El 9 de agosto de 2019, Matteo Salvini anunciaba formalmente la presentación de una moción de censura contra el gobierno del primer ministro Giuseppe Conte, líder del Movimiento Cinco Estrellas. Lo curioso de la moción de censura era que él mismo había sido la imagen de ese gobierno en su condición de ministro de interior con amplísimas competencias. De hecho, si durante cualquier momento, desde las elecciones de 2018, alguien hubiera preguntado quién gobernaba en Italia, casi todos habríamos contestado: “Matteo Salvini”.

Y es que Salvini era uno de esos personajes ubicuos con opinión sobre cualquier cosa y solución radical a cualquier problema. Hábil en la conexión con la gente y siempre en búsqueda del rédito político, Salvini vivía en un mitin constante, casi siempre televisado. Su esplendor llegó sin duda con la crisis humanitaria del verano de 2018 y el rechazo a que el barco “Aquarius” atracara con sus cientos de inmigrantes libios en suelo italiano. Al final, la nave acabó en Valencia, cortesía de Josep Borrell, y todo el verano fue un continuo enfrentamiento entre Salvini y la Unión Europea, para mayor gloria de un hombre que veía cómo se disparaba su popularidad.

Durante los doce meses que separaron la crisis europea de 2018 y la de gobierno de 2019, la Liga Norte no hizo más que subir en los sondeos a un ritmo electrizante. Declaraciones del tipo “Italia ya no es el felpudo de Europa” tocaban la fibra de un país aún por hacer en muchos sentidos y con una inestabilidad política legendaria. En las elecciones, Salvini había conseguido un 17,35% de los votos, superando a la gran referencia de la derecha italiana durante veinticinco años, Silvio Berlusconi. Solo en 1996, es decir, en plena explosión mediática del fenómeno Umberto Bossi y su famosa Padania, había conseguido la Lega superar el 10% y fue por siete centésimas. Los sondeos de verano de 2019 colocaban a Salvini por encima del 35%.

El paso en falso

Salvini había hecho de la bravuconería su principal atractivo y la moción de censura formaba parte de esa estrategia avasalladora. El objetivo era aislar a Conte para que convocara elecciones y luego arrasar en ellas. Hundir definitivamente al M5S, superar holgadamente a Berlusconi y a los Fratelli d´Italia, y consolidarse de hecho como primer ministro a sus cuarenta y seis años. Si no con mayoría absoluta -algo casi imposible en Italia-, sí con un apoyo popular suficiente como para tener que pedir los menores favores posibles.

La idea era buena pero arriesgada y el caso es que salió mal. Espantosamente mal. Uno se cree que los demás son tontos hasta que dejan de serlo. Conte, el hombre que había dejado hacer a Salvini hasta el punto de delegar la verdadera representación del país en él, se negó a dimitir. Cuando todos le daban por muerto, giró el tablero con la ayuda de su compañero de partido Luigi di Maio y alcanzó un acuerdo con el PD, la coalición de izquierdas heredera de la DS. Encabezada por Matteo Renzi, quien fuera el primer ministro más joven de Italia de 2014 a 2016, la DS apenas puso objeciones al pacto porque sabía lo que suponía para la Lega y para la derecha en general: cuatro años de oposición. A cambio, además, se quedó con la vicepresidencia.

El gobierno de centro-derecha pasó a ser de centro-izquierda en un par de semanas y Salvini quedó con el paso cambiado. No había Plan B. No había alternativa. Lejos del gabinete y lejos por tanto de las oportunidades mediáticas que derivaban de su cargo como ministro, Salvini se fue hundiendo en un segundo plano, víctima en buena parte del monstruo que él mismo había creado. Su apuesta por la extrema derecha, el antieuropeísmo y la antiglobalización había cundido en el espectro político italiano: ahí estaba Giorgia Meloni dispuesta a llevar ese discurso un punto más allá con los Fratelli d´Italia, la auténtica sensación del último bienio.

De Fini a Meloni

Es muy complicado ser nacionalista italiano. Hablamos de un país con poco más de ciento cincuenta años de historia y que nace de la unión a su vez de pequeñas naciones que han vivido separadas, incluso enfrentadas, durante siglos. Cuando Bossi decía: “Nosotros no creemos en Italia, creemos en la Padania (el norte industrial del país)” lo decía por algo. El sur, para buena parte de los habitantes de Milán, Turín, Venecia, etc. son ciudadanos de otro país. Salvini tuvo que inventarse un nacionalismo a lo Le Pen o a lo Nigel Farage donde, en rigor, había más desconfianzas que otra cosa.

