Dice Viktor Orbán que atraviesa el mejor momento de su carrera política. Si es así, no lo parece en absoluto. Es la primera vez en catorce años que el primer ministro húngaro, modelo a seguir de la ultraderecha internacional, tiene un rival a su altura. Alguien que, según reflejan las encuestas, puede competir contra él —y, por qué no, ganar—, en un sistema tildado hasta la saciedad de iliberal en el que el propio Orbán, con tres mayorías absolutas consecutivas a sus espaldas, juega siempre con ventaja.
El hombre capaz de medir fuerzas con el mandatario ultraconservador en las urnas responde al nombre de Péter Magyar (Budapest, 44 años), y era, hasta hace apenas unos meses, un absoluto desconocido que, después de abandonar de forma accidentada las filas del Fidesz, el partido del primer ministro, decidió crear su propia marca electoral para denunciar la naturaleza corrupta del régimen de Orbán —un secreto a voces— y, de paso, presentarse como una alternativa, esta vez sí, solvente.
La estrategia arriesgada de este joven abogado no tardó en recoger sus primeros frutos. En las elecciones europeas del pasado junio, la formación residual de la que Magyar tomó las riendas, Respeto y Libertad (Tisza, por su acrónimo en húngaro), una escisión del propio Fidesz, obtuvo casi el 30% de los votos. Un resultado del todo inesperado que le procuró siete eurodiputados, con Magyar a la cabeza, que pasaron a formar parte del Partido Popular Europeo (PPE), por los once de Orbán, que encajó su peor resultado en las urnas desde 2004.
En esa noche europea algo cambió en Hungría. Después de conocer los resultados, Magyar, que había recorrido su país de arriba a abajo en una campaña electoral frenética, declaró que éstos suponían “el Waterloo de la fábrica de poder de Orbán, el principio del fin”. Demasiado aventurado, pensaron algunos. Diez meses después, sin embargo, los sondeos parecen estar dándole la razón. Su partido, Tisza, supera en intención de voto al Fidesz. La ventaja, según la media de las encuestas, ronda nada menos que los ocho puntos.
“Es la primera vez desde 2010 que Fidesz y el primer ministro Orbán se miden a un adversario único tan fuerte. La formación de Péter Magyar se presenta como un grupo unido que puede tirar en una sola dirección y no necesita superar diferencias internas, a diferencia de las oposiciones a Orbán previas”, explica Zsuzsanna Vegh, analista del European Council of Foreign Relations (ECFR).
“Esta situación no tiene precedentes”, coincide el reconocido politólogo húngaro Zsolt Enyedi. “Hubo un par de meses en los últimos quince años en los que la oposición unida fue más fuerte que el Fidesz, pero ningún partido fue capaz de igualar al Fidesz en las encuestas de opinión”.
“Los sondeos sugieren que, en efecto, existe una importante movilización tras Magyar y su partido Tisza. Consiguió ganar terreno rápidamente y convertir esa popularidad en apoyos ya en las elecciones al Parlamento Europeo del año pasado”, añade Vegh. “Desde entonces, se ha centrado en construir la base de su partido en todo el país y parece que se está formando un apoyo considerable también fuera de la capital. Para enfrentarse con éxito al Fidesz, el apoyo de todo el país será esencial para Tisza; sus mítines a nivel local sugieren que está teniendo más éxito en conseguirlo que la vieja oposición desde 2010”.
Conviene, sin embargo, no adelantar acontecimientos. En principio, las elecciones no serán hasta abril de 2026. “Las encuestas no significan que Orbán haya sido derrotado”, subraya, en este sentido, Enyedi. “El Fidesz es muy fuerte en la movilización. Puede utilizar todo el aparato del Estado. Tiene al menos diez veces más dinero que la oposición. Puede utilizar la policía secreta, la agencia tributaria, la fiscalía y otros muchos organismos para deslegitimar a la oposición”.
“Antes de las elecciones de 2022, el candidato unido de los partidos de la oposición, Péter Márki-Zay, tenía un apoyo relativamente grande, aunque no de este tamaño, pero finalmente fracasó, y la victoria del Fidesz fue la mayor de todas”, advierte, por su parte, el también húngaro Gábor Halmai, profesor del European University Institute. “Ya en aquel momento —recuerda—, la idea principal para seleccionar al líder de la oposición era la misma que con Magyar ahora, que sólo alguien del Fidesz puede vencer a Orbán, así que él vino también del Fidesz”.
