Jeremy Corbyn (Chipperham, 1949) se presentó a la carrera por liderar el partido laborista sin hacer mucho ruido, para "sacudir el debate ideológico" en un Partido Laborista que había enterrado la socialdemocracia desde el reinado de Tony Blair.

Era verano de 2015 y el partido más cercano a la izquierda en el Reino Unido trataba de digerir una severa derrota contra David Cameron con un nuevo capitán. Tras el fracaso Miliband, el aparato del laborismo buscaba a un líder fuerte, con carisma y capaz de hacer frente a los conservadores.

El veterano diputado Corbyn no era el favorito ni de lejos. Tampoco parecía cumplir todas los requisitos, para algunos. "Si Jeremy Corbyn se convierte en el líder laborista, la derrota electoral no será sólo como la de 1983 o 2015, el partido se enfrentará a una aniquilación", dejó escrito el exprimer ministro Blair. Pero las bases hablaron y entregaron la oposición a un político comprometido, rebelde y orgulloso de ser un ‘indignado’.

En las elecciones anticipadas de 2017 nadie daba un duro por él pero las urnas le respaldaron, sumó 30 escaños más y le quitó la mayoría a una Theresa May que quería coronarse como la primera ministra que ejecutaría con solvencia el brexit. Dos años y medio después, Reino Unido sigue en el laberinto con un nuevo premier que participó en el entierro colectivo de May y que se presenta ahora como el único líder capaz de acabar con la pesadilla interminable de bloqueos e indecisión sobre el divorcio con la UE. Jeremy Corbyn sueña con remontada pero a estas alturas sólo aspira a salvar el tipo.

Por el camino, el líder laborista se ha dejado unos cuantos puntos de intención de voto y un buen puñado de credibilidad. Sus volantazos con el brexit le han pasado factura en unas elecciones generales que más bien parecen un plebiscito para que Boris Johnson termine de una vez el harakiri del brexit. El plan maestro de los laboristas es negociar un nuevo acuerdo de salida con Bruselas (sería el tercero tras el de May y Johnson) y someterlo al pueblo británico a otro referéndum más para decidir entre la salida ‘a la Corbyn’ o la permanencia en la UE.

El deseo de permanecer neutral ante esta trandecestental encrucijada le ha granjeado un alud de críticas en la prensa británica más conservadora. Pero el veterano laborista no se resigna a perder, desde 1983 nunca nadie le ha movido de su escaño por Islington y aunque las encuestas no le sonríen confía en una carambola que le permita gobernar con los apoyos de los liberales de la joven Jo Swinson y los nacionalistas escoceses (SNP) de Nicola Sturgeon.

Accidentada campaña

Para intentar aparcar el monotema del brexit de la agenda de la campaña, Corbyn ha presentado el programa electoral más de izquierdas que Reino Unido recuerda: revolución fiscal para “freír” a impuestos a las empresas y costear mejoras en el estado de bienestar, transición ecológica para luchar contra el cambio climático o semana laboral de 32 horas son algunas de sus propuestas para cambiar el país.

Mientras la ‘City’ mira con temor su hoja de ruta económica, la implacable prensa británica ha resucitado los viejos fantasmas que persiguen a Corbyn. Aunque ha conseguido sortear su pasado antimonárquico asegurando que cuestionar la Casa Real es “inútil” y está “fuera de sus prioridades”, una carta abierta del jefe de los judíos ortodoxos ha empañado la campaña laborista con acusaciones de antisemitismo.

“Una abrumadora mayoría de judíos británicos está reconcomida por la ansiedad ante la perspectiva de una victoria electoral de Cobryn”, escribió el rabino Ephraim Mirvis en The Times. “Ninguna comunidad o fe religiosa estará en riesgo si soy primer ministro”, respondió Corbyn para zanjar este ‘incendio antisemita’.

A pesar de su accidentada campaña, todavía quedan líderes laboristas que confían en un giro final para obrar la incierta remontada. Al mismo tiempo, las encuestas son enemigas y aliadas de Corbyn. Desde que Boris Johnson llegó a Downing Street hace cinco meses, los conservadores se han distanciado hasta marcar 10 puntos de diferencia con los laboristas. Pero en el cuartel general de Corbyn recuerdan lo mucho que fallaron las predicciones en 2017 y se agarran a una posible sorpresa que al menos pueda servirles para salvar los muebles y retrasar un posible relevo en el liderazgo de la socialdemocracia británica.