Fethiye (Turquía)
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Israelíes y palestinos celebran el anuncio de la primera fase del plan de paz impuesto por Donald Trump tras tres días de negociaciones en Sharm el-Sheij: alto el fuego de Israel e intercambio de rehenes por prisioneros en las próximas horas. Sería el tercer alto el fuego desde el inicio de la guerra hace dos años, tras el ataque de Hamás (1.200 muertos y cientos de rehenes) y la devastación posterior de Gaza (67.000 muertos, en su mayoría civiles).

El Tribunal Penal Internacional (TPI) acusa a ambos gobiernos de crímenes de guerra y de lesa humanidad, con órdenes de detención; la Comisión de Investigación de la ONU publicó hallazgos de genocidio por parte de Israel.

No parece casual que la Casa Blanca haya presionado para cerrar el conflicto justo en el segundo aniversario del ataque terrorista y a punto de producirse el anuncio del Nobel de la Paz, distinción aparentemente codiciada por Trump. Para algunos suena extravagante, pero pesa su desprecio hacia Barack Obama, que sí recibió ese galardón.

Las motivaciones de fondo de Washington están en los ataques israelíes del 9 de septiembre en Doha (Catar) contra miembros de Hamás (Movimiento de Resistencia Islámica): primer golpe israelí a una potencia del Golfo que, además, alberga la mayor base estadounidense regional.

La agresión irritó a Catar y, como describió entonces el analista Giorgio Cafiero (Atlantic Council), desató una carrera armamentística en el Golfo y una diversificación de alianzas (incluido un primer acuerdo entre Arabia Saudí y Pakistán, potencia nuclear), con acercamientos a Turquía y —peligrosamente— a China, y la consideración de una defensa del Golfo más autónoma, reflejo del derrumbe de la confianza en el paraguas de Estados Unidos.

Con este acuerdo, Trump busca la etiqueta de gran negociador y blindar un marco made in Trump: fijar el terreno ahora y dejar los detalles para después. Las siguientes fases hablan de una Gaza “desradicalizada” y de incentivos por el desarme, una prioridad que ignora el derecho internacional y la soberanía palestina.

Y, al mismo tiempo, el inquilino de la Casa Blanca monopoliza de nuevo el ciclo informativo en Washington mientras desplaza titulares negativos, como el cierre del Gobierno federal el 1 de octubre, resultado de que el Congreso no haya logrado aprobar la legislación de apropiaciones para el año fiscal 2026.

En la consecución de esta primera fase, cuya implementación aún está pendiente, cabe destacar también la intensa mediación ejercida por Catar, Turquía y el anfitrión de las negociaciones, Egipto, así como por Arabia Saudí y otros países árabes y musulmanes con capacidad de influir y presionar al grupo radical islamista, cuyo apoyo popular estaba ya bajo mínimos tras dos años de masacres.

Según Aaron David Miller, del Carnegie y exnegociador estadounidense, Hamás ha asumido que los rehenes ya no son un activo, y si los libera, los países árabes y Washington incrementarán la presión sobre el líder israelí Benjamín Netanyahu para cerrar la guerra.

Algunos observadores reconocen que el plan anunciado por Trump y Netanyahu es “difícil de tragar” para Hamás, la autoridad de facto en Gaza, pero necesario para aprovechar la ventana y detener la matanza y el hambre en la Franja. La prioridad es aliviar el sufrimiento civil.

No es un plan perfecto, pero es el único sobre la mesa. Los analistas críticos lo consideran una forma de “colonialismo” al no haber contado con Hamás para elaborarlo, pero el grupo terrorista ya había perdido su guerra.

La debilidad y, al mismo tiempo, la clave del éxito está también en la imprecisión del plan, ya que, como advertía Michael Koplow, del Israel Policy Forum, los problemas duros como el desarme de la milicia islamista y la gobernanza del enclave palestino quedan para fases posteriores.

El politólogo israelí Nadav Eyal considera que esta primera fase es una ganancia táctica para Israel, porque obliga a los islamistas palestinos a ceder su principal palanca, los rehenes, mientras que el día después seguirá siendo el escollo. Agrega, además, que, tras la retirada de las IDF, las fuerzas israelíes —entre 200 y 600 metros más allá de la “línea amarilla” delimitada en el plan—, Tel Aviv seguirá controlando un 53% de la Franja hasta que continúen las retiradas previstas.

