Resumen de lo anterior: pizpireta catalana cuenta que ella vivía tan ricamente convencida de su superioridad ética, estética, política y por supuesto periodística sobre el resto de la España no socialista hasta que petó el caso GAL, y ya nada volvió a ser igual.

Esto de la superioridad ética parece una tontería pero es importante. A ver: hay nacionalismos muy étnicos, muy renegríos. Y los hay más sutilmente enmarranados. ¿Se acuerdan de que Hitler tuvo que obligar a los judíos a coserse estrellas amarillas para reconocerlos? Él mismo, Herr Adolfo, con esos ojos y ese porte, pudo acabar fácilmente en Auschwitz de toparse con un SS despistado, pongamos Günter Grass de joven.

Humor negro o incluso ceniciento aparte, a donde yo quería ir a parar es que en mi propia experiencia de catalana beligerante, cuando lo fui, pesaba no tanto una certidumbre de ser distinta como de ser mejor. En todo. Y víctima de los peores, claro. La paranoia es tan hermosa. Se ve el mundo claro como un cristal.

En mi caso el cristal se rompió por el caso GAL como pudo hacerse trizas por cualquier otra cosa que los sabios de mi tribu se negaran a admitir que había sucedido y que se podía y se debía denunciar. Nunca olvidaré el comentario en confianza de un amigo del PSC al que llamé por teléfono para darle la primicia -y de paso el pésame- ante la inminente entrada de Rafael Vera y José Barrionuevo en la cárcel de Guadalajara. Me envolvió a través del auricular su silencio grave, que llegué a creer histórico. Me lo imaginé como Marco Antonio contemplando a los asesinos de César… Hasta que va el menda y me dice: "¡Pues si esto es lo que entienden Aznar y Pedro J. y la prensa facha de Madrid por convivencia democrática, se van a enterar!".

Se enteraron, se enteraron. Nos enteramos todos. De que esa guerra mal llamada civil, y que en verdad deberíamos llamar cíclica, no había hecho otra cosa que volver a empezar. Y que valía todo. Sigue valiendo. Cada vez más, y cada vez en más bandos.

¿Continuará? Ya no. ¿Para qué? Yo ya no creo en buenos y malos. Sólo en responsables e irresponsables. En uncidos a la noria de lo que no se puede pensar ni decir y en libres de luchar contra la peor cobardía que hay, que es la de no atreverse a mirar a la cara las propias miserias y errores, ni a pedir jamás perdón. Por nada. A nadie.

Bienvenidos a Un Carnívoro Cuchillo y a mi manera de sacar punta a EL ESPAÑOL.