Konstantínovka
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Antes de acordar un alto el fuego completo en Ucrania, Putin pretende fagocitar el pedazo de Donbás que aún está bajo el control de Kyiv, en el norte de la provincia de Donetsk. Completar la toma del Donbás ha sido uno de los objetivos principales de Rusia desde el principio, pero la estrategia que emplea hoy es distinta a la de 2022: el Kremlin ya no quiere conquistar ciudades ucranianas –y rusificar a sus habitantes–, ahora sólo las reduce a escombros para pasar por encima.

En estos momentos, hay dos frentes abiertos en el norte de Donetsk: el de Pokrovsk, donde el Ejército de Zelenski está conteniendo con relativo éxito a las tropas de Putin; y el eje Konstantínovka-Toretsk, donde las fuerzas rusas han avanzado de manera preocupante, acercándose a ciudades muy pobladas, de donde la gente ha tenido que huir precipitadamente.

Una de esas ciudades es Konstantínovka, situada a las puertas de Bajmut. Allí resistían más de 50.000 personas, que ahora ven cómo sus casas son devoradas una a una por las bombas rusas, sin que nadie pueda detenerlo. Y muchos han emprendido un éxodo sin retorno.

En apenas dos meses, las tropas rusas se han posicionado a seis kilómetros de Konstantínovka, y la intensa campaña de bombardeos a la que están sometiendo toda la infraestructura civil de la urbe deja muertos y heridos cada día. En una sola mañana, se han llegado a registrar más de veinte bombardeos contra esta ciudad.

La destrucción es visible en todos los barrios. El juzgado ha sido reducido a escombros, al igual que numerosos edificios de viviendas; las dependencias de la Administración regional se han tenido que trasladar a Kramatorsk, la estación de tren fue pulverizada antes incluso de esta ofensiva, y la vida se ha hecho impracticable para el 20 por ciento de la población que aún no ha evacuado –unas 10.000 personas, según las autoridades–.

Evacuación de civiles con movilidad reducida en Kostantínivka. María Senovilla El Español

Mil personas al día

Las evacuaciones masivas desde la provincia de Donetsk se están produciendo a un ritmo de unas mil personas al día. Desde que comenzó la invasión a gran escala, ya son más de 1.200.000 los ucranianos que se han visto obligados a abandonar sus casas en esta región.

El Gobierno de Ucrania ordenó la evacuación obligatoria, pero lo cierto es que son los residentes los que tienen la última palabra y no se les puede sacar por la fuerza. Sólo en el caso de los niños y menores, la policía ejerce más presión para convencer a las familias de que alejen a los pequeños del frente de combate, y aun así todavía quedan niños en Donetsk.

Según el gobernador Serguéi Goncharov, "a pesar de la evacuación obligatoria, todavía quedan 300.000 civiles" residiendo en la parte del Donbás que no está ocupada por Rusia. Y más de 40.000 están en zonas con hostilidades activas, incluidos 218 niños.

"Desde la Administración, ofrecemos evacuación al centro y oeste de Ucrania, y trabajamos estrechamente con organizaciones benéficas que hacen extracciones", explica el teniente de alcalde de Konstantínovka, Mikola Pokrova.

Una de estas organizaciones es East SOS, que se dedica a evacuar civiles de poblaciones que han quedado atrapadas en los frentes de combate de Járkov y del Donbás. Sólo esta ONG ha rescatado a 88.000 personas desde que comenzó la invasión a gran escala, incluidas 12.000 con movilidad reducida.

Evacuación de civiles con movilidad reducida en Kostantínivka, Donetsk. María Senovilla El Español

Sin fuerzas

Aunque aún quedan algunas familias jóvenes, la mayor parte de la población civil que se aferra a sus hogares en ciudades como Pokrovsk o Konstantínovka son personas muy mayores. "Demasiado mayores para empezar de nuevo", dicen cuando les preguntan por qué no se quieren marchar de una ciudad que está siendo bombardeada a diario.

Otros toman la decisión después de meses de asedio, cuando ven cómo bombardean la casa del vecino o incluso su propio edificio. En algunos casos, piensan que su vida no va a cambiar demasiado si las tropas rusas ocupan sus ciudades, porque "¿qué nos van a hacer a nosotros?", dicen los más ancianos.

Sin embargo, en este momento de la guerra las tropas rusas ya no ocupan ciudades como lo hicieron en 2022, sólo las arrasan. Y estos ancianos se dan cuenta de la realidad demasiado tarde, obligando a los evacuadores a planificar rescates in extremis.

Los voluntarios de East SOS explican que "cada día que pasa es más difícil para los civiles salir del frente debido a los drones". "Incluso nosotros, que tenemos experiencia y hemos trabajado en todos los frentes durante los últimos tres años, ya no podemos acercarnos tanto a primera línea", dice Igor.

