Publicada
Actualizada

Dos años de guerra, miedo y caos no han clarificado la situación política en Israel, que sigue tan confusa como lo lleva siendo desde 2019. El país que tuvo que ir a las urnas hasta cinco veces en poco más de tres años sigue completamente dividido, con una figura que emerge sobre todas tanto por sus apoyos como por sus detractores: el primer ministro Benjamin Netanyahu.

Según la encuesta publicada este fin de semana por el Jerusalem Post, Netanyahu y el Likud volverían a ser los más votados, con una representación en la asamblea de 25 escaños sobre 120 posibles. Son siete menos que en las pasadas elecciones de 2022, pero apenas tres menos que en la última encuesta publicada antes de la masacre del 7 de octubre de 2023.

En otras palabras, pese a las enormes dudas sobre la gestión del propio incidente, los indudables fallos de seguridad y la caótica respuesta, que ha servido para aislar a su país diplomáticamente sin conseguir aún ninguno de sus objetivos, Netanyahu resiste.

Ahora bien, es una resistencia matizable. Su gestión de la crisis de los rehenes ha sido duramente criticada por ambos lados del espectro político, al no conseguir en dos años ni un acuerdo total que liberara a todos los secuestrados ni acometer una intervención militar definitiva que les arrancara de las garras de los terroristas.

Ese continuo moverse en la improvisación, sin un plan definido ni una estrategia digna de ese nombre, es lo que le ha impedido consagrarse como líder de un país unido.

De hecho, ha visto cómo los extremistas le han comido terreno por su derecha. Tanto Avigdor Lieberman como Itamar Ben Gvir se disparan en las encuestas. Como sucede en tantos sitios, ante la copia, la gente se queda con el original.

Lieberman y Ben Gvir apoyan la liberación de los rehenes, por supuesto, pero su objetivo número uno es la anexión de Gaza y Cisjordania y la legalización inmediata de los múltiples asentamientos irregulares que se han ido construyendo en territorio palestino.

En un escenario tan polarizado, buena parte de los votantes del Likud han decidido abrazar posiciones anti-árabes y nacionalistas hasta las últimas consecuencias.

Naftali Bennett, gran beneficiado de la crisis

Dicho esto, el principal problema para Netanyahu viene por su izquierda. Si el 7 de octubre de 2023, la alternativa se llamaba Benny Gantz, el general que fuera jefe de las FDI, dos años después se llama Naftali Bennett, ex primer ministro de Israel entre junio de 2021 y junio de 2022.

Aunque Israel no es un país presidencialista, en ocasiones lo parece. Los nombres son mucho más importantes que los partidos o las coaliciones, que llegan y desaparecen. A Gantz probablemente le perjudicara su entrada en el gobierno de unidad nacional posterior a los atentados y su presencia en el Gabinete de Guerra junto a Yoav Gallant y al propio Netanyahu.

El auge de Bennett, por su parte, se debe a un cierto aire de estabilidad dentro del caos actual, a su posición dialogante respecto a Gaza y, sobre todo, a su proximidad a los movimientos a favor de la liberación de los rehenes.

Es imposible sobrestimar el trauma que la sociedad israelí ha vivido y vive aún tras los secuestros del 7 de octubre. Por ello, la vuelta de todos los secuestrados, tanto vivos como muertos, a tierra hebrea, es imprescindible para construir el futuro.

Este mismo fin de semana, las calles de las principales ciudades israelíes se llenaban con manifestantes que exigían al Gobierno que aceptara el plan de Trump y se produjera de inmediato el regreso de los rehenes.

Estas manifestaciones se han ido repitiendo a lo largo de estos dos años y han erosionado la credibilidad de Netanyahu y su fuerza política. No ha faltado quien le acusara de retrasar la vuelta de los secuestrados y el fin mismo de la guerra para evitar enfrentarse a su realidad interna: una coalición cada vez más extremista y con menos apoyos, un contencioso permanente con el Tribunal Supremo, y diversas causas por corrupción pendientes.

Una paz casi a cualquier precio

El ansia de paz es lo único verdaderamente transversal en la sociedad israelí. Según la citada encuesta del Jerusalem Post, hasta el 66% de los ciudadanos apoya el plan de Trump, frente a un 11% que se opone.

Incluso entre los votantes de la coalición de derechas en el Gobierno, los números son parecidos: el 61% apoya las condiciones, aunque contemplen un escenario favorable a un futuro estado palestino, mientras que solo el 14% se opone frontalmente.

No es casualidad que entre el 20 y el 25% de los israelíes en general y de los votantes de derechas en particular no se pronuncien respecto al plan de paz estadounidense.

Es la expresión de la tensión interna que ha vivido el país durante estos dos años y que ha paralizado cualquier intento negociador: por un lado, como ha quedado claro, la inmensa mayoría de los israelíes quieren la paz, el regreso de los rehenes y la vuelta a la normalidad; por otro lado, aunque les cueste oponerse al plan de Trump, también les cuesta aceptarlo por una cuestión territorial.

Tanto los partidos ultraortodoxos como los ultranacionalistas como el propio Netanyahu se niegan a la creación de un estado palestino. Eso va contra lo firmado en Oslo, contra la postura oficial de la comunidad internacional a través de la ONU… y contra la propia posición de Estados Unidos y de la Administración Trump.

Obviamente, la idea de un Gobierno de concentración que gobierne en Gaza con inversión árabe y haga de la Franja un lugar próspero y sostenible por sí mismo es la antesala de un estado propio para los palestinos. A muchos israelíes, esa idea les da pánico.

Netanyahu lo sabe y, por eso, aunque ha aceptado el plan de Trump ante las inmensas presiones de la Casa Blanca, intuye que su puesta en marcha hasta las últimas consecuencias puede suponer su final político.

Las negociaciones en Egipto empezaron este lunes con más optimismo que otras veces, pero con un mismo problema: ni Hamás quiere dejar de ser un actor político en Gaza, ni el Gobierno israelí quiere una Gaza próspera que pueda derivar en un estado árabe. Dos años no han bastado para cambiar esas posiciones de partida y solo la tenacidad de Trump, Steve Witkoff y Jared Kushner puede obrar el milagro.