En muchas ocasiones la tecnología va por delante de los usuarios. Machine learning, inteligencia artificial y el uso de datos de millones de dispositivos a la vez hace que lleguemos a confiar ciegamente en ella. Uno de los ejemplos más avanzados es Google Maps, que suele acertar siempre en las rutas y al que suelo hacer caso.  

Precisamente ese fue el problema de cientos de conductores que, en plena operación salida de Navidad y con el temporal Fabien azotandoconfiamos ciegamente en el servicio cartográfico de Google y acabamos en un camino inundable, lleno de socavones y no apto para todos los vehículos. Afortunadamente la historia acabó bien y llegamos al destino con una anécdota que contar y aprendiendo que Google Maps no siempre lleva razón.

Madrid-Málaga, esa es la ruta que el sábado por la mañana, uno de los días clave de la operación salida de Navidad, nos dispusimos a hacer mi mujer, mi hijo de 11 meses y un servidor. Teníamos maletero y depósito llenos, así como algo de comida y agua a mano, siendo conscientes de que la carretera iba a estar cargada y el tiempo no iba a ayudar. Arranqué el coche, conecté el iPhone al vehículo y marqué la ruta en Google Maps como suelo hacer en cada viaje. 

"Teníamos que haber salido antes"

Nos daba una estimación de ruta unos 40 minutos superior a lo habitual, algo entendible por las fechas que eran. Iniciamos la marcha sin problemas, y a la hora de viaje Google nos avisó de que había obras en la A4 un poco después de Despeñaperros, lo que nos demoraría aún más. "Teníamos que haber salido antes", pensé, pero ya no quedaba otra que echarle paciencia y rezar porque el pequeño llevase bien tantas horas de coche.

Sonaba Zahara en la playlist de Spotify, los limpias trabajaban a todo trapo para luchar contra las cortinas de agua que se sucedieron por el camino y todo fue sin problemas hasta pasar Despeñaperros. En torno a las 13 horas el bebé despertó de una larga siesta en pleno atasco de las obras anunciadas por Maps previamente. Tenía hambre y acaban de dar las 13 horas, así que decidimos parar a comer un poco más adelante, en Santa Elena (Jaén) en una gran estación de servicio de menús y bocadillos.

Estaba hasta arriba, estábamos todos. Desde turistas bajados de los autobuses que se agrupaban en la puerta hasta familias con varios niños. Por estar, estaba hasta Cándido Méndez, a quien teníamos en la mesa de al lado haciendo un descanso con su familia antes de proseguir con su viaje. Un ajetreo dentro de la normalidad de una operación salida.

Un (mala) ruta alternativa

Mientras estábamos descansando Fabien apretó. Lo árboles se movían, la lluvia caía con fuerza y el atasco en la A4 iba creciendo. En ese punto Google Maps propuso una vía alternativa al atasco: incorporarnos a la A4 cuando las obras ya habían pasado para evitar el colapso de la carretera principal. Aunque el camino era más largo, en estimación de tiempo ahorraríamos unos 35 minutos, así que lo vimos bien. 

Reanudamos la marcha y en seguida nos salimos de la carretera principal para ir por Navas de Tolosa, bordear la zona industrial de La Carolina y al poco ir por una vía de servicio para incorporarnos a la A4 más adelante. Sin embargo, Google no contó conque esa vía de servicio estaba cerrada y el camino paralelo estaba mal señalizado en la aplicación, algo que no supimos hasta estar dentro.

Ante una ruta desconocida, fuerte lluvia, muchos coches que íbamos haciendo caso al servicio de Google y señalizaciones confusas por las obras acabamos poniendo nuestra confianza en Maps porque marcaba como despejado la segunda salida de la rotonda por donde iban saliendo cada vez más coches. Así que por ella fuimos, y fue un error.

De carretera a campo

La carretera de pronto desapareció para transformarse en grava, la grava derivó en un camino de tierra y la tierra compacta acabó siendo un campo minado de socavones y riachuelos improvisados. Una superficie sólo apta en esas condiciones para que tractores y 4x4 se moviesen con soltura junto a una inmensa plantación de olivos. 

"¿Qué hacemos?", nos preguntábamos. Pues nada, seguir para adelante ya que teníamos una gigantesca cola de coches por delante que habían caído igualmente en la trampa de Google Maps, y otros tanto por detrás, así como no sabíamos cómo de tortuoso iba a ser realmente el camino mientras que la aplicación seguía dando una estimación favorable de ruta. 

En esta cola de coches era especialmente útil seguir el trazado del vehículo de delante, ya que como los socavones estaban cubiertos de agua, no sabías qué profundidad tenían realmente y si podían ser un peligro para la integridad de las ruedas. Esto se tradujo en un camino zigzagueante en el que se producía un casi hermanamiento entre el coche de delante y detrás, pues todos teníamos el mismo objetivo: salir de allí.

No fue hasta pasado más o menos el primer kilómetro cuando apareció el primer riachuelo y la señal que nos preocupó más: "inundable". Lo que provocó una urgencia mayor en salir de allí antes de que Fabien apretara aún más. La salida de agua de la carretera principal la sorteamos sin problema, pero le sucederían otras tres con diferentes caudales en los 3,5 km que duró nuestro particular Dakar.

Conforme avanzábamos por el camino los socavones eran cada vez mayores y en el terreno íbamos teniendo cuestas que hacían la conducción cada vez más y más complicada. Para más inri, Google Maps seguía marcando el trazado como despejado y veíamos en paralelo que la carretera principal ya se había despejado y los coches circulaban por ella a 120 km/h. La muestra de que lo barato sale caro.

Un terreno no apto para todos

Finalmente, salimos airosos del tortuoso camino tras una media hora de conducción cuidada y siendo consciente de la importancia de cada acelerón, y de cada giro de volante. El camino volvió a asfalto, acabamos en la calle Escolástica de Carboneros -donde además había una patrulla de la Guardia Civil-, recorrimos el pueblo y ya salimos a la autovía principal para retomar el camino a Málaga con normalidad.

Una vez llegamos a Carboneros respiramos, con la tranquilidad de que el pequeño no se había enterado de nada porque había estado dormido desde que nos subimos al coche por segunda vez. En esta ocasión tuvimos suerte porque íbamos con un coche distinto al habitual, y dimos gracias por ello. 

Nuestro coche habitual es un compacto con el morro bajo que, sin duda, habría dado con alguno de los socavones que sorteamos el sábado. Sin embargo, tuvimos la suerte de que se demoró más de la cuenta en el taller y nos dejaron un SUV con tracción a las cuatro ruedas como sustituto. Un as en la manga improvisado que nos permitió no caer en la trampa a la que nos llevó Google Maps. 

Finalmente, el resto del trayecto fue plácido y tranquilo. Los limpias siguieron funcionando a tope, la carretera estuvo despejada todo el camino y el peque volvió a despertarse poco antes de llegar a casa de los abuelos.

Un final feliz que nos deja una moraleja: Google también se equivoca, y nosotros con él. 

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