Al Congreso de los Diputados no se llega; se entra. Así hizo el otro día Pablo Iglesias, cuando entró para quedarse y tomó asiento en el banco azul; poyete donde los mandas acomodan trasero y engordan próstata. Era jornada de puertas abiertas y hubo aplausos para Pablo y mucha incomodidad para Celia Villalobos que parecía respirar con el pecho machacaíto de cristales ante la presencia del colega.

Como la señora Villalobos anda corta de contención, fue hacia él, a soltarle una charla de cascabel gordo. Pero claro, el lenguaje está lleno de trampas para las personas que no suelen pensar lo que dicen. Es lo que tiene no saber llevar la derrota a la manera cervantina, como si fuese victoria. Mal perder, que se llama en mi barrio.

Desde un primer momento, la Señora Villalobos marcó diferencias para aproximarse a un Pablo Iglesias que permanecía escuchador y sonriente. A juzgar por la expresión de su rostro, Pablo Iglesias no parecía sorprendido ante la llegada de uno de esos zombies que surgen en el claroscuro gramsciano. "Diferente es que tú no tengas ninguna experiencia y puedas vender lo que quieras", le recriminaba a Pablo Iglesias.

La doble negación, utilizada por Celia Villalobos, no hizo sino afirmar la experiencia de un profesor de ciencias políticas que, sin proponérselo, ganó la batalla dialéctica, desde el silencio y antes de empezar a hablar. Por contra, Celia Villalobos demostró con su cháchara que la política que practican desde el Partido Popular es la del "poder vender". Una política secuestrada por  una casta con vicios mercantiles donde los votos se canjean por dinero, acumulando un crédito que el pueblo ha de pagar con  madrugones. Mientras tanto, la señora Villalobos echa un sueñito en la bancada.

No es demagogia, escribo desde la lucha de clases, la misma que niega que toda propuesta de justicia social se traduzca en compra-venta. Políticas donde las necesidades se convierten en demanda y los derechos se ponen de oferta cada cuatro años, como si fuera una casa de putas en el #BlackFriday o como se escriba eso.

Pero no quiero emputecer este escrito, vine aquí a decirle a Pablo que no se despiste, que no pierda la pista al camino de estrellas que se refleja en los charcos. Para recordárselo en 140 caracteres:

La meta de un revolucionario es dejar de ser útil cuanto antes, señal de que ha logrado justicia social. Lo demás es malo para la próstata.