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Laurent Nuñez, el nuevo ministro del Interior francés, es hijo de retornados de Argelia, colonos blancos llamados pieds-noirs por los nativos porque llevaban botas o zapatos, tras la independencia de la colonia en 1962. Conserva la “ñ”, aunque ha perdido la tilde de un apellido español, como lo fueron sus antepasados andaluces emigrados a Orán a finales del siglo XIX.

A su llegada a la metrópoli, sus padres —él, arquitecto; ella, profesora de instituto— se establecieron en Bourges, en el centro de Francia. Allí nació, el 19 de febrero de 1964, Laurent Nuñez Belda, criado en una barriada humilde que hoy ya no existe. Quería ser comisario de policía.

Vocación olvidada cuando Nuñez se licenció en Derecho en Tours: prefirió hacer carrera como inspector de impuestos. Sin embargo, esa formación fue la que le llevaría al Ministerio del Interior tras su paso por la Escuela Nacional de la Administración (ENA), auténtica “fábrica” de ministros y de presidentes como el propio Emmanuel Macron.

“Necesitaban a alguien con formación de fiscalista en la dirección de colectividades territoriales que dirigía Didier Lallement. Acepté de inmediato, no lo he lamentado nunca y todos los días doy gracias al prefecto Lallement”, ha contado Nuñez.

No será la última vez que los caminos de ambos se crucen. Pero estamos en 1999. El currículo de Nuñez alterna destinos en la capital con puestos en las regiones, como la subprefectura de Bayona, capital oficiosa del País Vasco francés. Fue allí donde, según Le Monde, “se inició en la lucha contra el terrorismo”. Y donde se aficionó a las corridas de toros.

En 2012, la izquierda vuelve al poder y Manuel Valls es nombrado ministro del Interior. Para el puesto sensible de prefecto de París designa a un hombre de su confianza, quien llamará a Nuñez como director de gabinete. El prefecto es, en la Administración francesa, un puesto clave, equivalente al del gobernador civil en la española.

En España, fruto del desarrollo autonómico, ha perdido protagonismo (y hasta el nombre: ahora son subdelegados del Gobierno). En Francia, al contrario, un prefecto es alguien con mando en plaza. El de París tiene autoridad sobre 40.000 funcionarios, de los cuales 30.000 son policías.

Nuñez ya había dirigido el gabinete de otro prefecto, el de Saint-Denis, entre 2008 y 2010. Este departamento es el más pobre de Francia y está situado al norte de la capital, a medio camino del aeropuerto de Roissy-Charles de Gaulle, y entre sus hitos está el Estadio de Francia.

Tanto allí como en Bayona, Nuñez se hizo una reputación de funcionario eficaz y de tipo auténtico. En ese puesto de director de gabinete participó en la crisis del atentado del supermercado Hyper Cacher.

“Fueron cuatro días interminables donde hubo que actuar de manera muy profesional sobre varios terrenos a la vez. Cuatro días donde no hubo guerra de capillas. Solo hombres y mujeres que, desafiando el tiempo, lucharon con el mal absoluto”, declaró entonces a Le Figaro.

Tres años en ese puesto hasta que, en la primavera de 2015, le nombran prefecto de Bocas del Ródano, un puesto difícil donde los haya, centrado en la lucha contra el tráfico de drogas, auténtico cáncer de Marsella y sus periferias. Nuñez está casado con una marsellesa; son padres de dos hijas. También es seguidor del Olympique de Marsella (y del Real Madrid, coinciden en afirmar varios medios franceses).

Su despedida del puesto, en junio de 2017, se recuerda aún en la ciudad como un acto excepcional en el que un centenar de personas —funcionarios, políticos y periodistas— se reunieron bajo un calor tórrido. Cosa rara en un alto funcionario destinado allí: Marsella le iba a echar de menos.

Le acababan de nombrar jefe de la Dirección General de la Seguridad Interior, el centro de inteligencia francés. En ese puesto conocerá al presidente Macron, en las reuniones en el Elíseo del Consejo de Defensa.

