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“En el contexto del fin de la guerra en Gaza, Hamás debe ceder el poder y entregar sus armas a la Autoridad Palestina, con la colaboración y el apoyo internacional, en línea con los objetivos de un estado palestino soberano e independiente”. Así de contundentes se mostraron los veintidós países miembros de la Liga Árabe en una declaración conjunta a la que se unieron los veintisiete países de la Unión Europea en el marco de las conversaciones en la ONU para la viabilidad de la llamada “solución de los dos Estados”.

La declaración de por sí tiene pocos efectos a corto plazo, básicamente porque Hamás no va a entregar las armas de la noche a la mañana e Israel no va a aceptar injerencias ajenas mientras los ánimos estén tan crispados y los aliados ultraortodoxos de Benjamin Netanyahu sigan amenazando con salir del Gobierno si no hay una anexión total de la Franja y de Cisjordania.

Ahora bien, sienta las bases para la única solución posible a medio plazo. Una solución que también veía con buenos ojos la Administración Biden y que Israel podría aceptar bajo determinadas condiciones.

La solución de los dos estados es la preferida en el seno de las Naciones Unidas, fue el eje de la política exterior estadounidense en Oriente Próximo antes de la llegada de Donald Trump y lo sigue siendo para la Unión Europea. Para ello, hay un previo que se tiene que cumplir: dicho Estado necesita unos fundamentos sólidos, una organización clara, un liderazgo definido y un distanciamiento absoluto de las prácticas terroristas.

En otras palabras, ese estado necesita una autoridad que no puede ser la de Hamás, pero tampoco debería ser la de Fatah ni la del anciano Mahmud Abás, conocido por sus prácticas corruptas y con muy mala imagen dentro de su propio pueblo.

Ahí es donde, sin duda, entrarían en juego los países árabes, pues pueden financiar una alternativa, ayudar a encontrar un líder carismático que saque a los palestinos de la miseria impuesta por los terroristas y mediar entre Israel, Estados Unidos y el nuevo Gobierno.

El momento de acabar con Hamás

Porque, a diferencia de lo sucedido en los años cuarenta, cincuenta, sesenta o setenta, la relación entre Israel y los países árabes no es mala. El mismo hecho de que Netanyahu lleve dos años bombardeando Gaza ante la relativa pasividad de sus vecinos así lo atestigua. A los acuerdos de paz firmados en su momento con Egipto y con Jordania, hay que sumar el reconocimiento conseguido en 2020 por parte de los Emiratos Árabes Unidos y Baréin en los llamados Acuerdos de Abraham.

El firmante de aquellos acuerdos por parte israelí fue Netanyahu… y el mediador fue el presidente estadounidense Donald Trump. Trump se quedó con la espina clavada de no poder incorporar a Arabia Saudí a dicho acuerdo y, de hecho, la Administración Biden hizo de esta incorporación uno de sus grandes objetivos diplomáticos hasta que la masacre del 7 de octubre de 2023 lo echó todo a perder.

No es casualidad que Hamás actuara en ese momento, pues una alianza entre Arabia Saudí e Israel ponía contra las cuerdas a la organización terrorista y a su gran patrocinador, Irán.

En el contexto actual, con Irán lamiéndose aún las heridas de los ataques israelíes y estadounidenses, y Qatar, como suele suceder, acercándose al sol que más calienta, resulta más fácil quitarse a Hamás de en medio. A eso ayuda también, claro está, la más que delicada situación por la que pasa la organización terrorista, con todos sus mandos eliminados y una división evidente entre la facción gazatí y la que sigue negociando en Doha sin resultado alguno.

La presión diplomática crece

En los últimos meses, han sido varios los países occidentales que han reconocido o han prometido reconocer en breve al estado palestino: España, Irlanda, Noruega, Eslovenia, Francia, Andorra, Reino Unido, Malta y Canadá. Hasta ahora, ese reconocimiento había sido un compromiso vacío, precisamente porque no hay estructuras de gobierno en Palestina que hagan posible ese Estado, como no hay unas fronteras definidas ni unos órganos de poder que vertebren una posible administración.

Ahora bien, como ya comentó en su momento Emmanuel Macron frente a la avalancha de críticas de Tel Aviv, la intención de estos reconocimientos es precisamente presionar a Hamás. Reconocer al Estado palestino, según el Gobierno francés, es reconocer que Hamás no tiene lugar ni en Gaza ni en ningún otro lado, sino que debe de ser sustituida por un gobierno pacífico.

Hay que recordar que Palestina no es miembro de pleno derecho de la ONU simplemente porque Estados Unidos ejerció su derecho de veto en la reunión del Consejo de Seguridad del 18 de abril de 2024.

¿Podría Trump cambiar el voto de su país? Sí, pero siempre de la mano de los países árabes, a los que le une una excelente relación, como se demostró en el viaje que el presidente estadounidense realizó por la zona el pasado mes de junio. Para ello, obviamente, tendría que convencer a Israel, pues lo contrario sería tomado como una puñalada en la espalda y aquí entramos en otra cuestión: ¿Qué incentivos tiene Israel para reconocer un Estado palestino?

La paz garantizada, el caramelo para Israel

Según el Gobierno actual, ninguno. Al menos, de cara a su público y a sus aliados. Dicho esto, un Estado palestino con influencia saudí y fuertes lazos con Riad podría ser viable para Tel Aviv si antes el príncipe heredero y primer ministro Mohamed bin Salmán decide dar por fin el paso del reconocimiento del estado judío.

Con ese reconocimiento y un acuerdo mutuo de colaboración política y económica, con la supervisión de Estados Unidos y el compromiso de los demás países árabes a desligarse de cualquier ataque terrorista —la Liga Árabe volvió a condenar los atentados del 7 de octubre en su comunicado—, todo podría revisarse.

Identificar el problema de fondo, es decir, la presencia de Hamás en Gaza, es un primer paso necesario sin el que el resto del edificio se caería a pedazos.

Involucrarse económicamente sería el siguiente. A Israel le interesa un vecino palestino que no caiga en la tentación terrorista y que no obligue a tener a sus fuerzas armadas movilizadas continuamente. En otras palabras, le interesa que sean precisamente los países que tanto se opusieron a su nacimiento como estado los que velen ahora por su seguridad.

Para ello, hacen falta grandes dosis de confianza mutua y esas condiciones no se dan en la actualidad… pero podrían darse en el futuro. Estados Unidos y en concreto Donald Trump saben que el acuerdo sería un espaldarazo a su posición de influencia en la zona y pondrían al presidente en la rampa de salida a una candidatura sólida para recibir el Premio Nobel de la Paz, una de sus grandes obsesiones.

En definitiva, la decisión de la Liga Árabe de por sí no implica una solución inmediata al conflicto, pero sin dicha decisión el final se vería aún más lejos. Ahora, queda encajar el resto de las piezas que, como sabemos, no son pocas.