfines en la Casa de Campo y un cartelón en la Puerta del Sol, tuneado, de Federica Montseny o de alguna otra de esa cuerda y de ese tiempo que quizá sean tan suyos (de Carmena).

Si por Carmena fuera, en Madrid se hablaría oficialmente catalán y guaraní, y las avenidas y las calles serían un eterno botellón, una acampada con guitarra y cabra bailona, de día y de noche. Porque si por Carmena fuera, Madrid sería muchas cosas, algo así como la tumba del fascismo coloreada de amarillo y rosa chillón gama Almodóvar.

Carmena vela desde el Ayuntamiento por la reconciliación entre los españoles, y así va quitando lápidas y calles y dejando una ciudad moderna y verde, sin gases contaminantes, ni derechistas en los carteles, ni carmelitas mártires en la memoria. Lo de que las calles brillen de inmundicia en Madrid, hoy, es un problema menor para la alcaldesa, pues Carmena sabe que el municipalismo es un cortijo idóneo para practicar eso tan español de la flor en la cuneta los catorces de abril: que lo de los basureros y la polución se arreglará con tiempo y desgana, igualito que Rajoy con el barcenato.

Echarnos los muertos a la cara, e ir cambiando el callejero forma parte de nuestro ADN más profundo, como el toro de Osborne o Naranjito. Carmena lo sabe, y mientras se piensa si a los burgueses hay que ponerlos a recoger colillas, a ella ya la comparan con Tierno Galván, que tiene narices el desbarre de Rita Maestre. Si el Viejo profesor lanzaba edictos y bandos cachondos e intelectuales, Carmena convida a magdalenas con esa ternura que da el parecer estar medio gagá y tener tiempo y recursos para la bizcochería consistorial.

Lo último de Carmena es mandar la piqueta a todo lo que huela a confesionario y cuartel, y preguntar, si eso, después. Manuela Carmena, así de abriguito, como la Montiel en los peores años, deja Madrid hecho un asco y con su conciencia histórica tranquila.

Ochenta años después, hay quien no se enteró que los nacionales pasaron y que se fueron, que una alcaldía está para el tráfico y las verbenas. Y así en Valencia, Mondoñedo o Madrid. Carmena llega tarde a todo, pero de tan entrañable y moderna hay que perdonarle sus desatinos, sus concejales, sus lápidas repuestas. Sus magdalenas...