Tel Aviv

Estaba sentado en una terraza de un conocido pub de Tel Aviv hace dos semanas junto a otros dos compañeros periodistas. De repente, empezaron a sonar alertas en nuestros smartphones. “Las protestas se trasladan a Tel Aviv. Venid todos al bulevar Rotschild, traed amigos y familiares. ¡Compartid!”, exclamaban los mensajes de whatsapp. Pagamos la cuenta, enfilamos la calle Herzl, y al acercarnos al lugar de la concentración, nos topamos con miles de personas que abarrotaban el bulevar. “¡Bushá, bushá!” (vergüenza), gritaban al unísono manifestantes de todas las edades. Pero el cántico estrella, que retumbaba desde megáfonos y un improvisado equipo de sonido, era “¡Bibi (Netanyahu) a casa!

Desde hace meses, unas pocas docenas de personas venían manifestándose cada víspera de shabbat en Petah Tikva, cerca de la casa del fiscal general del estado Avichai Mendelblit. Las protestas nacieron tras una oleada de supuestos casos de corrupción que involucran el premier israelí, Beniamin Netanyahu, así como otros políticos del país, y por lo que los concentrados consideran como las crecientes amenazas perpetradas por la coalición de gobierno contra la neutralidad de las instituciones del estado.

Tras la intención del Gobierno israelí de aprobar una nueva legislación en la Knesset (parlamento) que pretendía mantener en secreto las evidencias contra los investigados por corrupción –alegando que no habría acusación en varios casos y dañaría la reputación de los sospechosos-, los organizadores de la “marcha de la vergüenza” decidieron trasladar las concentraciones de Petah Tikva al corazón de Tel Aviv, frente al Independence Hall, donde el líder judío David Ben Gurion declaró la independencia del estado de Israel. Ante ésta y otras polémicas suscitadas por el actual ejecutivo, varios analistas han coincidido en indicar que “si Ben Gurion levantara la cabeza, no creería lo que está ocurriendo”.

Movilización espontánea

Las protestas en Tel Aviv han llegado a concentrar, según medios locales, a más de 50.000 personas, una previsión que desbordó incluso a los propios organizadores. Sin apoyo de ninguna formación política, sindicato o medios de comunicación, la ciudadanía se ha movilizado mediante mensajes en redes sociales.

La última gran protesta social en Israel fue en 2011, cuando hasta medio millón de personas abarrotaron Rotschild para unirse a la simbólica acampada de un puñado de jóvenes, que se quejaban de los inasumibles precios de la vivienda y la carestía de la vida, en un país donde la tasa de paro es inferior al 5%. Mientras que en movilizaciones por otras causas –como el conflicto con los palestinos- se respira a veces cansancio y resignación, en los últimos dos shabbats la rabia y la indignación se hacían patentes en los rostros y gritos de la gente. 

Las principales cabezas visibles de este nuevo fenómeno social israelí son Eldad Yaniv, un conocido activista contra la corrupción, y Meni Nafatali, que fue director de personal en la residencia del primer ministro y ganó una demanda contra su esposa, Sara Netanyahu, por actitudes abusivas hacia él y sus compañeros.

Foto: Reuters

Yaron Sivan, que les conoce bien tras acudir semanalmente a las protestas de Petah Tikva, recibió a EL ESPAÑOL en la escuela de idiomas que dirige en Tel Aviv: “Decidí unirme cuando un viernes la policía empezó a aporrear y arrestar a los manifestantes, que en su mayoría eran mayores y pacíficos. Todos vimos que ocurría algo extraño. Entendí que es algo que les molesta, y a mí gusta molestar”, bromea este joven israelí, que se define como ferviente activista político.

Según Sivan, los supuestos casos de corrupción dieron vida a las protestas, pero su clamor va mucho más allá: “El fiscal Mendelblit, junto al jefe de la policía y el director del Mossad –servicios secretos exteriores-, fueron designados a dedo por Netanyahu. Mendelblit ejerce a la vez de fiscal y de juez, y se sabe que decidió no abrir investigaciones en casos muy grandes que ya habían sido revelados por la prensa”. Y continuó: “Mendelblit fue jefe de gabinete de Bibi y es un gran amigo suyo, y se supone que él debe presentar ahora cargos en su contra. Si realmente le importara el pueblo, debería reconocer que no puede ejercer su obligación por su evidente relación de amistad”.

En los improvisados eslóganes confeccionados por los manifestantes podía leerse que “no queremos convertirnos en otra Turquía” o “Netanyahu actúa contra el estado”. Para la periodista Dahlia Scheindlin, la última ley aprobada para proteger a los investigados constituye un nuevo “ataque a la democracia en Israel, junto a las leyes aprobadas en los últimos años que suponen una amenaza para los árabes, la izquierda y la sociedad civil”. Incluso altos rangos del ejército –institución tradicionalmente respetada por todos los sectores-, han sido acusados de “demasiado izquierdistas” por cargos del gobierno.

