Enero de 2015: Syriza logra lo que tan solo unos años antes parecía imposible, una formación de izquierda radical asume el timón de un país. Alexis Tsipras se convierte en la esperanza de una ciudadanía exhausta tras años de austeridad y también de una izquierda europea eternamente fragmentada y por ello débil.

Mayo de 2019: Syriza sufre un descalabro en las elecciones europeas y locales y se queda casi diez puntos por detrás de Nueva Democracia, la formación de toda la vida, la de los clanes políticos que tanto odiaban los griegos. Ya en julio se confirma su caída a nivel nacional.

¿Qué pasó para que esto pudiera ocurrir?

Si bien Tsipras ganó las elecciones con un programa de izquierdas, los griegos no le votaron porque de repente se hubieran vuelto marxistas, sino porque él les devolvía algo que habían perdido bajo la tutela de los acreedores: dignidad. La gente y el propio Gobierno creían que David podía vencer a Goliath.

Seis meses y tormentosas reuniones después, Tsipras claudicaba y asumía que con un programa de izquierdas se podía ganar elecciones pero no gobernar cuando se tiene la soga al cuello y se han aplicado controles de capital para evitar el desangre financiero.

En lugar de renegociar la deuda, detener el proceso de privatizaciones de empresas estatales, evitar nuevos recortes de pensiones y restablecer el salario mínimo, el líder izquierdista firmó un tercer rescate financiero, menos cuantioso (86.000 millones de euros) que los anteriores pero no por ello menos doloroso.

Tsipras justificó este giro diametral con el argumento de que quería evitar el "suicidio colectivo" del país, y que en lugar de "escapar" (salir del euro), el Gobierno había optado por "afrontar la realidad".

Pero la firma del rescate condujo a la implosión de Syriza y Tsipras tuvo que convocar nuevas elecciones. Pese a que el desencanto había empezado a propagarse nuevamente entre los ciudadanos, le dieron una segunda oportunidad. Querían ver si, aun dentro del corsé dictado por Bruselas y Washington (Fondo Monetario Internacional), era capaz de poner en práctica la política social que seguía prometiendo.

El tiempo ha demostrado que no lo fue, y de ser el "enfant terrible" de Europa Tsipras se convirtió en alumno aplicado de las instituciones.

Algunos de los objetivos fijados por los acreedores no se han cumplido, como el programa de privatizaciones, o parte de la modernización de la Administración, pero a cambio, Grecia ha superado en los últimos años con creces los objetivos fiscales.

Grecia no es un país progresista. La mayoría de la población incluso es de costumbres conservadoras, pero los ciudadanos habían confiado su destino a un marxista -al menos en sus inicios políticos Tsipras lo fue- porque creyeron que él haría realidad una quimera.

También en la izquierda europea -Podemos, Izquierda Unida, Sinn Fein, etcétera- su victoria había hecho creer que era posible imponerse al poderío del capital y aplicar un modelo social radical.

Cuatro años después, la izquierda europea prefiere no hablar ya de Tsipras, y a los ciudadanos griegos solo les ha quedado la ira.

La sensación generalizada es que al final todo es siempre lo mismo, que gane quien gane la factura la paga el ciudadano medio.

De ahí se explica que en mayo la conservadora Nueva Democracia pudiera sacar casi diez puntos de ventaja a Syriza. La población quería pasar factura a Tsipras por las promesas incumplidas, aunque fuera dando su voto a un modelo neoliberal. Los que no quisieron llegar tan lejos, prefirieron quedarse en casa y abstenerse.

¿Qué análisis hace Syriza de esta derrota?

El primer balance tras la derrota de mayo, que dejó boquiabierto al partido, fue culpar indirectamente a los propios ciudadanos, por no haber sabido apreciar el cambio de rumbo que ha dado el Gobierno tras la salida del rescate, con la aprobación de medidas que evocan el programa genuino de Syriza: el restablecimiento de los convenios colectivos, la subida del salario mínimo, la bajada del IVA, o la revocación de nueva bajada de las pensiones.

Dicen en la formación que eso ha llevado a que una gran mayoría de los que votaron a Syriza en 2015 optaran esta vez por no acudir a las urnas (el partido solo consiguió movilizar al 58 % de esos electores).

Entretanto, Tsipras ha reconocido que hubo acciones de su política que no se ajustaron a las expectativas y que es necesario cambiar muchas cosas. A ello, dice, se añade el cansancio acumulado de tantos años bajo la tutela de los acreedores.

A pesar de lo que decían las encuestas, él seguía confiado en poder revertir el resultado. "Los griegos no pueden olvidar quién causó la crisis, quién no supo manejarla y destrozó la economía y la sociedad, y quién sacó al país del atolladero y la humillación", ha dicho estos días.

Pero la realidad es que, Syriza, desde este domingo, debe hacerse a la idea de que volverá a pasar a la oposición. Su principal objetivo será evitar convertirse nuevamente en una formación marginal o, como suele decir Nueva Democracia, en un breve episodio de la historia. 

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