La inmensidad del Ártico ruso, desolada pero rica en recursos naturales, podría convertirse en el inesperado escenario de una nueva fase en la relación entre EEUU y Rusia.
Con la mirada puesta en el segundo mandato de Donald Trump, el Kremlin está tendiendo puentes hacia Washington y ofreciendo un paquete que combina intereses energéticos, minerales estratégicos y, sobre todo, la posibilidad de relanzar los vínculos bilaterales congelados tras la invasión de Ucrania.
La jugada rusa es clara: atraer capital estadounidense al desarrollo del norte ártico a cambio de flexibilizar el régimen de sanciones que ha paralizado buena parte de su economía.
A través de un ambicioso fondo de inversión anunciado esta semana en el Foro Ártico de Murmansk, Rusia busca canalizar dinero de países del Golfo y, de forma creciente, de Occidente, tal y como informó The Washigton Post.
El principal atractivo: los gigantescos yacimientos de gas natural licuado (GNL) y las reservas de minerales raros indispensables para la industria.
Kirill Dmitriev, el representante del Kremlin en las negociaciones con EEUU, fue tajante: "El Ártico es demasiado importante como para que se convierta en otro frente de la Guerra Fría. Rusia y EEUU deben encontrar formas de cooperar en estabilidad, recursos y protección ambiental".
El propio Vladímir Putin ha respaldado públicamente esta línea, y elogió los planes del presidente Trump de adquirir Groenlandia, una idea que calificó como una "propuesta seria", deslizando que aceptaría acercarse a Washington para depender menos de China.
Por su parte, Trump ha manifestado un renovado interés por el Ártico, tanto por sus rutas de navegación como por sus riquezas. Su enviado especial para Ucrania y Oriente Próximo, Steve Witkoff, reveló recientemente que se están explorando fórmulas de "integración energética" con Rusia, como el uso compartido de rutas marítimas o la distribución conjunta de gas licuado hacia Europa.
El principal activo ruso es su flota de rompehielos -la mayor del mundo- y la apertura gradual de la Ruta Marítima del Norte, un paso ártico que conecta Asia con Europa y que se ha vuelto navegable debido al cambio climático.
Moscú ha invertido miles de millones en infraestructuras para explotar esta vía, que reduce considerablemente los tiempos de transporte respecto al Canal de Suez. En paralelo, pretende relanzar su producción de GNL en el Ártico. Uno de los mayores proyectos es el campo de Bovanénkovo, en la península de Yamal, que alberga reservas cercanas a los 5 billones de metros cúbicos, comparables con los campos más productivos de Texas.
En 2019, Rusia se propuso alcanzar el 30-40% del mercado global de GNL hacia 2030. Pero las sanciones occidentales, tras la invasión a Ucrania, han paralizado su avance: el país solo ha logrado captar un 8% del mercado.
Aquí es donde aparece el posible "trato Trump": inversiones estadounidenses en proyectos de GNL a cambio de una parte de la producción, que EEUU podría revender bajo su bandera, incluso en Europa: "Rusia tiene cosas muy lucrativas que ofrecer. Pero necesitaría que EEUU presione a Europa para reabrir el diálogo energético", explicó Vladislav Inozemtsev, economista y experto en el Ártico, al Post. Sin embargo, convencer a Europa no será tarea fácil.
Además del gas, el Ártico ruso alberga un tesoro mineral: tierras raras, litio, níquel, aluminio. Recursos cada vez más demandados por la transición energética y las cadenas tecnológicas. La administración Trump ya había mostrado interés en acceder a estas reservas como parte de su estrategia de "desvinculación crítica" con China.
Pero más allá de los beneficios económicos, Moscú ve en esta potencial cooperación una oportunidad para mejorar su imagen internacional y proyectar nuevamente su estatus de gran potencia. Washington, por su parte, también estudia el Ártico desde una lógica estratégica. El secretario de Estado, Marco Rubio, ha planteado que trabajar con Rusia podría permitirle a EEUU contener la expansión china en la región.
La administración Biden ya había advertido sobre la creciente alianza entre Moscú y Pekín, que ya han realizado ejercicios militares conjuntos en el estrecho de Bering.
Sin embargo, cortar el vínculo ruso-chino no parece probable. Rusia necesita el financiamiento y la tecnología que China le ofrece, ante el aislamiento occidental. Antes de la guerra, empresas como ExxonMobil, Halliburton y Baker Hughes colaboraban en proyectos clave del Ártico ruso. Hoy, su retorno es improbable mientras persistan las sanciones, la inseguridad jurídica y la desconfianza mutua.