De insider a adversario
Lo cierto es que Magyar conoce bien el régimen de Orbán. Tanto, que su vinculación con el partido del primer ministro se remonta hasta principios de siglo, cuando aún era estudiante universitario. El líder oficioso de la oposición al Fidesz sirvió a los intereses del Fidesz desde dentro y desde fuera del Gobierno; desde Bruselas y desde Budapest. Siempre cerca, pero nunca demasiado cerca —tan cerca como, quizá, hubiera deseado— del núcleo de poder.
Hasta hace sólo dos años, además, el enemigo número uno de Orbán estuvo casado con quien fuera una de sus ministras con mayor proyección, Judit Varga. El ascenso de Magyar no se entiende, de hecho, sin la caída de Varga, obligada a dimitir del cargo en febrero del pasado año por un escándalo relacionado con la concesión de un indulto a un pederasta.
Magyar aprovechó la ocasión para difundir, sin el consentimiento de Varga, un audio en el que su ex esposa incriminaba a miembros del círculo cercano de Orbán en un caso de corrupción. Esa fue su carta de presentación ante los húngaros, que lo recibieron con los brazos abiertos.
¿En qué cree Magyar?
Pero ¿quién es y qué defiende Péter Magyar? “Péter Magyar es de centroderecha. Sabe que los antiguos votantes de los partidos de izquierda le apoyan y trata de conseguir también algunos votantes del Fidesz, por lo que intenta no tener una posición tajante en temas tan delicados como Ucrania”, traslada Enyedi. “Piensa de forma muy parecida a como pensaba Orbán hace veinte años. La gran diferencia es que ahora experimenta lo que es enfrentarse a un poder autocratizador, por lo que su compromiso con las libertades y con la orientación occidental puede ser algo más firme”.
“El propio Magyar tiene opiniones políticas conservadoras de derechas, pero las posiciones políticas de Tisza, en gran medida, siguen sin estar claras”, profundiza Vegh. “Dado que Magyar se posicionó como un actor antiestablishment, podría permitirse hasta ahora no desarrollar posiciones políticas detalladas y señalar más bien la corrupción sistémica así como los fallos políticos del Gobierno, por ejemplo, en materia de sanidad. De cara a las elecciones, el partido tendría que presentar —o al menos tener— una visión más clara de cómo cambiaría el sistema y abordaría las preocupaciones sociales”, anticipa la analista.
Hasta la fecha, Magyar ha fiado su estrategia a denunciar las prácticas irregulares de Orbán y su entorno, y ha capitalizado el desgaste del primer ministro, que guarda cierta relación con el estancamiento económico de Hungría. “La naturaleza corrupta del régimen siempre ha sido conocida por el público, pero como había crecimiento —y ninguna alternativa clara—, siguieron apoyándole”, explica Enyedi.
“Los problemas económicos y la incapacidad del Gobierno para obtener resultados en los sectores de la sanidad y los servicios sociales han contribuido sin duda a aumentar el descontento de la población”, coincide Vegh. “Magyar ha utilizado con éxito la incapacidad del Gobierno para cumplir sus objetivos y la ha vinculado a la corrupción endémica del partido gobernante y sus compinches, que ha llevado al estancamiento del desarrollo y, finalmente, a la congelación de gran parte de los fondos de la UE destinados a Hungría. Esto empieza a notarse en el país”.
Sobre la cuestión de los fondos, Magyar prefiere o bien guardar silencio, o bien mantener un perfil bajo, sabedor de que sus opciones pasan por no soliviantar en exceso al electorado tradicional del Fidesz que, dentro de un año, pueda verse tentado a votarlo. Un electorado con una marcada tendencia eurófoba.
“Magyar es muy cauto a la hora de no plantear cuestiones que, a falta de medios de comunicación libres en los últimos quince años, son impopulares entre la población con el cerebro lavado. Por ejemplo, la afirmación de que quienes apoyan a Ucrania están apoyando la guerra”, explica Halmai. “Magyar intenta no dejar clara su posición en estos temas, como el retroceso del Estado de derecho [en Hungría]. Sucede lo mismo con el caso de la Unión Europea. Aunque no la critica, Magyar afirma que la retirada de fondos ha sido injusta”.
A mediados de abril, durante un mitin multitudinario celebrado en Budapest, Magyar prometió sin embargo que, en caso de ganar las próximas elecciones, acabaría con “el aislamiento internacional de Hungría causado por Orbán”. Es decir, recuperaría las viejas alianzas de Budapest en Europa. Un mensaje que generó cierta esperanza en los despachos de Bruselas, París y Berlín.
