Los atentados de París ha conmocionado a la comunidad internacional no sólo por la magnitud de la masacre, sino porque vuelve a quedar patente que las democracias occidentales y sus valores estarán en peligro mientras exista el Estado Islámico. El golpe asestado por los terroristas en el corazón de Europa ha relegado a un segundo plano la agenda económica de la décima cumbre del G-20 y obliga a las potencias a ser capaces de definir y coordinar una respuesta definitiva. Es el gran desafío y hay que ser consecuentes porque una amenaza global requiere una actuación conjunta.

Los jefes de Estado, presidentes y demás representantes del G-20 deben tomar como referencia los atentados de París para arrancar a la comunidad internacional el compromiso firme y unívoco de acabar de una vez por todas con la principal factoría de odio y muerte del yihadismo internacional.

En este sentido, cobran valor tanto las declaraciones del secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, advirtiendo que este G-20 constituye una "oportunidad diplomática única para acabar con la violencia", como las expresadas por la aspirante demócrata Hillary Clinton, en el sentido de que la lucha contra el Estado Islámico, aunque el liderazgo de Washington sea esencial, "no puede ser una pelea [exclusiva] de Estados Unidos".

Los gobiernos son conscientes de que la revisión de los protocolos de colaboración entre policías y de control de fronteras e inteligencia es inaplazable, por lo que la Comisión Europea ha convocado a los ministros del Interior a un consejo extraordinario el próximo viernes. Sin embargo, la capacidad operativa demostrada por el comando que atacó París desvanece cualquier certidumbre de seguridad. Europa está en guerra contra el terrorismo internacional: no se trata de una opción ni tampoco de algo opinable, sino de una realidad impuesta a base de sangre y bombas.

Capacidad criminal

Desde los atentados contra Charlie Hebdó, los asesinos de Daesh no han parado de demostrar su capacidad criminal con atentados cada vez más horrendos y traumáticos. No hay que olvidar que cada vez son más los indicios de que detrás del derribo del Airbus que hace una semana cayó en la península del Sinaí está también el Estado Islámico. Ni tampoco que la penetración yihadista en Francia, Bélgica o España parece imparable por muchas células que se desarticulen. El origen francés de uno de los terroristas de París y el hecho de que los atentados se coordinaran desde Bélgica vuelve a poner en evidencia hasta qué punto el enemigo está en casa. La sola posibilidad de que un terrorista huido pueda haber pasado a España es un motivo añadido de preocupación, además de una exigencia de corresponsabilidad.

Que un terrorista lograra penetrar en Europa aprovechando el éxodo de refugiados ni justifica que Occidente renuncie a los valores de la civilización que inventó la democracia ni, por tanto, puede implicar una merma en nuestro compromiso con los refugiados, las otras víctimas del yihadismo, aunque se tengan que extremar los controles. También hay que exigir a la comunidad musulmana que se implique más en su repulsa de los atentados. Llegados a este punto no basta con que los imanes condenen la violencia con pasividad: ante actos criminales en nombre del Corán lo lógico es que los musulmanes fueran los primeros en salir a la calle a manifestarse.

Por mucho que colaboren y se afanen los servicios secretos y la policía no hay sistemas infalibles. La solución contra este tipo de terrorismo pasa por cercenar la capacidad del Estado Islámico de captar y adoctrinar y exportar terroristas, por lo que es inexcusable combatirlo con todos los medios y recurriendo a todos los aliados posibles. Veteranos de Afganistán e Irak no dudan de que el único modo de combatir con eficacia contra el Estado Islámico es sobre el terreno, una posibilidad que la comunidad internacional debe plantearse y que implicaría luchar hombro con hombro con el dictador sirio Bashar Al Asad, como siempre ha querido Putin. Francia ya ha pedido una aproximación a Moscú y parece evidente que entre seguir encajando atentados periódicos y aliarse con un sátrapa, hay que ser pragmáticos y elegir el mal menor. Que la intervención en Irak no estuviera justificada no es argumento para que Europa y el resto de Occidente no ejerzan ahora su legítima defensa. La foto de familia de los líderes del G-20 debe ser también la imagen del compromiso de la comunidad internacional contra el Estado Islámico.