Ese ramalazo independentista del norte, que se mantiene en el nombre del partido, es probablemente lo que haya convertido a Salvini en uno de los grandes defensores, por ejemplo, de Carles Puigdemont cuando fue detenido en Cerdeña. Hay una evidente sintonía nacionalista entre la Lega y las distintas denominaciones de lo que en su día fue Convergencia Democrática de Cataluña. Una ambigüedad que, desde luego, no encontramos en Fratelli d´Italia, que, dispuestos a llevar el fanatismo a todo el país, se han apropiado de casi lo único que todos comparten: su himno.

Fratelli d´Italia es un partido de herencia mussoliniana sin complejo alguno, salido de los rescoldos de la Alianza Nacional de Gianfranco Fini que tanto ayudó a formar Alessandra Mussolini, la nieta del dictador fascista. Donde la Lega Norte es un partido claramente populista, los Fratelli representan un conservadurismo más serio y a la vez más duro, con su punto xenófobo, intolerante y antisemita. Si Salvini tenía que inventarse un lepenismo a lo Jean-Marie, Meloni es su Marine: más calmada, menos estridente, pero demoledora en su ideología.

Sexo y drogas

En dos años, Fratelli ha pasado de ser una formación casi anecdótica… a competir en los sondeos con PD, Lega y M5S, algo realmente inimaginable antes de la pandemia. Salvini, a su vez, ha pasado de controlar todo un país a no controlar ni su propio espectro político. Aunque cada sondeo los coloque en un orden distinto, lo cierto es que los cuatro partidos están en un empate técnico. La última encuesta fiable publicada, del 19 de septiembre, colocaba a Meloni en primer lugar con un 20% de expectativa de voto. Salvini y su Lega empataban con el PD en segunda posición con un 18,5%, es decir, casi la mitad de lo que le daban hace dos años.

Por si las cosas no estuvieran lo suficientemente mal, esta semana, la figura de Salvini se ha visto salpicada por un escándalo de consecuencias difíciles de calcular: la detención de Luca Morisi, asesor y estratega de marketing del líder de la Lega. Morisi era, salvando las distancias, el equivalente de Iván Redondo para el Pedro Sánchez de 2018-19. Son dos figuras demasiado cercanas como para que lo que le pase a una no afecte mediáticamente a la otra. Los cargos contra Morisi son de tráfico de drogas y posible incitación a la prostitución. En su casa, se ha encontrado cocaína para un regimiento y BHC líquido, una sustancia que hace perder por completo la conciencia de uno mismo y que, de hecho, incita a un mayor consumo de cocaína. En algunos ambientes se la conoce como “la droga de la violación”.

Salvini, por supuesto, ha salido a defender a Morisi y a denunciar a una persecución contra su partido. Morisi habla de una noche de droga y sexo, sin más. Curiosamente, el “gurú” había presentado su dimisión el 1 de septiembre sin que trascendiera a la opinión pública y apelando a “motivos personales”. Probablemente, ya entonces estuviera bajo investigación y quisiera manchar lo menos posible el nombre de su amigo y jefe. En este sentido, Italia es un país complicado: de tradición indudablemente católica y moralista, su político más popular durante dos décadas ha sido Silvio Berlusconi, aficionado a las noches de sexo con señoritas jóvenes y atractivas.

Es imposible, por lo tanto, saber hasta qué punto un escándalo relacionado con el sexo o con las drogas recreativas puede afectar a un político que siempre ha tenido un sentido casi nietzscheano del bien y del mal. Puede que muchos de sus votantes sigan confiando en él, simpaticen más o se crean la teoría de la conspiración. También puede que otros digan “esto no pasaría nunca con Fratelli” y se vayan a votar a Meloni. Aunque las próximas elecciones legislativas están programadas para 2023, Italia es un país completamente imprevisible. Nada hace pensar ahora mismo que el puesto de Mario Draghi -sustituto en febrero de este año de un agotado Giuseppe Conte- esté en riesgo, pero, como hemos visto, todo puede cambiar en un momento. Siempre hay que estar listo y, ahora mismo, Matteo Salvini y la Lega no lo parecen.

Noticias relacionadas

Contenido exclusivo para suscriptores
Descubre nuestra mejor oferta
Suscríbete a la explicación Cancela cuando quieras

O gestiona tu suscripción con Google

¿Qué incluye tu suscripción?

  • +Acceso limitado a todo el contenido
  • +Navega sin publicidad intrusiva
  • +La Primera del Domingo
  • +Newsletters informativas
  • +Revistas Spain media
  • +Zona Ñ
  • +La Edición
  • +Eventos
Más información