La sala del botón rojo es uno de esos lugares donde sólo un puñado de personas en todo el mundo puede acceder. Un búnker en mitad del Puerto Espacial de Kourou diseñado para albergar a los guardianes inmisericordes de los lanzamientos espaciales que velan por la seguridad de la misión.
Y sí, ellos son quienes ejecutan la desintegración en minúsculos pedazos de los cohetes y su carga si algo no va bien. Cientos de millones de euros que se esfuman en la atmósfera con solo apretar el dichoso botón y cuya responsabilidad recae en ingenieros como Rodrigo Ávila.
Ávila es un joven español egresado de la Politécnica de Madrid que lleva ya 5 años como responsable de seguridad de la Agencia Espacial de Francia (CNES) para las familias de lanzadores Vega y Ariane.
El CNES es el encargado de gestionar las instalaciones de ultramar del Puerto Espacial, aunque no es extraño encontrar a personas de diferentes países de la UE trabajando allí, producto de los varios programas de contratación europeos vigentes.
El ingeniero español ha participado en buena parte de los últimos despegues efectuados desde Kourou, siempre en el interior de la habitación secreta, situada en un lugar no desvelado.
Rodrigo Ávila, en la sala EMUL de entrenamiento para neutralización de lanzadores
Para el común de los mortales, tan solo se conoce que está en un edificio independiente de donde se lleva el control de la misión. Aislados de cualquier presión externa que pudiera condicionar sus decisiones.
Un equipo de EL ESPAÑOL-Omicrono ha podido acceder al centro de entrenamiento en el que Ávila y sus compañeros ponen a prueba sus conocimientos, simulando procedimientos y enfrentándose a todos los tipos de escenarios posibles.
La EMUL, como así se llama el lugar, es una réplica de la mencionada sala del botón rojo, que queda prácticamente reservada para los días de lanzamiento, donde tienen todo lo necesario. Hasta un fragmento de un Ariane 5 que tuvieron que "neutralizar" allá por 1996.
"Es para que no se nos olvide nuestro trabajo", bromeó Ávila. "Es una pieza real del lanzador que pudieron recuperar".
La preparación es imprescindible para enfrentarse a las situaciones más complejas y estar así capacitados para tomar la mejor decisión en cada momento, que a veces es cuestión de milisegundos. Y que supone la continuación o la extinción de la misión espacial de la que está a cargo.
Rodrigo, el ingeniero español con el botón rojo de Europa: "Explotamos los cohetes si algo va mal"
"Nuestro trabajo diario es muy variado, va desde la preparación de las misiones al estudio de la arquitectura de los lanzadores para ver que los sistemas que llevan embarcados son los adecuados según la normativa", recalcó Ávila a este medio.
"Quizá la parte más llamativa son las operaciones que hacemos dentro de una campaña de lanzamiento". El equipo de Rodrigo Ávila empieza varias semanas antes a preparar cada uno de los despegues.
Las compañías de los lanzadores, en este caso el Ariane 6 o el Vega-C, "nos envían la información sobre la trayectoria unos 3 meses antes". A partir de ese momento, el grupo comienza a plantear toda la parte de seguridad de la que se encargan hasta el día de despegue.
"Hay varios grupos y a cada uno se le asigna un lanzamiento para poder centrarse específicamente en una misión"; y van rotando en sus papeles. De hecho, Ávila ya ha sido el responsable del botón rojo en el último lanzamiento del Ariane 6, la joya de la corona de la industria europea.
¿Cómo se neutraliza un cohete?
Desde los planos, los ingenieros tienen en cuenta el diseño de un sistema que sea capaz de desbaratar el cohete si algo no va según lo planeado. Todos y cada uno de los lanzadores cuentan con esta tecnología en la actualidad y desde hace muchas décadas.
"Los lanzadores están equipados con un sistema de neutralización que nos permite parar la misión", apuntó. En cohetes de combustible sólido, como el caso del Vega-C, no existe una válvula que pueda cortar el encendido ni nada que lo pueda detener.
"Eso tira para adelante, es completamente autónomo". Para ello "equipan explosivos que consiguen fragmentar el lanzador y evitar que se dirija hacia la población o zonas especialmente protegidas".
Rodrigo Ávila frente a las pantallas de monitorización de la trayectoria del cohete
La etapa de propulsión del cohete que se encuentra activa en ese momento "explota" al activar el botón rojo. Para las que todavía no se han encendido, el combustible sólido queda "inertado, inutilizado" por si el sistema autónomo intenta activarlo por cualquier razón.
El ingeniero español apunta a que existe el riesgo de que partes del cohete caigan intactas a la superficie. "Cuando neutralizas un lanzador, se genera una nube de fragmentos y puede ser que haya etapas enteras que estén de una pieza".
