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En Taxi Driver, Robert de Niro interpreta a un veterano del Vietnam que -ante su insomnio crónico- consigue una plaza de taxista. Nueva York es el escenario de su progresivo envilecimiento moral, en el que será testigo directo del vertiginoso descenso de la sociedad hacia los abismos de la miseria y la depravación. Un fresco urbano, el de Times Square (TS), repleto de camellos, chulos, putas y luces de neón se abre al espectador en una Nueva York, años ‘70, gris, corrompida e infestada de gentes de mal vivir.

Desde el verano del 2013, proliferan por la zona mujeres jóvenes, fundamentalmente latinas, que con un escueto tanga y los pechos pintados de colores patrióticos, se ofrecen a posar con los turistas a cambio de una propina.

Tampoco es que las desnudas -como las llaman en NY- hagan su agosto, pues trabajando entre 10-12 horas diarias, sus ingresos medios por jornada rondan los 300 dólares. En septiembre, cuando empieza a refrescar, se vuelven a Miami.

Pero este verano la cosa ha ido a más y la polémica suscitada en los medios a raíz de las quejas -que se amontonan en la policía- por la supuesta agresividad con la que reclaman el dinero, ha despertado la atención de los políticos, lo que no quita para que a los turistas les siga fascinando la destreza de estas mujeres para guardar las propinas -sin ropa ni bolsillos- en su desnudo cuerpo.

La mitad de las denuncias procede de los que se consideran ofendidos por las desnudas y la otra mitad, de quienes se incomodan porque las mujeres los atosiguen o los toquen, manchando sus trajes.

La degradación urbana que reflejaba Taxi Driver dejaba al descubierto el lado más oscuro de NY, que Scorsese eligió porque representaba el desorden en el que vivía el personaje encarnado por De Niro.

Años después, ese TS caótico, peculiar e indiscutible icono que sigue atrayendo a los turistas es, de nuevo, un lugar inseguro, alejado del tiempo en que el sheriff Giuliani limpió la ciudad.

El malquerido alcalde de NY, Di Blasio, no quiere que mendigos agresivos intimiden a los turistas, que bastantes tasas pagan ya como para encima ser víctimas de estos artistas. Así que ha puesto en marcha una task force (funcionarios, políticos locales y empresarios) para buscar soluciones y, entretanto, 100 efectivos policiales empezarán a patrullar la zona en octubre.

Y es que en NY no faltan leyes que regulan la mendicidad, prohíben dormir en las calles, defecar o copular en lugares públicos, por no hablar de los perros sin licencia. Pero cada vez se cumplen menos.

Más que las desnudas, lo que realmente preocupa a la policía de NY es que TS se haya convertido en el centro de reunión de personajes disfrazados (desde superhéroes hasta iconos de Disney) cuyo aumento está provocando altercados y detenciones. Solo cuentan con el apoyo de quienes defienden que pasar el día disfrazado a cambio de unos pocos dólares es un medio de trabajo.

Hace tiempo que NY dejó de ser el referente mundial para convertirse en una ciudad desbordada por el crimen violento, la pobreza, la discriminación racial, el ruido, la contaminación, la suciedad y la corrupción a todos los niveles; una ciudad en la que escasean las escuelas, el empleo y la justicia para todos y donde la gente orina en la calle. Así que no les falta razón a quienes piden al alcalde que limpien el metro -cada vez más sucio, ruidoso y peligroso- y dejen a las desnudas en paz.

La ley, a favor de dejar de ver la desnudez como algo inmoral. Estas mujeres tienen de su lado el derecho desde que -hace 20 años- el TSJ del Estado consideró legal llevar los pechos al aire en NY. Pero el alcalde insiste en que no son artistas creativas sino mendigas cuyos agresivos intentos por sacarles el dinero a los turistas deben ser regulados.

Ellas ya han reaccionado, tachando la medida de injusta, además de suponer un despilfarro de recursos: ‘nos quieren criminalizar cuando no estamos haciendo nada malo y hay problemas mayores en la ciudad'.

Algunos ven aquí un trato discriminatorio porque, si bien la ley del Estado de NY limita la posibilidad de que las mujeres trabajen en top less (en público, con propósitos comerciales), no existe normativa similar para los hombres. Buen ejemplo de ello es el Cowboy Desnudo que, con guitarra, sombrero y botas, actúa en calzoncillos y es todo un icono de la zona.

Tampoco la policía contempla detener a las mujeres por indecencia pues se podrían defender aduciendo que son artistas urbanas. La raya que marca la intervención es el robo, el asalto que no está protegido por la Primera Enmienda de la Constitución, mientras los críticos sostienen que considerar la vulgar mendicidad como ‘expresión artística' es risible.

Habrá que ver cómo nuestras alcaldesas nacionales afrontan la cuestión de las desnudas que, a no tardar, tendremos en las plazas y calles de Madrid y Barcelona, posando para los turistas de provincias que no van a desaprovechar la ocasión de retratarse con la maciza envuelta en los colores de la bandera de turno.

Los personajes disfrazados -gente pacífica que se contenta con la propina ocasional- llevan tiempo en nuestro asfalto, sin indicios conocidos de violencia. Parecen, aquí, improbables episodios como el de NY donde la policía arrestó a un individuo disfrazado de Olaf -un personaje de ‘Frozen’- después de que una mujer lo acusara de rechazar su propina de un dólar, exigiendo que le diese veinte.

 

Luis Sánchez-Merlo fue secretario general de la Presidencia del Gobierno entre 1981 y 1982