Roma

Gaetano esperaba tranquilamente el autobús junto a dos de sus primos la semana pasada, cuando una docena de chavales pasaron en unos segundos de los insultos a una brutal paliza. Ingresó en condición grave en el hospital San Giuliano de la periferia de Nápoles, donde se encontraba. Y aunque le tuvieron que extirpar el bazo, tuvo suerte de ir acompañado porque sin la intervención de sus familiares probablemente no lo podría contar. Gaetano tiene 15 años y sus primos son menores que él. Tampoco sus agresores ostentan una edad mayor, el problema es que se mueven en manada y actúan como tal. Las llaman baby gangs, el último fenómeno que aterroriza las calles de Nápoles.

Tras el linchamiento de Gaetano, se produjeron otros dos casos similares el fin de semana. Son cerca de una veintena en el último mes en esta ciudad. El episodio que lo desbocó todo fue el de Arturo, otro muchacho de 17 años, apuñalado en el cuello en diciembre. Distinto grupo, pero mismo método. Entre sus verdugos había chicos de 13 y 14 años, que según los testimonios recogidos por la policía, actuaron porque su objetivo les había mirado mal. Arturo salvó la vida de milagro, ha estado un mes convaleciente y a su vuelta al instituto se ha convertido en el símbolo contra esta nueva forma de vandalismo.

No es novedad que Nápoles viva una oleada más de violencia, lo que sí cambia es la edad cada vez más temprana de sus protagonistas. La respuesta del Gobierno, sin embargo, sigue la hoja de ruta habitual: mayor despliegue policial, incremento de las cámaras de seguridad y cerco a los jóvenes que se mueven en moto por sus callejuelas. El ministro del Interior, Marco Minniti, encabezó el último gabinete de crisis. “No digo que las baby gangs sean terroristas, pero usan métodos de carácter terrorista, como agredir a alguien porque está casualmente en un sitio”, dijo.

En los últimos días han circulado por los medios italianos vídeos en los que se ve actuar a estos grupos con cuchillos, cadenas o barras de hierro. Su objetivo no es tanto atentar contra la vida de las personas, sino sembrar el pánico con subidón de adrenalina incluido. Las víctimas propiciatorias suelen ser chicos más o menos de su misma edad, aunque también ha habido agresiones contra mendigos. Objetivos vulnerables en general. “Lo que les une es la lógica del fuerte, el sentido de pertenencia”, asegura Davide Saponaro, del Colectivo Ferraris Scampia, formado en el instituto napolitano del mismo nombre.

Esta semana esta agrupación de estudiantes convocó una manifestación espontánea en solidaridad con las últimas víctimas, a la que se unieron cerca de 5.000 personas. “Lo que pedimos es que el Estado impulse una verdadera política social, que invierta en escuelas, cultura, en la familia y se preocupe por la inserción laboral”, reclama el portavoz del movimiento. En otro caso reciente, publicado por la prensa local, tres chavales intentaron protegerse de una agresión tras una patrulla de militares, pero ni la presencia de los soldados consiguió frenar a la pandilla. Algo que demuestra, según Davide, que “la violencia no se frena únicamente con más fuerzas de seguridad”.

Scampia, el barrio en el que se convocó esta concentración de repulsa, es uno de los centros históricos de la Camorra. Y pese a que el liderazgo de los clanes ha pasado también a manos de unos críos en los últimos tiempos tras el arresto de sus mayores, los expertos no ven una conexión directa entre las baby gangs y la mafia. Prueba de ello es que en Nápoles -quizás por un efecto contagio- se han multiplicado los ataques en las últimas semanas, pero no se trata ni mucho menos de un fenómeno genuino. En otras grandes ciudades como Roma, Milán o Turín este tipo de violencia juvenil organizada también existe.

"Rezuman rabia no tienen unos referentes" 

En rueda de prensa, el jefe de la policía de Nápoles, Antonio De Iesu, lo calificó como una forma “absurda e irracional” que cada vez más “se asemeja a lo que ocurre en las periferias sudamericanas”. Y aunque los grupos tengan una distinta naturaleza, es el mismo ejemplo que utilizan desde la asociación antimafia Libera para explicar el fenómeno de los cachorros de la Camorra. Nápoles convertida en una Ciudad de Dios, amenazada por la violencia de quienes no llegan ni a adolescentes.

La presidenta del Tribunal de Menores de Nápoles, Patrizia Esposito, reconoció estos días al periódico La Repubblica sentirse “alarmada”, ya que estos “jóvenes que rezuman rabia, no tienen unos referentes que los guíen en una dirección opuesta”. En los últimos años han aflorado en esta ciudad los grupos vecinales que se encargan de reconducir a los chavales, pero donde apunta sobre todo la magistrada es a las familias.

Las madres de Gaetano y Arturo, las dos últimas víctimas más célebres, se han dejado ver juntas recientemente en varias ocasiones. Y aunque ambas lanzan una llamada al resto de progenitores para que estén atentos a lo que ocurre en sus casas, reclaman también un plan institucional que garantice a la vez la seguridad de los menores y su integración social.

“Los chicos de las baby gangs proceden casi siempre de contextos complicados, como familias desestructuradas, desempleo o marginalidad. Ni siquiera vienen siempre de las periferias”, sostiene Davide Esposito. Actúan también en el centro de las ciudades, de noche o a plena luz del día. En los mensajes que se envían entre ellos a través de las redes sociales, defienden “atacar a los chicos de los barrios más ricos”. Cuando los detienen son investigados por los tribunales de menores, se estudia sus casos y una vez alcanzada la mayoría de edad se abre de nuevo el debate.