En Viena hay cuatro espejos donde juegan tu boca y los ecos lorquianos. Y hay mendigos por los tejados del deslumbrante vals que nunca, nunca, nunca acabará de morir en tus brazos. En Madrid, sin embargo, a los pedigüeños de Gran Vía y aledaños –Callao, Preciados, Valverde, Desengaño, Soledad Torres Acosta– les ha dado por fingir lo que realmente son.

O lo que, en realidad, todos somos: vendedores de crecepelo.

Publicitan los mendigüays en liza sus habituales indigencias con eslóganes de variada condición, de impecable factura: “Pido para un Porche”. “Pido para un Testa Rosa”. “Para invertir en cervezas y otras drogas”. Y en este plan. Compiten desde sus respectivas esquinas, míseramente acartonados, para convertirse en el aguerrido Don Draper de su mendicante promoción. Actúan como si fueran flamantes mad men al borde del enfisema y no homeless. Son los suyos carteles cuyos lemas han dejado atrás los gastados, aunque efectivos, “Pido para comer”, “Ayúdeme” o “Tengo hambre”.

Se llevó mi premio, el amago de carcajada y una moneda de dos euros, el que la otra tarde había escrito en su cartel: “Aunque sea una sonrisa”. Me pareció brillante. Digno de un Don Draper con soberana vocación de indigente.

Gestionan el pánico, las bombillas y las inclemencias del crudo invierno, caracterizados de coaches de su propio infortunio, los mendigüays en este agónico Madrid 2015. Mientras tanto, a nuestro fulgurante paso, acarician una y otra vez el lomo de sus escuálidos perros color perro. O rebuscan restos de redención en el fondo de los envases de los churretosos mcnuggets de pollo. Y sonríen, siempre sonríen, aunque de manera iracunda, asomándose al interior de nuestros almarios. Calculan, a nuestro paso, peliagudas estrategias de marketing online. Se conjuran para sonsacarnos el último céntimo de euro del bolsillo. Confinan toda nuestra compasión en spots de lotería que, afortunadamente, no resultan tan lacrimógenos como los originales.

Son ellos los que tratan, esta vez, de animarnos desde el rincón de la calzada. Deben vernos fatal. De seguir así las cosas, acabarán por ser ellos quienes nos den limosna algún día no lejano.

Hasta para mendigar hay que estar a la última. Que no en las últimas. Toca seguir alguna moda. Ya sabemos lo triste que es pedir. Pero para hacerlo toca ser rimbaudianamente moderno. Por eso se comportan los carpantas madrileños, en este momento de la pertinaz crisis, como si fueran George Clooney y estuvieran dentro de un anuncio de Nespresso: nos arrojan, violentamente, sus sonrisas.