En esta primera fase, para la que Trump había dado inicialmente 72 horas, el principal escollo es que Hamás podría no localizar todos los restos de los rehenes fallecidos (de casi 50 se calcula que están vivos solo 20), debido a la destrucción causada por Israel, un punto que puede atascar la ejecución de la fase y los intercambios.

Voces escépticas propalestinas como Shibley Telhami, de la Universidad de Maryland, recuerdan que proteger los crímenes de guerra (de Israel) desmerece el Nobel de la Paz. Otros temen una pausa técnica sin una paz sostenible, como Yousef Munayyer, director del Programa Israel-Palestina del Arab Center de Washington, que ha publicado en redes sociales: “1. Trump gana su Nobel el viernes. 2. Israel recupera a sus rehenes el sábado. 3. El genocidio continúa el domingo”.

Por su parte, Netanyahu puede aprovechar este acuerdo y apropiarse del relato de la victoria, según señalan desde Axios, adjudicándose el mérito ante la opinión pública israelí y respondiendo a la presión de las familias de los rehenes, entre los que se incluyen ciudadanos estadounidenses.

Pero con este intercambio se garantiza su supervivencia política inmediata al comprar tiempo frente a sus socios de la ultraderecha (Bezalel Smotrich e Itamar Ben-Gvir), que amenazan la coalición; a su juicio por corrupción y a las críticas por los fallos de seguridad del 7 de octubre.

Además, aun aceptando la Fase 1, sus filtraciones y líneas rojas, como la creación de un Estado palestino, dejan espacio para obstaculizar fases posteriores y evitar un desarme pleno supervisado por terceros. Si esta fase no se cumple, Tel Aviv gana tiempo para evaluar munición, disponibilidad y el frente norte (Hezbolá), reduce el coste operativo sin conceder aún un final político que no controla.

En este caso, la historia se repetiría: Trump finge un enfado con su protegido Netanyahu para darle ventaja en la contienda.

De prosperar, Netanyahu se coloca bajo el paraguas del plan de Trump y le permite repartir costes, presentarse como un socio responsable y buscar oxígeno frente a críticas externas tras el fiasco de Doha y la irritación árabe.

Egipto ha alojado y sincronizado las conversaciones, con rondas indirectas para coordinar canales y listados técnicos. Mantiene contactos con Hamás por la seguridad del Sinaí, aunque su palanca es limitada.

Según fuentes egipcias, Hamás exigió garantías de cumplimiento israelí tras liberar rehenes, y El Cairo actúa como garante de la secuencia y la verificación. Su peso proviene de la logística fronteriza: desde 2023 es mediador de referencia en pausas y canjes y, al controlar los flujos humanitarios, puede negociar calendarios y métricas de cumplimiento.

Catar es el principal canal político con el liderazgo de Hamás y ha validado el texto ante los militantes islamistas. Doha ha enviado a la mesa egipcia al mismísimo primer ministro y canciller, Mohamed bin Abdulrahman Al Thani, que se ha reunido allí con el enviado especial de Trump para la región, Steve Witkoff, lo que consolida al emirato como cogarante del acuerdo junto a Washington.

Esto también significa que, tras el ataque israelí de septiembre, Catar seguirá siendo imprescindible para cerrar cualquier canje integral.

En cuanto a Turquía, que acoge a militantes de Hamás y ha apoyado a Palestina desde el inicio de la guerra, el jefe de los servicios secretos turcos, Ibrahim Kalin, ha sido un actor clave en Sharm el-Sheij.

El ministro de Exteriores Hakan Fidan anticipó el acuerdo desde Ankara y situó a Turquía en el grupo de mediadores operativos. El papel de Kalin ha sido acercar las posiciones de los contrincantes, aprovechar su influencia sobre Hamás y mantener vivo el impulso político hacia el alto el fuego y el canje total. Esto refuerza al perenne presidente Recep Tayyip Erdoğan como líder internacional en un momento de profunda crisis económica y mínimos de apoyo electoral.

Según el académico israelí Ori Goldberg, el canje podría completarse este fin de semana. Netanyahu intentará presentarlo como victoria, tras convertir las críticas a su gestión bélica en “antisionismo” y explotar la narrativa del genocidio y los rehenes.

Si mejora en las encuestas, podría adelantar elecciones y seguir como “candidato perenne”. Predomina en Israel una mentalidad de asedio: una amplia base apoya la política en Gaza y evita atribuir responsabilidades por los fallos de seguridad del 7 de octubre.

Si se cumple este primer paso, está más cerca la paz en la actual escalada en una guerra de 80 años, pero no la solución a la misma, que implicaría la creación de dos Estados.