Una anciana con movilidad reducida es evacuada de Kostantínivka. María Senovilla El Español

Pasaporte y teléfono móvil

Cuando las personas que rescatan tienen, además, problemas de movilidad, la extracción es todavía más complicada. Pero voluntarios como los de East SOS son la última esperanza para decenas de miles de ucranianos que no tienen familiares que puedan ayudarlos, y no se valen por sus propios medios para llegar hasta otra ciudad.

Por eso, cuando hay que hacer una de estas evacuaciones de alto riesgo, no se deja nada al azar: avisan con antelación a los civiles que van a sacar, se les pide estar preparados desde temprano, con poco equipaje, y el pasaporte y el teléfono móvil siempre en la mano. Y en el caso de los inválidos, un vecino suele estar pendiente para ayudarlos.

Después, todo sucede muy deprisa. Los evaluadores –ataviados con chalecos antibalas, cascos e inhibidores de drones–, van domicilio por domicilio para recoger a los evacuados en una ambulancia. Algunos están ya en la puerta, esperando; pero la mayoría necesita que les ayuden a caminar hasta el vehículo, o incluso que les bajen las escaleras en volandas porque no pueden sostenerse en pie.

En ese punto, las escenas que se van sucediendo son desgarradoras. Miran por última vez la puerta de su casa, rotos de dolor. Se despiden de sus vecinos con la voz entrecortada y las mejillas bañadas en lágrimas, y la profunda tristeza que les produce dejar atrás –y para siempre– su vida y todos sus recuerdos se refleja en sus rostros.

Muchos de ellos no saben dónde van a dormir esa noche, ni la noche siguiente, ni el resto de su vida. Sólo saben que no se puede vivir bajo los bombardeos rusos. "Me sube la tensión a 22 con cada estruendo que se escucha, con cada ruido fuerte... Yo no sé si es normal, o soy la única que reacciona así, pero ya no puedo más", dice Svetlana al subir a la ambulancia.

Evacuación de civiles con movilidad reducida en Kostantínivka. María Senovilla El Español

Un final incierto

En menos de dos horas, la ambulancia de los rescatadores está llena, y parten hacia el centro temporal para evacuados de Pavlogrado –en la vecina provincia de Dnipró–. Allí se registra informáticamente a todas las personas que han tenido que huir de su casa, y empiezan el papeleo que les otorga el estatus de desplazado interno –y que les permite recibir ayudas estatales–.

Hasta este centro no paran de llegar ambulancias, autobuses e incluso vehículos blindados cargados con civiles. "Pokrovsk y Kostyantynivka son las ciudades de donde más gente estamos sacando", dice uno de los conductores, mientras ayuda a bajar de su ambulancia a varios ancianos.

Las personas inválidas, continúan el viaje hasta un centro hospitalario adaptado a sus necesidades. Los que tienen familiares en el oeste del país, también siguen el trayecto. Pero los que no tienen a dónde ir, pasarán allí esa noche, y quién sabe cuántas más, hasta que los voluntarios les encuentren una solución habitacional.

La realidad es que muchos de esos ancianos acaban en residencias, compartiendo habitaciones para cuatro personas y extrañando sus hogares del Dombás. Hogares modestos, en su mayoría, pero algunos con su pequeño huerto y sus animales de compañía. Y todos con vecinos y amigos en los que apoyarse.

Dos mujeres lloran al abandonar su casa en Kostantínivka. María Senovilla El Español

Confinados en residencias, y sin esperanzas de recuperar la vida que les ha arrebatado la guerra, muchos fallecen en pocos meses. El cambio es tan drástico, y la motivación de seguir viviendo tan pequeña, que se apagan poco a poco a pesar de recibir todos los cuidados necesarios.

Los desplazados internos más jóvenes, e incluso los mayores válidos, tampoco lo tienen fácil. Algunos se instalan con familiares, otros tienen que encontrar casa y trabajo en una ciudad nueva. Y en las ciudades del oeste de Ucrania el precio de la vivienda se ha triplicado debido al conflicto y a la afluencia masiva de desplazados internos.

Hace unos meses, el diputado ucraniano Maksym Tkachenko recibió un tirón de orejas tras decir en una entrevista que al menos 150.000 ucranianos habían regresado a sus casas, en los territorios temporalmente ocupados por Rusia, al no encontrar la manera de subsistir en otras ciudades libres.

Aunque Tkachenko se retractó de sus declaraciones, no dejan de proliferar los anuncios de agencias de viaje que llevan a ciudadanos ucranianos a los territorios ocupados. En muchos casos son viajes de ida y vuelta, para visitar a sus familias; en otros casos la gente compra sólo el billete de ida. Y luego están aquellos que, aunque quieran volver a sus hogares, no pueden hacerlo porque ya no existen. Rusia los ha borrado de la faz de la tierra.