Roma

La última tormenta que se originó en Estados Unidos impactó con fuerza en el Vaticano. Y ahora, que toca hacer balance de los daños, hay que empezar por el epicentro. Este jueves el papa se reunió en el Vaticano con los máximos responsables de los obispos de aquel país, que habían solicitado la visita tras publicarse el escándalo de abusos por parte del arzobispo emérito de Washington, Theodore McCarrick, apartado después por Francisco. Después llegó una carta que incriminaba al pontífice por haber hecho oídos sordos a las denuncias y el asunto se embarró tanto que para Bergoglio se hacía imprescindible un intercambio directo con sus interlocutores en aquel país.

El escándalo alcanza tales dimensiones que del encuentro apenas hubo detalles. En el Vaticano los temas sensibles suelen tratarse con discreción. Tan sólo una nota del presidente de la conferencia episcopal estadounidense, Daniel DiNardo, expresó que se trató de “un intercambio largo, fructífero y bueno”. “Hemos compartido con el Papa Francisco nuestra situación en Estados Unidos, cómo el cuerpo de Cristo es lacerado por el demonio de los abusos sexuales. Hemos escuchado profundamente desde nuestro corazón”, añadía el comunicado. No trascendió la duración, pero probablemente Bergoglio tuvo mucho que decir y los obispos mucho que escuchar.

Poco antes de la cita, la Santa Sede informó de que el papa había aceptado la renuncia del obispo estadounidense Michael J. Bransfield, acusado también en el pasado de abusos sexuales en la diócesis de Filadelfia. El Vaticano nombró en su lugar al arzobispo de Baltimore, William Edward Lori, y le encargó una investigación de los hechos. Mientras que esta misma semana el sustituto de McCarrick en la archidiócesis de Washington, Donald Wuerl, también aseguró que pedirá su renuncia ante el papa próximamente.

Entramos en la etapa de la búsqueda de reparación, pero los escándalos no cesan. La agencia AP publicó también este jueves que dos víctimas de abusos sexuales acusan a DiNardo de encubrir otro caso de este tipo, aunque de momento se trata sólo de sendos testimonios anónimos. En su cita con Francisco, el presidente de los obispos estadounidenses estuvo acompañado por su número dos, José Horacio Gómez, y el secretario general, Brian Bransfield. También estuvo presente el arzobispo de Boston y presidente de la Comisión Pontificia para la Protección de los Menores, Sean Patrick O’Malley, hombre de total confianza del papa.

Ala reaccionaria

Ninguno de ellos representa al ala más reaccionaria de la Iglesia de Estados Unidos, a la que desde círculos vaticanos se acusa de lanzar las últimas acusaciones contra el pontífice. Este sector, minoritario pero influyente, estaría conectado también con una corriente política ultraconservadora, con el omnipresente Steve Bannon a la cabeza. Según una investigación difundida esta semana por el periódico La Stampa, el exasesor del presidente estadounidense Donald Trump estaría tratando de buscar en la Iglesia un sustento para darle a su heterodoxo movimiento una mayor carga ideológica.

Política y clero se servirían mutuamente a través de azuzar los escándalos de pederastia para desestabilizar a Francisco, que representa una corriente opuesta al cierre de fronteras de los soberanistas y al inmovilismo de ciertos sectores de la Iglesia. Pero utilizan los abusos porque están ahí y amenazan con continuar apareciendo. En Estados Unidos varios estados han abierto ya investigaciones independientes. Mientras que el Der Spiegel anticipó un informe que revela que en Alemania se produjeron 3.677 casos entre 1946 y 2014. La mayoría de las víctimas eran menores de 13 años y uno de cada seis fue violado.

Los defensores de Francisco argumentan que esta forma de encender el ventilador demuestra que existe la voluntad de documentar los casos y subsanar los errores. Pero los críticos defienden que en la mayoría de ocasiones, estos fueron encubiertos por la propia Iglesia. Hasta el punto que en la crítica más furibunda acusan a Bergoglio de haber hecho lo mismo. Por eso, esta semana el pontífice decidió pasar a la acción y convocar de forma extraordinaria a los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo para tratar el tema de la pederastia.

Es una novedad que se convoque a los representantes de las Iglesias para tratar un tema determinado y no a los obispos, con los que Francisco se encontrará en octubre en el próximo sínodo sobre los jóvenes. Entre esos obispos hay sensibilidades de todos los tipos, por lo que llamar a sus jefes puede ser un modo de centralizar las decisiones. En el encuentro se hablará de “prevención”, según informó la Santa Sede, pero queda la duda de cómo se afrontará la aparición de nuevos casos ya registrados.

El papa ha decidido dar un paso al frente. Aunque habrá que esperar a febrero del año próximo, cuando se celebrará la cita, para conocer el detalle, por lo que es probable que continúen acumulándose nuevos datos de abusos y que las acusaciones no cesen. Según la mayoría de los expertos, el pontificado se encuentra en su momento más delicado, por lo que sus enemigos no desaprovecharán la oportunidad de atacar a un papa cuestionado.

Desde la Santa Sede apuntan a que próximamente habrá una repuesta a la carta del arzobispo Carlo Maria Viganò en la que acusa a Bergoglio de encubridor, ante la que éste de momento sólo ha respondido con silencio y condenas veladas a quienes intentan sembrar discordia. Lo recoge el último informe del Consejo de Cardenales, una especie de Consejo de Ministros creado por Francisco con hombres de su confianza, del que se especula que próximamente saldrán tres de sus nueve miembros, en otro intento de darle otra marcha al pontificado. Dos de esos tres cardenales, el australiano George Pell y el chileno Francisco Javier Errázuriz, también se han visto salpicados por escándalos de pederastia.

Algo se mueve en el Vaticano después de un año marcado por los abusos en Chile, el recuerdo de Irlanda y el nuevo tsunami estadounidense. Este jueves la revista Civiltà Cattolica filtró una conversación de Francisco con víctimas de abusos en Dublín, a los que les habría prometido que no basta “simplemente con pasar página” sino que “se debe buscar remedio, una reparación”. Precisamente esto es lo que distintos sectores piden a una Iglesia con el papa a la cabeza. En el día de la reunión con los obispos estadounidenses, el Washington Post publicó un editorial titulado: “El tiempo se agota, Papa Francisco”.