Roma

Se han mandado regalos, ha habido intercambio epistolar, invitados a casa y lisonjas cada vez que hay ocasión, aunque China y el Vaticano continúan sin tener relaciones oficiales. Las pistas del acercamiento, sin embargo, son muchas. La última, una exposición por la que ambos países compartirán con el otro 40 obras de arte, que serán expuestas la próxima primavera. Las chinas en los Museos Vaticanos y las de la Santa Sede en el Palacio Imperial de la Ciudad Prohibida de Pekín.

Lo llaman la diplomacia del arte. Y no es algo que hayan inventado estos dos Estados –ya que el intercambio de piezas es algo que se practica desde tiempos imperiales-, pero sí un recurso que se interpreta desde un lado y otro como un gran paso para el entendimiento. Ese concepto de la “diplomacia del arte” ha sido adoptado por la televisión china, órgano de comunicación del régimen, para hablar por primera vez sin ambajes de sus relaciones con la Santa Sede. Por otra parte, el portavoz vaticano, Greg Burke, aseguró que en muchas ocasiones estas prácticas pueden ser “mucho más sencillas que la vía estrictamente diplomática”.

China expulsó a los misionarios católicos en 1949, cuando Mao Tse Tung proclamó la nueva República Popular. En su revolución comunista consideró a éstos herramientas del imperialismo occidental y les instó a trabajar en iglesias bajo control del Estado. Dos años después ambos países rompieron definitivamente unas relaciones, que ahora Francisco está intentando restañar.

El Papa no ha mostrado tapujos en alabar la grandeza del gigante asiático. “Nos encontramos en un momento histórico”, asegura Francesco Sisci, uno de los mayores expertos en los vínculos entre ambos países y profesor de la Universidad de Renmin de China. En conversación telefónica, Sisci sostiene que coincidiendo con el intercambio de objetos de arte, el Gobierno chino “está hablando por primera de acuerdos políticos”. Considera que “es difícil marcar plazos” para el restablecimiento formal de relaciones, pero sí que cree que “estamos muy cerca”.

El profesor, que entrevistó al Papa hace un año para el periódico Asia Times, estima que “no se puede aspirar a ser una Iglesia global sin estar en China”. Añade que “para el Vaticano tiene un valor histórico, ya que los misioneros hicieron allí una labor importante en el siglo XVI, pero también geográfico”, como modo de ampliar su influencia en el continente asiático. Mientras que de la otra parte, “China también muestra interés en el poder blando del Vaticano como parte de su estrategia aperturista en Occidente”, opina.

El estudioso de la historia del cristianismo, Alberto Melloni, no es tan optimista con los últimos pasos, ya que según él “ha habido muchas ocasiones” en las que el acuerdo parecía cercano. Sin embargo, sí que reconoce que este asunto “es una de las cuestiones centrales del pontificado de Francisco”. “No desde una lógica política”, cree Melloni, sino “desde un punto de vista teológico, ya que la Iglesia cristiana china tiene la capacidad de predicar entre su población, en medio de una sociedad históricamente secular y hostil”.

Credo minoritario en China

El origen del catolicismo en el país asiático se remonta a aquellas misiones jesuitas que se desarrollaron a finales del siglo XVI y principios del XVII. Nunca ha dejado de ser, eso sí, un credo minoritario, en una nación en la que conviven budismo, taoísmo, islam y protestantismo. No hay cifras oficiales, pero según las estimaciones actualmente los cristianos representan un 1% de la vasta población china, lo que equivaldría a una cifra que va de los 10 a los 20 millones de personas.

Con el modelo comunista original ya agotado, “el gran fenómeno de la sociedad china es un profundo incremento del sentir religioso”, asegura Fracesco Sisci. Como observador directo de esta realidad, aprecia que “el cristianismo –en distintas ramas, como la evangelista o la protestante- está creciendo mucho, mientras que el catolicismo se encuentra estancado”. Y ésta sería otra de las claves del acercamiento, según el experto, ya que “la normalización de relaciones favorecería la expansión del credo”.

Uno de los grandes obstáculos existentes es que China no reconoce el nombramiento de obispos por parte del Vaticano, mientras que el Partido Comunista Chino también ha designado prelados que la otra parte no considera legítimos. El acuerdo en este sentido también se ha vislumbrado en varias ocasiones sin llegar a concretarse. E incluso algunos representantes de la Iglesia asiática, como el cardenal Joseph Zen, obispo emérito de Hong Kong, le ha pedido a la Santa Sede que no “venda” a los católicos de aquel país, porque sería “rendirse ante el poder de un Gobierno ateo”.

Existen, sin embargo, precedentes de acuerdos entre el Vaticano y gobiernos comunistas, como cuando en 1990 restableció relaciones con Vietnam. Aunque más allá de la ideología, en el caso chino se presenta otro problema político, ya que el Vaticano es uno de los pocos países que reconocen a Taiwán como Estado, mientras que para China, que lo considera parte de su territorio, ésta es una línea roja.

El Gobierno chino ha invertido también desde hace años miles de millones de dólares en la construcción de un gaseoducto en la provincia birmana de Rakhine, de la que desde agosto han huido cerca de 600.000 musulmanes de etnia rohingyá. China no quiere conflictos con Myanmar, de ahí que el viaje del papa a este país y a Bangladesh se esté mirando con lupa también desde Pekín.

Pese al apoyo que ha mostrado Francisco a esta comunidad, la Iglesia birmana le había pedido al pontífice que no se refiriera explícitamente a ellos en su país –ya que su gobierno no los considera ciudadanos- para evitar problemas internos. Y así hizo finalmente Bergoglio. 

A su llegada a Bangladesh, el Papa sí que hizo referencia expresa a los rohingyá. En un acto interreligioso en el arzobispado de este país, recibió a 16 de ellos y les pidió perdón por su sufrimiento. "La presencia de Dios hoy también se llama rohinyá”, dijo.

El ex portavoz vaticano, Federico Lombardi, escribió en la revista La Civiltà Cattolica que “Francisco juega con ventaja en cuanto a sus predecesores” en su intento de expandir las fronteras de la Iglesia, “al no ser europeo, lo que en algunas regiones es sinónimo de colonizador”. Cuando en 2016 le preguntaron a Bergoglio si será capaz de poner un pie en China respondió que “las cosas van lentamente, pero las cosas que van lentamente son algo bueno”.