A Blessing Okoedion le habían prometido un trabajo en España. Era licenciada en informática, reparaba ordenadores en Nigeria y se le presentaba la oportunidad de escalar en su carrera emigrando a Europa. Tenía 26 años, acababa de mudarse a Benin City -una de las principales ciudades de su país y tradicional punto de origen del tráfico de personas- cuando conoció en una iglesia evangélica a la mujer que le haría dar el salto.

Le ofreció un puesto de trabajo en el negocio de su hermano, se las apañó para que dieran por buenos los papeles de Blessing en el aeropuerto y consiguió que la joven aterrizara en Valencia.

Allí fue recibida por otra nigeriana, ninguna noticia de su contacto en su país de origen, hasta que tres días más tarde recibió una llamada en la que le comunicaban que si quería el empleo prometido tendría que viajar a Italia. Blessing tomó un nuevo avión hasta Milán, donde otro hombre la recogió en coche para llevarla a Castel Volturno, en los alrededores de Nápoles. “Había llegado gracias a una mujer de confianza, lo habían organizado todo bien, por lo que no tenía motivos para desconfiar”, cuenta.

La metieron en una casa con otras cuatro jóvenes de su país, donde quedó “presa de la maquinaria de esta mafia”. Preguntó cuál sería su salario y el matrimonio que ejercía de anfitrión le respondió que era ella la que tenía una obligación que saldar. 65.000 euros. Le compraron unos trapos en una tienda de chinos y le dieron las indicaciones básicas para ejercer de prostituta en el arcén de una vía secundaria.

Fueron sólo unos días los que Blessing soportó aquello. “Se habían quedado con mis papeles, mi móvil, era su esclava. Estaba paralizada por el miedo porque no conocía a nadie, no hablaba el idioma, no sabía cómo funcionan las cosas en este país”, recuerda. De lo que tuvo que estuvo obligada a hacer no responde, se irrita cuando le preguntan: “Sobre eso no he hablado nunca con nadie”. No era fácil escapar de modo inmediato, temía que fueran a por ella. Le faltaban alternativas, así que un día la chica se plantó en la comisaría de Castel Volturno y trató de contar lo que le ocurría.

Se habían quedado con mis papeles, mi móvil, era su esclava

Al principio le dijeron que regresara al día siguiente, que a las 9 de la mañana habría alguien que consiguiera atender la denuncia en inglés. Aunque finalmente un agente escuchó su testimonio y la acompañó a Casa Rut, una asociación católica que se dedica a acoger a mujeres víctimas de la trata, ubicada en la cercana localidad de Caserta. Blessing entró con reparos, pero desde entonces no ha abandonado la agrupación. Han pasado cuatro años, ahora trabaja allí como mediadora cultural y acaba de publicar un libro en italiano titulado El coraje de la libertad.

Le ayudó la periodista especializada en este tipo de casos, Anna Pozzi, quien lleva años documentando la trata de nigerianas víctimas de la prostitución a través del colectivo Slaves no more (no más esclavas). Según cifras de la Organización Mundial de las Migraciones, el año pasado llegaron a Italia 11.009 mujeres procedentes de este país, un incremento enorme si se compara con las 5.600 del 2015 o las 1.450 que desembarcaron en 2014. Se calcula que el 80% de ellas caen en manos de colectivos criminales. Actualmente, Nigeria es el primer país de procedencia (17% este año) de los migrantes que vienen a Italia.

“Las redes que explotan a estas chicas se concentran fundamentalmente en Turín, al norte, y Nápoles, al sur de Italia”, expresa Pozzi. Se las puede encontrar fácilmente en las carreteras de la periferia –también es habitual en otras ciudades como Roma o Milán- y cobran entre 10 y 30 euros. Así también lo detalla Blessing en su libro, en el que narra las instrucciones de la madame de “no rechazar a ningún cliente”.

Oleada migratoria

Las mujeres llegan a Europa con una deuda que en los últimos años, según Pozzi, “ha bajado de entre 60.000 y 80.000 euros a unos 30.000 o 35.000”. Leyes del mercado, la oleada migratoria ha aumentado la oferta, por lo que se reducen los precios.

Muchas de ellas no han cumplido siquiera los 18. El año pasado se estableció el récord de menores no acompañados, con 25.846 desembarcados, por los 13.131 registrados por el Ministerio del Interior italiano a finales de agosto.

El caso de Blessing –licenciada, con algo de dinero en los bolsillos y un pasaje aéreo- es una excepción. “Es tanta la ignorancia, que en algunos casos –narra Anna Pozzi- se refieren al Mediterráneo como el río que tienen que cruzar”. Al pisar tierra, eso sí, reclaman rápidamente la documentación para poder permanecer en el país, según las instrucciones que les han dado los traficantes en África. Lo aseguran las trabajadoras sociales y lo confirman los datos. Los ciudadanos nigerianos encabezan el número de solicitantes de asilo en Italia, sólo unos cientos evitan el trámite.

Italia es un país propicio para este fenómeno debido al retraso en la cultura del respeto hacia la mujeres

“Se trata de solicitudes instrumentales para que no las expulsen”, declara Oria Gargano, del colectivo BeFree, que también se dedica a la asistencia a estas mujeres. La organización que preside las asiste en los centros de internamiento para migrantes y cuenta con una casa de acogida para su protección. Italia lleva recibiendo refugiadas obligadas a prostituirse desde la guerra de la antigua Yugoslavia y aunque antes de esta nueva crisis procedente de África el número no era mayor que el de otros países europeos, Gargano argumenta que “Italia es un país propicio para este fenómeno debido al retraso en la cultura del respeto hacia la mujer”.

Relación con la mafia

Blessing insiste en que en todo momento ella trató con personas de su país. Sin embargo, existen varias investigaciones abiertas en tribunales italianos que indagan en la relación de las mafias nigerianas con la Cosa Nostra, Camorra y ‘Ndrangueta. Los socios en la sombra. Las responsables en último caso de explotar a las chicas, las madame, también son nigerianas que han sido víctimas del sometimiento sexual. “No conocen otra realidad, para ellas la prostitución es el único modo para sobrevivir”, sostiene la joven.

Se enorgullece de haber podido salir, para ella ahora sí hay una alternativa. “Hay mucha ignorancia entre las chicas”, se lamenta, pero Blessing tuvo la “oportunidad de huir, como deberían poder hacer las demás”. “Por eso opté por denunciarlo, porque si cierras la boca por miedo o vergüenza no hay escapatoria”, sentencia. Ha presentado su libro incluso en el Parlamento, se maneja mejor que bien en italiano y trabaja aconsejando a otras mujeres que se enfrentan a situaciones similares a la suya. Blessing Okoedion tiene ahora 30 años, una gran sonrisa y una mirada clara. Le ofrecieron un empleo en Europa y lo ha conseguido.

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