El desconcierto es absoluto en torno a las negociaciones entre Irán y Estados Unidos respecto al programa nuclear de los ayatolás. Aunque tanto el Partido Republicano como el presidente Donald Trump llevan años asegurando que no permitirán ningún tipo de enriquecimiento de uranio aunque sea para su uso en infraestructuras civiles, las filtraciones aseguran que la propuesta estadounidense es bastante más flexible.
Las negociaciones, lideradas por Marco Rubio y Steve Witkoff con la mediación de Omán, culminaron el pasado sábado 31 de mayo con la entrega de un memorándum al que Teherán aún no ha contestado.
Las exigencias de dicho memorándum, según el portal de noticias Axios, permitirían a Irán desarrollar su programa nuclear para fines civiles, aunque obligaría al régimen de los ayatolás a inspecciones constantes para verificar que no hay riesgo de fabricación de una bomba nuclear.
En realidad, dichas verificaciones sirven de muy poco, pues se calcula que, una vez se ha enriquecido el uranio en cantidades suficientes —y se teme que Irán ya lo haya hecho— se puede fabricar una bomba atómica en pocos días, tal vez semanas.
Ese es el miedo de Israel y desde luego era el miedo del propio Trump, que no sabemos si es consciente de lo que sus ayudantes están negociando porque va en contra de su doctrina y la de sus aliados.
El viaje del presidente estadounidense a Oriente Próximo hace un par de semanas parece haber cambiado por completo su manera de entender las relaciones en la zona y lo que era un seguidismo absoluto a las políticas de Benjamin Netanyahu se ha convertido en algo muy parecido al enfrentamiento.
El doble de uranio enriquecido al 60%
Lo peor de todo es que, hecho ya el daño a las relaciones con Tel Aviv, tampoco parece claro que Irán vaya a aceptar el acuerdo. Todo apunta a lo contrario y más cada día que pasa sin respuesta.
Según fuentes del Gobierno iraní, la propuesta estadounidense no se considera siquiera un punto de partida. El ayatolá Alí Jamenei ya afirmó hace unos días que veía imposible un acuerdo, por mucho que Trump repitiera casi a diario que dicho acuerdo era inminente, lo mismo que ha hecho en varias ocasiones con el alto el fuego en Ucrania, el regreso de los rehenes a Israel o los tratos comerciales con medio planeta.
La sensación es que su Administración va dando tumbos, producto de la inexperiencia de los hombres designados para los puestos clave.
El hecho de que toda la política exterior dependa de la pericia negociadora de Witkoff, un empresario sin pasado diplomático alguno, ya es bastante significativo. Witkoff no consiguió que se prolongara el acuerdo entre Hamás e Israel, no consiguió que los rusos se tomaran en serio las negociaciones de Estambul y está por ver si consigue que Irán entienda que lo que tiene sobre la mesa es la mejor oferta posible.
Del eslogan “la paz mediante la fuerza” hemos pasado a muy poca paz y aún menos fuerza. Estados Unidos dice una cosa, luego recula, resulta un socio poco fiable y sus enemigos se le acaban subiendo a las barbas.
Si Irán entiende que la línea roja del enriquecimiento de uranio deja de ser tal, obviamente irá a borrar la siguiente. En los últimos nueve meses, según la Agencia Internacional de la Energía Atómica (IAEA, por sus siglas en inglés), Irán habría más que doblado su arsenal de uranio enriquecido al 60%, pasando de 180 kilogramos a 365.
Esta aceleración se inició justo después del segundo ataque de Israel a Irán, respuesta a su vez del segundo ataque de Irán a Israel, y no puede ser casualidad. Irán ve en ese uranio enriquecido un posible método de defensa o al menos de disuasión. Llegará el momento en el que hablemos de cantidades incontrolables y ya no habrá marcha atrás.
Hay que recordar que, para poder garantizar el éxito de una bomba nuclear, se cree que el uranio debe estar enriquecido al 80-90%, pero no hay una certeza absoluta.
La postura de Israel
Todo apunta, más que a un acuerdo, a un nuevo enfrentamiento directo entre Israel e Irán de consecuencias imprevisibles para la región. La desconfianza mutua es absoluta y el Gobierno de Masud Pezeshkian ya ha ordenado el despliegue de baterías de misiles tierra-aire junto a sus instalaciones nucleares.
Está claro que Irán se está preparando para el ataque israelí, que solo se ha retrasado por la petición personal de Trump a Netanyahu de que no interfiriera en las negociaciones con Teherán.
Si al final dichas negociaciones se estancan y acaban en nada, Israel ya no verá impedimento en lanzar un ataque devastador que derrumbe los cimientos del programa nuclear iraní, tanto sobre el terreno como bajo el suelo, donde se cree que hay decenas de laboratorios funcionando al margen de la vigilancia internacional.
Sería la culminación de un nuevo fracaso diplomático de la Administración Trump y el inicio de una era de enorme tensión en Oriente Próximo, pues ambos países, al fin y al cabo, están rodeados de enemigos.
Los países árabes no quieren saber nada de radicales chiíes, pero verían con peores ojos el ataque de Israel a un país musulmán. Tampoco se sabe cómo reaccionaría Rusia, aliado militar de Irán y cada vez más distanciado de Estados Unidos.
Israel Katz, ministro de israelí de Defensa, exhortó recientemente a Irán a aceptar cualquier acuerdo con Estados Unidos con un tono ciertamente amenazador que presagiaba una tragedia. Sin duda, Irán sabe lo que le espera. Joe Biden consiguió frenar a Netanyahu en octubre de 2024, pero no está nada claro que Trump lo vaya a conseguir en esta ocasión.
