Y de repente aparece la diputada con su bebé. Y se lleva tras de sí todos los flashes, todos los comentarios y todos los tuits, que es el rien-ne-va-plus, el sanctasanctórum de la comunicación moderna. Ante ustedes, Diego, el niño de Carolina Bescansa, ora pixelado ora sin pixelar, pasando de mano en mano, de escaño a escaño como metáfora resplandeciente de un ser nuevo y limpio, de un partido nuevo y limpio (a falta de ver qué derroteros toma lo de Irán) en un mundo viejo y sucio.

La decisión de la diputada de llevar a su hijo a la Cámara, incluso de darle el pecho en tan solemne recinto y votar con él en brazos ha despertado apoyos entusiastas y críticas furibundas. No es para tanto.

A quienes ven en el gesto una reivindicación de la conciliación laboral les respondería que ésta no consiste tanto en llenar de criaturas los centros de trabajo como en facilitar a sus progenitores estar más tiempo en casa con ellos. Para quienes opinan que Bescansa ha hecho un burdo ejercicio de exhibicionismo con la intención de ser la protagonista de la jornada, objetaría que está en todo su derecho de preferir cargar con el pequeño a dejarlo con un canguro. O cangura.

Dicho lo cual yo no hubiera llevado a mi hijo al Congreso. Claro, que no soy mujer, ni madre, ni diputada. Pero verán, creo que los beneficios que comporta el no separarse unas horas del bebé no compensan la pérdida de intimidad ni el juicio al que te expones. Porque de inmediato se genera la sospecha de que buscas un publirreportaje gratis. Más, en una jornada en la que eres particularmente protagonista como candidata de tu partido a presidir el Parlamento. Más, si a la hora de comer, fuera de las cámaras, te vas con los camaradas y endosas al lactante.

Es así que nunca sabremos qué pesó más en el ánimo de la diputada, si buscar legítimamente la cercanía del niño o garantizarse el trending topic de la mañana, si la espontaneidad o el cálculo. Aun con dudas y repetando el criterio de la madre, en un caso así prefiero el pudor y la pequeña derrota personal a la ostentación y la victoria pública. Lo cierto y verdad es que, al final y por un día, el bebé dejó de ser el niño de Bescansa para convertirse en el niño de Podemos.