Y, naturalmente, Macron le lleva al Gobierno en septiembre de 2018 como secretario de Estado del nuevo ministro del Interior, Christophe Castaner, que no tiene ni idea del mantenimiento del orden ni de la policía, pero que tiene el mérito de ser un macronista de primera hora.

Nuñez se sitúa, políticamente, a sí mismo “en el centroderecha o en la izquierda de la derecha”. “Pragmático”, “hombre de consenso” son expresiones que le definen. Con gran capacidad de trabajo, según todos los que le han tratado. Entre otras cosas porque solo duerme cuatro horas por la noche (y una siesta de 20 minutos).

Por eso, quizá, se intercambia mensajes con el presidente de la República “entre la una y las tres de la mañana”, según confesión propia.

Como segundo del ministro Castaner, Nuñez tiene que afrontar la crisis de los chalecos amarillos y el clima de insurrección que se vivió en la capital francesa tras el asalto al Arco de Triunfo del 1 de diciembre de 2018. Los sindicalistas de la policía recuerdan quién se puso al frente de las operaciones: “Nuñez, el profesional”.

Fruto de aquellos días turbulentos, Macron decidió cambiar al prefecto de París y nombrar a Didier Lallement, el que había llevado a Nuñez al Ministerio al salir de la ENA. Lallement, “el lobo feroz de los prefectos”, para Le Parisien; un “psicópata”, según el líder de extrema izquierda Jean-Luc Mélenchon, va a restablecer el orden en París. A su manera. Mandando “al contacto” con los manifestantes más salvajes (los black blocs) a su caballería: la Brigada de Represión de la Acción Violenta, formada por varias decenas de policías que actuaban en pareja, uno pilotando una Yamaha de 900 cm³ y el otro con la porra o el lanzagranadas.

El problema de Lallement es que es un duro integral. No solo con los manifestantes, sino también con los subordinados. E incluso con los políticos, como la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, con la que tuvo un trato execrable.

Por eso nadie lloró por él cuando Macron lo destituyó, tras los incidentes del Estadio de Francia del 28 de mayo de 2022, final de la Liga de Campeones, ganada por el Real Madrid, pero de ingrato recuerdo para muchos de sus seguidores, atracados en la vecindad del estadio por turbas de maleantes ante la indiferencia policial, ocupada en controlar los accesos al recinto.

¿Quién va a sustituir a Lallement? Nuñez, que tras dejar el Ministerio del Interior a consecuencia del relevo de Castaner, había sido llamado al Elíseo como coordinador nacional de la información y de la lucha contra el terrorismo. “El poli de Macron”, llegó a titular Le Monde en la época.

Su misión al frente de la Prefectura fue restablecer una relación fluida con la alcaldía de París, en vísperas de los Juegos Olímpicos. Y que estos transcurrieran sin sobresaltos. Dos éxitos atribuidos al talante de Nuñez. El clima en la Prefectura de París también, dicen los que trabajan allí, ha cambiado: su antecesor era un solitario, mientras que Nuñez prefiere siempre “consultar antes de decidir”.

Con los sindicatos, organizadores de grandes protestas callejeras contra la reforma de las pensiones, supo dialogar. Contra los black blocs que, parasitando las manifestaciones, se dedicaban a romper todo, fue tan duro como su predecesor.

Resta por saber por qué ha aceptado ser ministro ahora, en el gabinete II de Sébastien Lecornu, al que muchos no dan vida más allá de una semana si los socialistas apoyan alguna de las mociones de censura ya presentadas. Quizá sea el sentido del deber. Quizá por haberle dicho no a Macron cuando le propuso, hace años, encabezar su lista para las municipales de Marsella.

Está por ver si como político da la talla. Y si continúa con su hablar franco al frente de una cartera que tiene a su cargo el dosier inflamable de la inmigración. ¿Repetiría ahora su declaración de febrero último, cuando afirmó que “el 36% de los detenidos presentados ante la justicia en la región parisina son de nacionalidad extranjera”?