El 2 de septiembre de 1859, extensas regiones de la Tierra se iluminaron en plena noche. Espectaculares auroras boreales fueron visibles en lugares como Madrid, Hawái o La Habana, a miles de kilómetros de los polos. La causa fue la tormenta solar más grande jamás registrada hasta hoy, y su efecto fue mucho más allá de esas increíbles estampas nocturnas.
Los sistemas de telégrafo, el principal medio de telecomunicación de la época, quedaron inutilizados y el incipiente sistema eléctrico sufrió cortes, cortocircuitos e incluso incendios en varias zonas de Europa y Norteamérica.
La causa fue el evento Carrington, llamado así por su descubridor, el por entonces astrónomo aficionado Richard Carrington. Lo que vio por su telescopio mientras contemplaba unas manchas solares fue una llamarada solar que lanzó una gigantesca eyección de masa coronal hacia nuestro planeta, con una energía equivalente a diez mil millones de bombas atómicas. Algo que podría repetirse cualquier día, según alertan expertos de todo el mundo.
Por eso, para descifrar los secretos y efectos del Sol, la Agencia Espacial Europea (ESA) tiene en órbita sondas como la Solar Orbiter y ha realizado un ejercicio de simulación para preparar a sus equipos frente a una tormenta solar de magnitud similar.
Un evento de estas características afectaría de lleno a servicios como Copernicus, que ha demostrado ser de vital importancia para monitorizar catástrofes como la DANA. Una misión que, si todo sale como está previsto, a partir de mañana contará con un nuevo componente, el satélite Sentinel-1D, que será lanzado por un cohete Ariane 6 desde el Puerto Espacial de Kourou, en la Guayana Francesa.
Ilustración del cohete Ariane 6 liberando el satélite Sentinel-1D
El simulacro enfrentó a los técnicos de la ESA a la interrupción de señales, errores en la navegación y a perturbaciones severas en la electrónica de los satélites, incluso al riesgo de colisión. Pero, ¿qué ocurriría en la Tierra?
El colapso
“El suceso sería mucho peor que el apagón que sufrimos el pasado mes de abril en España", explica a EL ESPAÑOL - Omicrono Consuelo Cid, catedrática de Física Aplicada en la Universidad de Alcalá de Henares y coordinadora del Grupo de Investigación de Meteorología Espacial.
"En el apagón sólo nos faltó la electricidad y los servicios asociados a ella, pero los sistemas de posicionamiento y tiempo, como el GPS y similares, siguieron funcionando”, señala Cid.
Sin embargo, "en la peor de mis pesadillas, no puedo ni imaginar las consecuencias de una paralización simultánea de esos sistemas y de un apagón eléctrico. Los sectores afectados incluirían, entre otros, el transporte, todo tipo de telecomunicaciones y gran parte de los sistemas informáticos a nivel mundial”.
La meteorología espacial
"También es posible que las conexiones a Internet de larga distancia, como los cables ópticos submarinos que conectan, por ejemplo, Europa y Estados Unidos, se vean perturbadas o dejen de funcionar durante el evento", explica a este periódico Juha-Pekka Luntama, responsable de la Oficina de Meteorología Espacial de la ESA. "No se salvarían tampoco las capacidades de defensa europeas, que podrían ser vulnerables ante un evento de semejante magnitud.
No es un escenario imaginado por un escritor de ciencia ficción con cierto gusto por anticipar catástrofes. Cid recuerda un artículo publicado en 2012 en la revista Space Weather que indicaba que la probabilidad de que sucediera otro evento Carrington era del 12%.
Sin embargo, matiza la experta española, “hoy sabemos que el índice Dst (Disturbance Storm Time) que tuvieron en cuenta mide la actividad geomagnética a nivel global, mientras que las -850 nanoteslas (nT) registradas entonces se produjeron a nivel local, concretamente en la India".
Así, aunque no existan estudios que determinen la probabilidad de que un suceso de ese tipo vuelva a ocurrir, "el hecho es que un día más o menos cercano sucederá". Y puede ser antes de lo que pensamos.
Aurora boreal vista desde la ISS
El ciclo solar, que se produce cada 11 años, en el que el campo magnético del Sol invierte su polaridad alternando entre periodos de mínima y máxima actividad, está en máximos a lo largo de este 2025. Eso no quiere decir que sea más probable que suceda ahora, pero sí “sabemos por observaciones anteriores que las grandes tormentas suelen producirse entre uno y dos años después del máximo solar", explica Luntama.
Por lo tanto, "la probabilidad de que se produzca un gran evento solar será superior a la media durante los próximos años”, concluye Luntama. Y conviene estar preparados.
Sin paraguas
Tras más de 25 años estudiando el Sol y su interacción con la Tierra, el principal objetivo de Consuelo Cid es predecir con la mayor precisión y antelación posible los impactos de la actividad solar. “Así, mi trabajo no sólo me permite avanzar en el conocimiento científico, sino también, ayudar a la sociedad”, cuenta.
Su contribución ha sido crucial, por ejemplo, en el desarrollo del Servicio Nacional de Meteorología Espacial, una entidad pionera que lleva una década proporciona información y alertas en tiempo real sobre la actividad solar y sus posibles efectos en las infraestructuras terrestres.
El servicio, que el propio Luntama señala como el gran ejemplo a seguir por otros países, monitoriza en tiempo real diferentes parámetros, como alteraciones del campo magnético o el flujo de partículas solares, integrando datos de distintos satélites y observatorios.
