Sigue Aznar dando leña al mono mientras Rajoy continúa pensando en resucitar a Ana Mato para dotar de mechas las listas de diciembre. El Partido Popular se va por la pata abajo y se descompone cada hora que pasa. Las ratas empiezan a abandonar el barco y a poner en tela de juicio -¡a buenas horas!- la podredumbre del capitán y su tripulación, sin caer en la cuenta de que hasta ahora soportaban sin rechistar el hedor y de que el Titanic ya se ha partido en dos y se dirige al fondo del saco del olvido.

Y lo peor de todo, además, es que tras el ridículo catalán los populares han dejado de ser un partido necesario para el votante de centro derecha y para ese conglomerado financiero-empresarial que siempre se ha sentido mucho más cómodo, en todos los sentidos, con la diestra. El PP se desangra. Y su drama radica en que, para este imprescindible sector del electorado, el voto realmente útil ya empieza a ser Ciudadanos y Albert Rivera.

Ni tan siquiera los conejos de chistera, fuegos de artificio o inauguraciones de dibujos animados de última hora parecen tener la capacidad de frenar la caída con estrépito de quien hace cuatro años tenía todo el poder nacional, autonómico y municipal, con contadas excepciones, y que hoy se debate entre el cero y la nada. 2015 lleva camino de ser la tumba del PP de Mariano Rajoy. La debacle de la inacción como argumento político. El fin de la cobardía como estrategia de supervivencia. El ocaso, en resumidas cuentas, de una forma de entender el servicio público basado únicamente en el mantenimiento del líder incompetente en detrimento del bien común, de la lógica democrática y de la higiene mínima y necesaria que la ciudadanía exige a sus gobernantes.

Empezaron el año perdiendo 2.600.000 votos, 16 puntos porcentuales y ocho escaños en las europeas y no abrieron la boca; después se dejaron en el camino más de 500.000 votos, 14 puntos y 17 escaños en las andaluzas y tampoco dijeron ni pío; en las municipales extraviaron otros 2.416.000 votos, 10 puntos y más de 3.740 concejales y miraron para otra parte; la autonómicas del mismo día se llevaron por delante más de 2.000.000 de votos, casi 16 puntos y los gobiernos de seis comunidades y siguieron sin mirar de frente; y por último, las catalanas del pasado 27 les birlaron otros 123.000 votos, cuatro puntos y medio y ocho escaños en el Parlament, y siguieron eludiendo cualquier tipo de responsabilidad. Sólo les queda el 20-D y si los pronósticos que manejan incluso en Génova se cumplen poco importará lo que tengan que decir al día siguiente.

Rajoy parece haberse convertido, intuyo que sin buscarlo, en un ferviente seguidor de Groucho Marx, para quien la política "es el arte de hacer lo contrario de lo que se dice, buscar problemas a conciencia, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso de la situación y aplicar después los remedios equivocados".