Roma

Un incontenible torrente de abusos, impunidad y encubrimiento en el seno de la Iglesia persigue a Francisco. El cajón de la pederastia estaba sobre la mesa cuando Bergoglio se convirtió en Papa. Lo puso entre los asuntos de los que había que hablar, creó una comisión al respecto y abanderó el eslogan de la “tolerancia cero”. Pero ahora, ante la escasez de medidas concretas para abordarlo, ese fardo se ha convertido en una nueva caja de los truenos. La última acusación de proteger a religiosos pedófilos apunta al mismísimo Papa.

El pontífice argentino prefirió callar ante la denuncia. “Lean ustedes atentamente el comunicado y juzguen por sí mismos”, les dijo Francisco a los periodistas a su regreso del viaje a Irlanda. La carta en la que se dispara contra él despierta dudas por el tono y por su procedencia.

El autor es Carlo Maria Viganò, exnuncio en Estados Unidos, jubilado sin premio por el propio Bergoglio, célebre urdidor de intrigas vaticanas y uno de los representantes del ala más conservadora de la Curia. Viganò, nacido en la ciudad italiana de Varese, conecta el sector más inmovilista del clero italiano con los ultraderechistas de la Iglesia de Estados Unidos, donde prestó sus servicios entre 2011 y 2016.

El Papa finaliza su viaje en Irlanda pidiendo perdón

En su misiva, que cayó como una bomba el pasado domingo, acusa al Papa de no haber actuado contra el cardenal Theodore McCarrick, que abusó durante años de seminaristas y monaguillos, pese a haberle advertido personalmente de la situación en 2013. “Francisco tiene que ser el primero en dar ejemplo a los cardenales y obispos que han encubierto los abusos de McCarrick y tiene que dimitir con todos ellos”, escribe Viganò. En el documento demuestra su obsesión contra la homosexualidad en la Iglesia, ya que la considera el verdadero motivo de la pederastia, y aprieta el gatillo contra un buen puñado de estrechos colaboradores de Francisco.

¿Venganza?

Desde los círculos vaticanos apuntan a una venganza del exnuncio -que ya destapó documentos clave en el escándalo del Vatileaks antes de la renuncia de Benedicto XVI- por no haber logrado un puesto a su altura tras un paso efímero por la sede del Gobierno de la Ciudad del Vaticano a su vuelta de Estados Unidos. El historiador Alberto Melloni escribe en La Repubblica que “no tiene nada que ver con la pedofilia, sino con la intención de unir el integrismo anti-bergogliano con el fundamentalismo político católico”. Una corriente que tiene actualmente su vanguardia en la Iglesia de Estados Unidos, en crisis absoluta tras el escándalo de los abusos en Pensilvania.

Otras figuras mediáticas, como el director de la revista Civiltà Cattolica y muy cercano a Bergoglio, el padre Antonio Spadaro, consideran que los papas nunca se han defendido de las acusaciones. Según esta idea, una respuesta equivaldría a darle pábulo a la carta, que de momento no ha sido acompañada de ningún documento. Sin embargo, en un panorama mediático obsesionado con la construcción del relato, el silencio de Francisco no hace sino alimentar dos bandos.

De un lado, el cardenal español Carlos Osoro escribió sin más explicación en Twitter: “Papa Francisco, eres valiente en desvelar la verdad del Evangelio y mantener viva la misión de la Iglesia”. Otros, como el cardenal de Chicago, Blase Cupich, promocionado por Francisco y también blanco de las acusaciones de Viganò, se han apresurado a desmentir los hechos. Sin embargo, para medios y sectores ultracatólicos que no han perdido oportunidad de atacar no sólo a Bergoglio sino la idea de aperturismo que despierta en el imaginario colectivo, el nuevo escándalo es una bala de oro.

La publicación de la carta fue cuidadosamente elegida durante el viaje del Papa a Irlanda, uno de los epicentros de los casos de pederastia en la Iglesia en los últimos años. En un país en el que el catolicismo ha perdido un fuerte arraigo, allí el pontífice no sólo recibió reproches de los laicos, sino de miembros del clero. El primer ministro irlandés, Leo Varadkar –reconocido homosexual-, dijo que “la caridad y el perdón cristiano” fueron sustituidos por la “severidad y crueldad”, y le espetó a Francisco a la cara que es el momento de "construir una nueva relación entre iglesia y Estado".

De las "palabras a los hechos"

El Papa condenó los abusos sexuales casi en cada acto público que tuvo, pero ya antes de su visita, el presidente de la Comisión de Protección de menores, el cardenal Sean Patrick O’Malley, reclamó “procedimientos más claros para los casos que involucren a obispos”. La irlandesa y dimisionaria de la misma comisión, Marie Collins, también pidió fervientemente que “se pasara de las palabras a los hechos”.

Hace un mes, tras conocerse públicamente las acusaciones contra el cardenal McCarrick, el pontífice lo apartó y lo conminó a llevar una vida de aislamiento mientras la Justicia estadounidense investiga su caso. Una decisión entonces aplaudida y ahora puesta en cuestión tras la denuncia de Viganò. Tras conocerse el informe que sacaba a la luz la historia de 300 sacerdotes que cometieron abusos durante décadas en Pensilvania pese al conocimiento de sus superiores, el Papa se limitó a publicar una carta en la que mostraba su “vergüenza y arrepentimiento por lo ocurrido”.

Se especuló con la publicación de un nuevo documento papal que endureciera las acciones en estos casos, pero acreditados medios vaticanos informaron de que el Papa no tomaría más medidas e insta a cumplir la legislación actual. La Comisión para la Tutela de los Menores sólo tiene carácter consultivo y nunca ha tenido un gran peso específico, mientras que en la mayoría de los casos han salido a la luz los abusos antes de que el Vaticano interviniera. Incluso entre las voces públicas menos beligerantes con Francisco empiezan a reclamarse medidas contundentes y novedosas.

Una de ellas sería la creación de un tribunal vaticano que se dedicara a investigar a los obispos sospechosos, propuesta por Marie Collins. Aunque el Papa se encargó de rechazar esta hipótesis también en el vuelo de vuelta de Dublín, al asegurar que las “distintas culturas de los obispos deben ser juzgadas” de forma independiente. Por eso, se refirió de nuevo a los procedimientos vaticanos ya existentes y a que cada caso sea estudiado en la corte correspondiente.

El recuerdo de los abusos en Irlanda y el escándalo de Pensilvania han vuelto a escena mientras el todavía ‘ministro de Economía’ –mantiene su puesto en una especie de excedencia- vaticano, George Pell, está siendo juzgado en Australia por distintos delitos de pederastia y sobre todo tras el gran escándalo de Chile. Allí Francisco cometió probablemente el error más grande de su pontificado al defender públicamente al obispo Juan Barros, acusado también de encubrir abusos.

Por más que el Papa pidiera después perdón, encargara una investigación, recibiera a las víctimas y aceptara la renuncia entre otros de Barros –todos los obispos chilenos presentaron su dimisión-, el desliz en un terreno especialmente sensible lo dejó marcado. Después la hemorragia no ha parado de crecer con hechos bien probados. La carta que acusa al Papa sólo es el último símbolo de que la pederastia es el elemento que mantiene en vilo el pontificado.