“La cuestión de Ucrania está muy politizada en Hungría y el Gobierno intenta presentar a Magyar y Tisza como partidarios de la continuación de la guerra. Magyar se encuentra en la cuerda floja, por lo que sus posturas suelen ser poco comprometidas”, indica Vegh. “Sobre la adhesión [de Kyiv], dijo que un referéndum debería decidir más cerca el momento en que pueda hacerse realidad. También expresó antes que hay que apoyar a Ucrania frente a Rusia —a la que considera la agresora—, pero su apoyo es mucho más reservado de lo que suele ser el ánimo general en el PPE, al que pertenece su partido”, y al que, hasta su salida forzada en 2021, formaba parte el Fidesz.
Otro gran problema que arrastra Orbán, recuerda Enyedi, es el escándalo de pederastia que provocó, entre otras, la dimisión de la ex esposa de Magyar, Judit Varga. “Los dirigentes del Fidesz indultaron a un preso que encubrió a un pederasta. Esto ocurrió en medio de una de las muchas campañas homófobas del partido de Orbán, con el lema ‘Dejad en paz a nuestros hijos’. El escándalo puso a Fidesz en una posición defensiva, de la que todavía no se ha recuperado”.
Escenario İmamoğlu
Algunas voces temen que el primer ministro húngaro baraje la opción de reproducir el método que el presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, aplicó con el alcalde depuesto de Estambul, Ekrem İmamoğlu. Esto es, colocar obstáculos legales que impidan a Magyar presentarse a las elecciones o, directamente, meterle en prisión.
“Hasta hace poco habría excluido esta posibilidad, pero en los últimos meses Orbán se ha radicalizado aún más”, advierte Enyedi. “Comparó a Magyar y sus seguidores con chinches apestosas y prometió una limpieza de primavera. Ha restringido el derecho de manifestación y ha introducido una nueva ley según la cual se puede sospechar de la ciudadanía húngara de ciudadanos con doble nacionalidad si actúan contra la seguridad nacional. Se trata de medidas sin precedentes, por lo que ya no estoy seguro de que existan límites. Obviamente, consultaría a los grupos de interés antes de seguir adelante, pero parece que ya no le importa la Unión Europea”.
“No creo que se atreva a encarcelarlo —anticipa Halmai—, pero no puedo excluir cierto estilo rumano de intento de exclusión mediante chantaje, o encontrar alguna razón legal para excluirlo”.
Vegh apunta en la misma dirección: “Encarcelar a un oponente político sería un paso extremadamente drástico y todavía dudo que el Fidesz esté dispuesto a cruzar esa línea. Pero buscar la manera de despojar a Magyar de su inmunidad y procesarle por cualquier motivo que pueda al menos impedirle presentarse a las elecciones está en el punto de mira. Tras quince años en el poder, el Fidesz tiene mucho más que perder que las elecciones. El partido sabe que mantenerse en el poder es una cuestión existencial. Por tanto, estará dispuesto a recorrer un camino más largo que antes para asegurarse la victoria”.
El contexto internacional, como en el caso de Erdoğan, podría ser proclive. En una entrevista con el canal ÖT, publicada a finales de marzo en YouTube, Orbán reconoció que las dos medidas más polémicas que su Gobierno ha aprobado en los últimos meses, la prohibición de la marcha del Orgullo LGBTI y la habilitación legal para expulsar a los ciudadanos con doble nacionalidad —dirigida expresamente contra George Soros, demonizado por la ultraderecha internacional—, no habrían podido salir adelante sin la presencia de una Administración afín en Estados Unidos.
Con Joe Biden en la Casa Blanca hubiera sido imposible; con Donald Trump, en cambio, Orbán tiene manga ancha. Como contrapartida, eso sí, el primer ministro húngaro ofreció su comprensión ante los aranceles del mandatario republicano, que sin embargo golpearán a Hungría de la misma forma que a los demás miembros de la Unión Europea, sean o no socios ideológicos del trumpismo. “El presidente Donald Trump está haciendo exactamente lo que prometió”, respondió Orbán en la entrevista con ÖT. “No es globalismo, es patriotismo”.
En todo este tiempo, el primer ministro húngaro ha evitado pronunciar en público el nombre de Péter Magyar. Se conforma con acusar a Tisza de no ser un partido húngaro porque, dice, depende de la financiación de Bruselas. El ultraconservador Fidesz insiste, además, en acusar a su adversario de haber obtenido cargos públicos gracias a su ex esposa. Un señalamiento que reconoce, de forma implícita, las prácticas corruptas del Gobierno de Orbán. ”Corrupción a escala industrial”, como denuncia Magyar.