Puros, periódicos... y submarinos

En los últimos meses los escándalos de corrupción han copado las portadas de los rotativos hebreos. El caso 1000 acusa a Netanyahu de haber recibido supuestamente decenas de miles de dólares en regalos –que incluyen puros y champán- de parte de Arnon Milchan, un productor israelí de Hollywood, y de James Packer, un magnate de los casinos australiano. En el caso 2000, el premier está acusado de conspirar junto a Arnon Mozes -editor del popular rotativo Yediot Aharonot-, para debilitar al tabloide gratuito Israel Hayom, propiedad del magnate de los casinos de Las Vegas Sheldon Adelson.

Según las conversaciones que salieron a la luz, Netanyahu pretendía favorecer al Yediot, tradicionalmente crítico con su ejecutivo, para ablandar su línea editorial y ser más favorable a los intereses del gobierno.

Además, el premier está directamente involucrado en otras dos investigaciones. El caso 3000 le relaciona en una supuesta corruptela en la venta de submarinos alemanes al ejército israelí, una compra que fue cuestionada por altos mandos deltsahal por innecesaria. La policía acusó al empresario Michael Ganor de sobornar a altos funcionarios israelíes para colocarse como agente negociador de ThyssenKrup, empresa fabricante de los submarinos. El abogado personal de Netanyahu, David Shimron, actuaba a su vez como representante de Ganor durante las negociaciones de venta de los costosos aparatos militares. 

En el caso 4000, el director general de telecomunicaciones Shlomo Filber está acusado de permitir ilícitamente a Bezeq, la compañía nacional de telefonía, la compra de acciones de YES, un proveedor de televisión por cable. Filber fue designado también por el propio Netanyahu, que además de ejercer de primer ministro también ocupa otros cargos, como ministro de exteriores o comunicaciones. Además del premier, existe la sensación que la corrupción se ha extendido a todos los niveles: decenas de alcaldes están sometidos a investigaciones criminales por mordidas y sobornos.

Yaron Sivan cree que antes existía corrupción, pero a menor escala y en salas oscuras. “¡Ahora ocurre en nuestra cara!”, protesta. Considera que Bibi y su entorno no tuvieron en cuenta que el público israelí se preocupa: “No somos estúpidos. Somos una buena nación y la gente es inteligente”. Y prosigue: “Han montado un sistema para cambiar leyes y asignar a dedo. No son solo corruptos, se están apropiando del país”.

Foto: Reuters

Sivan confiesa que le cuesta dormir por las noches sabiendo que los impuestos que paga “no van a nada bueno. Hay muchísima gente pobre en Israel que no recibe una buena educación, mientras vemos que nuestros impuestos sirven para financiar guerras, la ocupación y proteger a los colonos en lugar de proteger la educación”.

Un hueso duro de roer

“No soy tan optimista, no sé si esto servirá para derrocar al gobierno”, reconoce Sivan. Según dice, será difícil renovar caras en la política israelí, porque la mayoría de partidos no celebra primarias. Además, Netanyahu es un calculador nato, y maneja como nadie los tiempos y las crisis institucionales y regionales en su favor. El periodista Omer Benjakob, del diario Haaretz, elaboró un preciso perfil del premier en una charla reciente: “Netanyahu no tiene amigos ni confidentes, y corta la cabeza de cualquiera que pretende cuestionarle”.

Según Benjakob, Netanyahu es considerado por su electorado como “un seguro de vida” contra las amenazas que afronta Israel. Empezó su carrera política como embajador en la ONU, donde “inventó el concepto de la hasbará (propaganda) para presentar los problemas políticos en su favor”. Le describió como inteligente, confiado, y ganador de debates, y a su vez destacó su brillante inglés, que le permite desarrollar dos perfiles distintos en la arena internacional y en Israel.

En su primera victoria electoral en 1996 “ganó gracias al incitamiento y la criminalización del rival. Entonces, dijo que Shimon Peres entregaría Jerusalén a los árabes”. Ante los escándalos de corrupción que le afectan ahora, Netanyahu se defiende usando el término preferido de Trump: son “fake news”, instigadas por conspiradores que pretenden derribarle.

¿Esperanza? 

En su afán de mantener la transversalidad de las protestas, los cabecillas repiten continuamente el eslogan de “no somos de izquierdas o derechas, somos honestos”. No obstante, otras proclamas sí desprendían una clara inclinación política: “¡Gobierno del pueblo, no del capital!”. Para Neta Levin, que formó parte de la multitudinaria “marcha de la vergüenza” en Rotschild, fue ilusionante poder reivindicar con orgullo los símbolos del país.

“Para gente como yo, se nos hace difícil ondear la bandera de Israel. Para muchos, tienen una connotación negativa, porque la derecha se la apropió y dividió el país en blanco o negro”. Levin cree que el actual ejecutivo ha etiquetado a la prensa o la oposición como “traidores”, y en su criterio “la izquierda hemos estado apartados durante demasiado tiempo”.

Tzipi, una activa pensionista israelí, dijo a este reportero que “el país ha degenerado. Antes éramos un país pobre e igualitario, y la máxima corrupción era que mi madre lograra una caja más de huevos en el reparto semanal a cambio de plegar la ropa del delegado sindical”. Sin embargo, Tzipi remarca que ahora que el país tiene más recursos, la corrupción es a gran escala: “Se reparten entre sus amigos las licitaciones de gas, terrenos para construir o fondos millonarios de fundaciones, mientras en las calles hay gente que no tiene para comida o ropa”. Y concluye: “La esperanza es que esto cambie de una vez”.