"No nos darán ningún premio si dentro de 20 años, ante un sistema educativo roto, unas fuerzas armadas que no pueden defendernos y unos puentes que ya no se sostienen, contestamos que nos limitamos a cumplir las normas que existían en un momento dado". Son palabras pronunciadas por el nuevo ministro de Finanzas alemán, Lars Klingbeil, al ser preguntado por las críticas lanzadas desde diferentes partidos políticos contra el gran programa de reconversión económica alemán. "Hablamos, en fin, de la viabilidad del país".
Dichas críticas fueron llegando después de que a finales de junio el nuevo canciller alemán, Friedrich Merz, anunciara su intención de sacar adelante un presupuesto que incrementará el gasto militar del país hasta el 3,5% de su proyección económica para el 2026 y que también ampliará sustancialmente la financiación para mejorar la infraestructura germana.
En cifras concretas, y según ha informado la prensa local, lo anterior se traduce en inversiones por valor de 115.700 millones de euros de aquí a final de año. De los cuales 62.400 millones irán destinados a gasto militar. Un número, este último, que se incrementará progresivamente hasta alcanzar, dentro de cuatro años, el 5% del PIB nacional acordado por los miembros de la OTAN. El problema, dicen los críticos, es que buena parte de ese dinero pretende conseguirse mediante la emisión de deuda.
Al respecto conviene recordar que hace una década Alemania estableció en su Constitución la necesidad de mantener unos presupuestos equilibrados y, precisamente, fue el debate en torno a un mayor endeudamiento lo que terminó provocando la caída del anterior gobierno. El que lideraba el socialdemócrata Olaf Scholz. Porque en caso de aprobarse el plan propuesto por Merz, los intereses a pagar por los alemanes durante los próximos cuatro años se duplicarán.
Ya en marzo el nuevo canciller fomentó la aprobación, por vía parlamentaria, de una ley que flexibilizó los límites del gasto militar (hasta entonces situados en el 1% del PIB). Asimismo, Merz ha logrado eliminar los topes en las inversiones que tengan como destino los servicios de inteligencia y todo lo que tenga que ver con la seguridad de Alemania. En paralelo, desde Berlín se ha acordado la creación de un nuevo fondo de 500.000 millones de euros con el fin de invertir en infraestructura a lo largo de los próximos doce años.
En resumen: Alemania busca reconvertir parte de su modelo económico para ver si así, mediante el reforzamiento de la industria de Defensa y la inversión en obra pública, deja atrás la recesión que arrastra desde hace dos años. Una recesión que no obstante, según explica el periodista económico Wolfgang Münchau en su libro Kaput. El fin del milagro alemán, tiene mucho de estructural y poco de coyuntural.
O como sostiene Salomon Fiedler, un economista del banco privado Berenberg consultado por el New York Times: "A largo plazo, el gobierno del canciller Friedrich Merz deberá aprobar nuevas reformas significativas porque de lo contrario los problemas estructurales volverán a lastrar considerablemente las perspectivas de crecimiento".
Dicho de otro modo: es lógico alejar el foco de unas industrias cada vez menos competitivas y acercarlo a otras que además pueden fortalecer el músculo del país más allá de la hoja de Excel (en el plano militar, por ejemplo). Pero con eso –según Münchau, Fiedler y otros– no basta; en algún momento convendría llevar a cabo reformas más profundas.
A la espera de que eso suceda, y mientras se debaten cuáles deberían ser esas reformas, el rearme histórico que ha comenzado a experimentar Alemania "ofrece un infrecuente rayo de esperanza en un país que ha visto desaparecer 250.000 empleos solo en el sector manufacturero desde la pandemia", según cuenta Patricia Nilsson, una de las corresponsales del Financial Times en el país centroeuropeo.
Por ejemplo: Rheinmetall, Diehl Defense, Thyssenkrupp Marine Systems y MBDA, cuatro empresas estrechamente vinculadas a la industria de Defensa, han anunciado que contratarán a 12.000 trabajadores solo en los próximos meses. Los cuales se sumarán a los 16.500 empleados contratados desde que Vladímir Putin ordenó la invasión de Ucrania. Muchos de ellos, por cierto, son antiguos trabajadores de la industria automotriz.
Al mismo tiempo, el nuevo canciller está tratando de aumentar el número de militares alemanes. De los 181.000 que componen actualmente sus fuerzas armadas se quiere llegar a un mínimo de 203.000 en los próximos cinco años, aunque los expertos en materia militar sugieren que el número de uniformados debería rondar los 270.000 en el año 2030. Eso sin contar a los reservistas, que deberían pasar –según estos mismos expertos– desde los 60.000 que hay en la actualidad hasta los 260.000.
El ministro de Defensa alemán , Boris Pistorius, visita Dinamarca.
El problema, en ese frente, tiene que ver con las pocas ganas por calzarse el uniforme que parece haber entre la juventud germana. Para muestra, el siguiente botón: de las 18.810 nuevas incorporaciones registradas por las fuerzas armadas alemanas en 2023 casi un tercio colgó las botas antes de cumplir seis meses de servicio.
Otro dato relevante: en las elecciones celebradas hace unos meses –las que ganó Merz– los dos partidos abiertamente contrarios a involucrarse en la guerra de Ucrania, Alternativa para Alemania y Die Linke, atrajeron a la mitad de los votantes más jóvenes. Y una encuesta reciente realizada por YouGov ha desvelado que si bien el 58% de los alemanes apoya el regreso del servicio militar, solo un tercio de aquellos que tienen entre 18 años y 29 años piensa igual.
Con todo, incluso si se cumplen los mejores escenarios, la pregunta de fondo que sugieren economistas como Münchau o Fiedler se mantiene: una vez incrementada la industria de Defensa y una vez atendidas las necesidades de la obra pública, ¿qué más pretenden hacer los gobernantes alemanes para asegurar la "viabilidad" –en palabras del ministro de Finanzas– de Alemania?