"Todo esto lo tenemos en cuenta cuando estudiamos los diferentes escenarios, hacemos los cálculos para determinar las zonas donde va a caer con diferente nivel de energía y nos aseguramos que son compatibles con las ubicaciones que debemos proteger".
"Sabemos que si neutralizamos en este punto, en este instante, no va a caerle ningún fragmento a nadie", señaló en uno de los monitores de la sala, que por motivos de seguridad no se pueden grabar ni fotografiar.
Además de los propulsores de combustible sólido, existen los de combustible líquido que requieren otro tipo de consideraciones. "La cuarta etapa del lanzador Vega-C emplea hidrazina, un elemento líquido muy tóxico".
"También tenemos que tenerlo en cuenta en caso de que decidamos neutralizarlo, porque los vientos pueden transportar la nube con el compuesto químico a muchos kilómetros", aseguró Rodrigo Ávila.
Lanzamiento del satélite Biomass a bordo de un Vega-C
La medida de los vientos en altura es una de las clásicas restricciones que obligan a aplazar los despegues de los cohetes. Y el motivo no es que los motores o el sistema de navegación del lanzador no puedan lidiar con ellos, sino qué pasará con los fragmentos si Ávila o cualquier compañero tiene que neutralizarlo.
"Si el viento no es favorable y explotamos el lanzador en un punto concreto, puede hacer que la nube de debris termine dirigiéndose hacia lugares de protección". Eso es lo que se conoce como "un rojo" para el Centro de Control de Misión, por lo que se aplaza el lanzamiento.
Además de los sistemas integrados en el propio lanzador, existe un segmento de tierra imprescindible para realizar todo el proceso. Una de las compañías referentes en el mundo para ello es GTD, con sede en Barcelona.
Esta empresa española está detrás del software empleado para gestionar la neutralización de los cohetes de las familias Ariane y Vega. Y también del lanzador Isar Aerospace que tuvo que explotarse en Noruega hace unas semanas.
La toma de decisión
El segundo 8 de cuenta atrás es el último en el que se puede cancelar un lanzamiento. Un punto de no retorno a partir del cual el cohete comienza a funcionar de forma totalmente autónoma y el encendido ya es inevitable.
Si todos los indicadores están en verde, al personal situado en sus puestos dentro de la sala de Control de Misión tan sólo les queda observar cómo el lanzador se despega de la superficie rumbo al cosmos.
Rodrigo Ávila en la sala de entrenamiento
A partir de un momento no desvelado por razones de seguridad, pero que empieza muy poco después del despegue, es el personal de la sala del botón rojo quien se encarga realmente de la misión y tiene potestad para finalizarla.
Lo hará si el responsable de seguridad y su segundo de a bordo así lo deciden en consenso, siempre alineados con la normativa y teniendo en cuenta un abanico amplísimo de derivadas de la misión y la situación meteorológica que han entrenado en las semanas anteriores.
"Los criterios para apretar el botón son confidenciales", afirmó Rodrigo Ávila. Se tiene que "evaluar en cada momento y decidir, con la información disponible, si neutralizar el cohete o dejar que siga volando".
Una de las razones fundamentales es detectar que el lanzador se desvía del plan de vuelo estipulado. Los ingenieros establecen un margen donde el cohete mantiene una "trayectoria nominal", pero si se sale de ahí es posible que haya que finiquitarlo.
Rodrigo Ávila apretando el botón rojo en la sala de simulación
Sin embargo, la soberanía de la decisión no sale de los muros de la sala. Precisamente están aislados para que nadie les pueda condicionar. Si deben apretar el botón o no hacerlo es cosa suya y se tornaría todavía más complicado si estuvieran rodeados de los responsables de la misión.
Si se diera el caso, "nosotros primero pulsamos el botón y luego informamos, no hay tiempo que perder", explicó Rodrigo Ávila. "Estamos coordinados con los países por los que sobrevolará el lanzador y con los centros de control de tráfico aéreo".
"Les tenemos que avisar con la mayor brevedad posible para evitar que interfiera con las aeronaves dentro del espacio aéreo afectado". Por el contrario, "si no podemos efectuar la neutralización de forma segura, tenemos que avisar de forma inmediata a las autoridades donde pueda impactar".
Radares con sello español
Al encontrarse en un lugar aislado de la sala de Control de Misión, ubicada en el edificio Júpiter, Rodrigo Ávila y sus compañeros cuentan con enlace directo a toda la información.
"Contamos incluso con más datos que el Control de Misión", explicó. Dentro de la sala existen diferentes roles por los que los miembros del grupo van rotando.