La información se actualiza constantemente en el portal senmes.es, con un esquema de colores que resalta cómo puede afectar la actividad solar a sectores como las eléctricas, la aviación comercial, las comunicaciones o el transporte ferroviario. ¿Es suficiente para anticiparse a un futuro evento Carrington?
“Europa dispone de científicos muy bien preparados, infraestructuras tomando medidas excelentes, y productos de monitorización y predicción muy buenos”, reconoce Cid.
Sin embargo, la experta detecta una “evidente falta de preparación” en los usuarios potencialmente afectados, desde las compañías eléctricas y de telecomunicaciones hasta los pilotos de los aviones.
Servicio Nacional de Meteorología Espacial
“No son conscientes de a qué se van a enfrentar o prefieren ignorarlo", asegura. "Es como si, cuando llueve, sales a la calle sabiendo que te dejas el paraguas en casa. Tenías la capacidad de evitar mojarte, pero decidiste ignorarla y te mojaste”.
En esa misma dirección, Luntama se muestra convencido de que "la preparación para este tipo de fenómenos debería mejorarse mediante la organización de ejercicios, en los que los operadores de infraestructuras críticas pusieran a prueba sus planes y procedimientos de mitigación del impacto de fenómenos meteorológicos espaciales graves y extremos".
Ambos coinciden en que la mayor laguna en la preparación europea "es que actualmente no existe un servicio operativo de meteorología espacial que cubra toda Europa, para garantizar la seguridad y la resiliencia de las infraestructuras críticas”.
Caos espacial
Volvamos al espacio y a la órbita baja de la Tierra, ese lugar que empieza a gentrificarse como el centro de las ciudades, por la creciente afluencia de satélites y basura espacial.
En ese entorno, la tormenta solar simulada por la ESA se dividió en tres fases: primero, una llamarada solar X45 afectó los sistemas de comunicación y navegación minutos después del lanzamiento simulado del Sentinel-1D, dejando los radares y sistemas de rastreo completamente inutilizados.
"La erupción solar tomó por sorpresa a los miembros del equipo", asegura Gustavo Baldo Carvalho, responsable principal de simulación de Sentinel-1D. "Pero una vez que recuperaron la compostura, supieron que había comenzado la cuenta atrás. En las siguientes 10 a 18 horas, se produciría una eyección de masa coronal y tenían que prepararse para ello".
Dos técnicos de la ESA durante la simulación
Después, una oleada de partículas energéticas golpeó la electrónica a bordo, provocando fallos temporales y peligros de daño permanente. Finalmente, una gigantesca eyección de masa coronal alcanzó la Tierra, 'hinchando' la atmósfera y alterando las órbitas de los satélites, lo que multiplicó el riesgo de colisiones y acortó la vida útil de las misiones.
"Si se produjera una tormenta de este tipo, la resistencia aerodinámica de los satélites podría aumentar en un 400 %, con picos locales en la densidad atmosférica. Esto no solo afecta al riesgo de colisión, sino que también acorta la vida útil de los satélites debido al aumento del consumo de combustible para compensar la degradación de la órbita", afirma Jorge Amaya, coordinador de modelización meteorológica espacial de la ESA.
Mejoras en la prevención
En Europa, “el servicio de meteorología espacial se ofrece de forma preoperacional desde la ESA”, señala Cid. Estos datos se basan en información obtenida por grupos expertos de diferentes países, entre ellos el de la Universidad de Alcalá de Henares.
Para la catedrática española, “lo prioritario es disponer de un servicio plenamente operacional 24/7, pero eso pasa por aumentar la financiación destinada a este servicio por parte de los países miembros”, entre ellos, España.
"El establecimiento del Servicio Europeo de Meteorología Espacial operativo sería una prioridad muy importante", coincide Juha-Pekka Luntama. Su puesta en marcha "es fundamental para mitigar los posibles daños y que todos los operadores de infraestructuras críticas, gobiernos y autoridades de protección civil de Europa dispongan de información precisa y objetiva sobre los fenómenos meteorológicos espaciales para la toma de decisiones".
Para llegar hasta ahí, Cid considera fundamental “que haya un diálogo entre el personal de las infraestructuras que pueden verse afectadas por la actividad solar y los verdaderos expertos en meteorología espacial. Este diálogo, que permitiría establecer protocolos, es imprescindible para minimizar un posible colapso”.
Ilustración del satélite Vigil
La ESA, de hecho, aprovechó la simulación para reforzar sus procedimientos y capacidades para responder ante una tormenta solar de gran magnitud. Pero hace falta más datos de medición disponibles sobre la actividad solar y el entorno espacial alrededor de la Tierra, para lo que están desarrollando nuevas infraestructuras de detección y alerta temprana.
El principal es el Sistema Distribuido de Sensores Meteorológicos Espaciales (D3S), una serie de satélites encargados de monitorizar parámetros meteorológicos espaciales alrededor de la Tierra. En el horizonte también se dibujan misiones como Vigil, prevista para 2031, que observará el Sol desde el punto de Lagrange 5 y permitirá obtener información continua sobre la actividad solar.
Luntama menciona también, entre otras, la misión SWORD para monitorizar los cinturones de radiación de la Tierra, la misión SHIELD centrada en las tormentas solares o la misión Aurora enfocada en las tormentas geomagnéticas. Así, en las próximas décadas, Europa podrá contar con instrumentos “más precisos y oportunos que proporcionen la información necesaria para proteger nuestras infraestructuras críticas”.
