Resumen de lo publicado.-La Policía ha detenido a Chavito y Lenin, dos de los anarquistas atracadores. Ángel Navarrete se esconde en casa de sus tíos. 

Pepe Mañas estaba en la Escuela de Arquitectura, leyendo un artículo interesante de Romanones en La Nación, que se había olvidado su jefe sobre la mesa, aprovechando una pausa, cuando se abrió la puerta y apareció en el despacho de la Junta una pareja de policías. “Pepe, estos hombres quieren hablar contigo”, le dijo la secretaria. Los agentes pidieron que se pusiera el abrigo y los acompañara.

-Pero ¿adónde vamos? –preguntó Mañas, encarándose con ellos, sorprendido.

-Le está esperando el comisario Lino. 

Pepe Mañas cogió su abrigo y se despidió de sus compañeros.

-Supongo que volveré enseguida...

-Tranquilo, Pepe –dijo Basilio-, ya se lo digo yo a los jefes. 

Unos momentos después los dos uniformados lo acompañaban andando de manera acompasada, calle arriba, hasta la Dirección General de Seguridad, entonces en la calle Reina. Por la calle de Toledo y en la plaza Mayor empezaba a haber puestos de castañas asadas. Las tiendas decoraban sus escaparates con coloridas guirnaldas, figuritas de belén y otros objetos típicos de la Navidad. También corría un airecito frío y Mañas hundió sus manos en los bolsillos del abrigo y se subió el cuello. Al llegar a la Dirección General, los guardias de la entrada se apartaron y los agentes lo condujeron escaleras abajo hasta un cuarto destartalado, con un banquillo corrido a lo largo de la pared, en el sótano. Había allí detenidos un par de rateros que ni se inmutaron al verlo llegar. Al poco entró un guardia y los miró a todos.

-A ver, don José Mañas.

-Soy yo. 

-Usted sígame… Esos dos que ingresen en calabozos. 

Pepe se levantó y siguió al guardia por el pasillo, y luego escaleras arriba. El guardia abrió la puerta de un despacho y le dejó pasar. Dentro, un hombre obeso sentado al otro lado de la mesa levantó la vista para mirarlo. Una ventana, detrás de él, daba a la calle Reina. La luz que iluminaba la estancia era una luz invernal, tenue.

-Siéntese, señor Mañas. Soy el comisario Lino y, como supongo que sabrá, estoy investigando el caso del atraco de la Villa que se produjo el pasado treinta de noviembre… 

-Sí, pero no sé que tiene que ver conmigo. 

El comisario Lino hizo como si no le hubiera interrumpido.

-…El pasado fin de semana detuvimos, prácticamente, a todos los participantes, con la salvedad de un conocido de usted, Ángel Navarrete. Es el único que falta por localizar. Tengo entendido que usted y él son amigos del barrio, y que mantienen buena relación. En Carabanchel me dicen que acostumbran a tomarse algún vino de vez en cuando juntos…

Mañas fingió estar sorprendido.

-¿Ángel está involucrado en el atraco?... 

-Claro, no me diga con que no estaba usted al tanto. 

-No lo estaba, no. 

-¿Está usted seguro?

El comisario Lino clavó en él los ojos.

- Por supuesto.

-¿Y no ha visto usted a Navarrete en ningún momento desde el día treinta del mes pasado, ni sabe dónde se halla? 

-No. 

-¿No ha ido Navarrete a la tienda de ultramarinos de sus padres en ningún momento?

-No.

-Y sin embargo ustedes dos son grandes amigos. ¿No le ha extrañado su desaparición? 

-En estos últimos tiempos preparo oposiciones a notarías. Apenas salgo y, cuando nos vemos, es de Pascuas a Ramos. De verdad que no tenía ni idea de que pudiera estar involucrado en un asunto así… Y me sorprende, porque lo suyo es el activismo político. Pero esto… Jamás se había asociado a nada parecido. 

Al comisario Lino se le puso cara de fastidio. Un secretario transcribía a máquina, a un lado, la declaración. Lino se puso en pie. Se paseó por la estancia. Se apoyó en la mesa y esta, algo coja, se venció de un lado. Desde lo alto observó por la ventana el trasiego de tranvías abajo, en la plaza.

- Obviamente, debo creer en su palabra. Pero queda usted advertido. Le insto a que, si sabe dónde está, nos lo haga saber. Y si vuelve a tratar con él, venga inmediatamente a contárnoslo. 

- Por supuesto. 

El comisario hizo sonar un timbre.

-El señor Mañas puede irse. Acompáñenle a la calle.

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