Cada uno de esos roles está asociado a un puesto que recibe un tipo de información muy específica desde diferentes puntos que atañen al lanzamiento. Desde las estaciones de tierra compuestas por antenas y radares al ordenador de a bordo del propio cohete que envía la telemetría.
Antena de telemetría en la estación Galliot
Todo está finamente orquestado para que el responsable de seguridad, el que tiene el botón rojo bajo el dedo, vaya recibiendo los datos estrictamente necesarios para su trabajo de monitorización y decisión.
Es una comunicación fluida y con fraseología predefinida, como si fuesen controladores aéreos. Cada uno centrado en analizar la parte que recae bajo su responsabilidad.
Tras el periodo de estudio de la misión, se crea una trayectoria por la que el lanzador deberá ir si todo sale según lo previsto. Es un espacio delimitado en las tres dimensiones por el cual el cohete puede discurrir sin problemas.
Para conocer la posición, tanto el responsable de la misión como el segundo de a bordo cuentan con pantallas donde la trayectoria que sigue el lanzador se dibuja. Estos datos beben directamente de los radares y antenas colocados en la superficie.
Cleberson Miranda, launch range manager del CNES, con una antena de Galliot al fondo
De hecho, existen sistemas de seguimiento en todo el planeta, especialmente dedicadas a obtener la posición exacta de los vuelos espaciales. Hay dos estaciones que, inmediatamente tras el despegue, comienzan a monitorizar el vuelo del cohete.
Una es Galliot, situada a escasos kilómetros del Puerto Espacial de Kourou en unas instalaciones fuertemente protegidas a las que EL ESPAÑOL-Omicrono también ha podido acceder.
Rodeados de kilométricas vallas rematadas con alambre de espino, se encuentra un equipo de ingenieros que trabaja en el control de las antenas y los radares para obtener los datos, tanto de los lanzamientos como de los satélites ya en órbita.
La labor de estas personas es esencial para la operación de cada misión y, de la información recogida por sus instrumentos y sistemas, se nutre tanto la sala del botón rojo de Rodrigo Ávila como el Centro de Control de Misión.
Cleberson Miranda es launch range manager del CNES francés, una de las personas al mando de Galliot, quien atiende a este medio para explicar que ellos reciben tanto datos de telemetría del cohete como su trayectoria. Para lo primero emplean antenas y, para lo segundo, un radar.
A unas 3 horas de coche rumbo norte desde Kourou se encuentra la estación de seguimiento de Saint-Jean du Maroni, una localidad clave para el CNES y también para el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA), un organismo español dependiente del Ministerio de Defensa.
Allí se encuentra, en cada lanzamiento, un grupo de españoles operando un radar, punto clave para el seguimiento de los primeros segundos y minutos del vuelo de los lanzadores que van rumbo norte.
De hecho, puede escucharse en las retransmisiones de los despegues —en el segundo 15 del siguiente vídeo— cómo el director de lanzamiento anuncia la "adquisición de Saint-Jean", haciendo referencia a que el radar del INTA ya es capaz de detectar al cohete.
Así se vive el lanzamiento de un cohete europeo: desde el Centro de Control en la Guayana
"Hay una asociación con el INTA, utilizamos su sistema como un radar de flanqueo para los vuelos del lanzador Vega-C, aunque en caso de necesidad también podríamos utilizarlo para el Ariane 6", explicó Miranda.
"Ellos vienen a todos los lanzamientos para operar el radar, llegan aproximadamente un mes antes del lanzamiento para hacer el mantenimiento y todas las comprobaciones para que esté listo", continuó.
Se trata de un radar montado sobre una plataforma móvil, aunque ya es demasiado viejo y "no lo movemos mucho". La parabólica tiene 4 metros de diámetro e igualmente se encuentra dentro de una instalación de máxima seguridad.
Al radar del INTA en Saint-Jean no le queda mucha vida por delante. Miranda explicó que ya hay un plan para su renovación. "Será operado por personal del CNES y no por el equipo español". Probablemente deje de prestar servicio a finales de este año.
Estaciones de seguimiento para Ariane 6
Si bien el trabajo del INTA ya no será necesario en la Guayana Francesa, Miranda apuntó a que existe un plan para que el Instituto no se desvincule de los lanzamientos espaciales. "Esperamos tener una nueva estación de seguimiento en Maspalomas".
"En uno o dos años, tendremos la necesidad de contar con la estación de Maspalomas, así que estamos en permanente contacto con ellos", prosiguió Miranda haciendo referencia a la infraestructura canaria.
En la actualidad, la estación de Maspalomas está representada por un sistema de antenas capaz de obtener telemetría tanto de lanzadores como de los satélites, "pero no cuenta con un radar". Del que seguro se seguirán encargando desde el INTA.