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El presidente ruso, Vladímir Putin, ha confirmado este miércoles la exitosa prueba del supertorpedo nuclear Poseidón, un arma que promete transformar radicalmente el equilibrio estratégico global. El anuncio, realizado durante una visita a soldados heridos en la guerra de Ucrania, ha provocado una ola de preocupación internacional ante las posibles implicaciones de este nuevo desarrollo militar.
Según ha explicado Putin, la prueba se llevó a cabo el martes anterior y consistió en el lanzamiento del torpedo desde su submarino nodriza, además de la activación de la unidad de energía nuclear que lo impulsa. "Por primera vez, logramos no solo lanzarlo con un motor propulsor desde un submarino, sino también activar la unidad de energía nuclear que lo alimentaba durante un tiempo determinado”, ha declarado el mandatario.
Putin, que no ha dudado en calificar este ejercicio como "un gran éxito", ha asegurado que la potencia del Poseidón supera a la del misil intercontinental Sarmat, otro de los símbolos del poder estratégico ruso.
El Poseidón, también conocido como el Arma del Apocalipsis, es un torpedo o dron submarino de dimensiones colosales diseñado para transportar una ojiva nuclear capaz de generar tsunamis radiactivos y arrasar ciudades enteras. Estos enormes oleajes, según analistas, convertirían en inhabitables las zonas costeras de cualquier país enemigo. El sistema está pensado como un arma de represalia, que garantice que ningún ataque contra Rusia quede sin respuesta.
El propio líder ruso presentó el Poseidón, en 2018, junto a otras armas estratégicas que, según Moscú, serían capaces de evadir cualquier sistema de defensa. Desde entonces, el proyecto ha estado rodeado de un halo de misterio y secretismo característico de los programas militares rusos. La información disponible ha sido escasa y procede, en gran parte, de fuentes de inteligencia occidentales.
Este torpedo representa una categoría completamente nueva de armamento. Las estimaciones sitúan su longitud en unos 24 metros y su diámetro cercano a los dos metros, lo que lo convierte posiblemente en el torpedo más grande jamás construido: el doble de largo que un misil balístico lanzado desde un submarino y unas 30 veces mayor que un torpedo pesado convencional.
Esta gigantesca estructura alberga un sistema de propulsión nuclear del que se desconoce prácticamente todo. Algunos informes técnicos sugieren que los ingenieros rusos podrían haber adaptado la tecnología de los reactores de submarinos nucleares tradicionales, reduciéndola a una escala apta para un torpedo de este tamaño. Gracias a este reactor, el Poseidón tendría una autonomía prácticamente ilimitada, lo que lo convierte en una amenaza constante y difícil de interceptar.
Sobre su rendimiento, las estimaciones varían: algunos expertos calculan que puede alcanzar velocidades de hasta 100 kilómetros por hora, mientras que otros elevan esa cifra a 185 km/h. Con una masa aproximada de 100 toneladas, el Poseidón puede sumergirse hasta 1.000 metros de profundidad, una característica que complica aún más su detección por medio de sensores acústicos o redes antisubmarinas.
El vehículo encargado de transportar y lanzar el Poseidón es el submarino nuclear K-329 Belgorod, uno de los más largos del mundo, diseñado específicamente para operar con este tipo de armamento.
El submarino nuclear Belgorod de fabricación rusa.
El Belgorod puede llevar hasta seis torpedos Poseidón en una cámara situada en su proa, además de servir como plataforma para otros drones submarinos y sistemas de guerra de largo alcance.
El desarrollo del Belgorod y del Poseidón fue filtrado por la inteligencia estadounidense años atrás. Sin embargo, no fue hasta julio de 2022 cuando se confirmó oficialmente la entrada en servicio del sumergible y, con él, la integración plena del supertorpedo nuclear. Desde entonces, las pruebas se habían mantenido en estricta confidencialidad hasta el anuncio de Putin este miércoles.
La introducción del Poseidón reconfigura el panorama de la disuasión nuclear mundial. Los sistemas tradicionales de defensa antimisiles, diseñados para interceptar proyectiles balísticos, resultan inútiles ante un arma que se desplaza bajo el agua con una autonomía prácticamente infinita. Este hecho obligará, según los analistas, a una profunda revisión de la planificación naval y estratégica tanto en Rusia como en Occidente.
