El alcalde Cannes, David Lisnard, ha firmado un decreto que segrega a las mujeres musulmanas que deciden cubrir su cuerpo. No lo ha dicho de esa manera, quizás porque sería demasiado explícito para el país antaño conocido por el lema de liberté, egalité, fraternité. De hecho hasta parece que lo ha hecho para protegerlas. Francia, el segundo país de la Unión Europea con mayor número de musulmanes después de Alemania –4,7 millones, el 7,5% de la población según Pew Research Center– ha dado un paso más en ese empeño suyo por imponer la laicidad a las personas, avasallando sus derechos individuales. Vayamos por partes.

¿Qué dice el bando?

Habla de la prohibición del acceso a las playas y zonas de baño de todas las personas que no lleven una “vestimenta correcta” y hace varios considerandos: la gran afluencia de bañistas, que se deben garantizar las reglas de higiene y la seguridad de las playas, que el traje de baño no debe ser un obstáculo en caso de ahogo… y cita además los atentados terroristas cometidos en Francia en 2015, “en particular los de Niza y Saint-Etienne-du-Rouvray reivindicados por el Estado Islámico y contra los símbolos de la República y el culto religioso católico”.

Añade que, en el contexto del estado de emergencia, un traje de baño que manifiesta de manera ostentosa una apariencia religiosa mientras que Francia y los lugares de culto religioso son actualmente objetivo de actos terroristas, es propenso a crear problemas de orden público como refriegas que son necesarias evitar.

Finalmente establece que: el acceso a las zonas de baño estará prohibido para quienes no lleven un traje de baño correcto, respetuoso con la buena moral y la laicidad, respetuoso con las reglas de higiene y la seguridad. Además, cualquier vestimenta que tenga connotaciones que vayan en contra de estos principios también estará prohibida.

La debilidad de los argumentos

El único traje de baño considerado ‘religioso’ es el mal llamado burkini. La elección del nombre no es baladí porque se está asemejando lo que no es más que un traje de baño largo a una prenda conocida en Occidente por ser impuesta por los talibán a las mujeres en Afganistán. Es decir, al hablar de burkini se está igualando ese bañador a una prenda impuesta por la fuerza, y cualquier atisbo de considerar que las mujeres puedan elegir llevarla queda fuera del esquema. Además, el burka tapa la cara de la mujer, cosa que no pasa con los bañadores largos.

Aunque hay judías que también cubren su cuerpo para bañarse en público y que también estarían afectadas por esta normativa, su número es menor por lo que se entiende que la medida es una clara prohibición dirigida a las musulmanas.

Se alude a la protección de la laicidad pero Francia, país pionero en prohibir símbolos religiosos, no la mide igual cuando se trata del catolicismo. En palabras del Doctor en Derecho por la Universidad de Salamanca y profesor de Derecho Constitucional en Sevilla, Victor J. Vázquez “es un gran mito jurídico”. Pone como ejemplos que se financia con dinero público las escuelas religiosas, los gastos de conservación y mantenimiento de todos los edificios destinados al culto, anteriores a 1905 o que la legendaria Ley de Separación de 1905, que es la que define los términos jurídicos de la separación Iglesia Estado, no rige en todo el territorio francés, estando aún vigente en los territorios de Alsacia y Lorena el viejo Concordato napoleónico, lo cual quiere decir que en estas provincias, la República francesa, entre otras cosas, sostiene económicamente el culto católico, protestante y judío.

Las alusiones a las normas de higiene no tienen lógica alguna. Los bañadores largos son eso, bañadores. Lo cual quiere decir que son del mismo tejido que cualquier otro traje de baño. Además se cubre el cabello con él. ¿Ducharse y llevar gorro en la piscina es obligatorio por higiene y llevar el cuerpo y el pelo cubierto es antihigiénico? En Cannes sí.

Esos bañadores son iguales que los que usan los surfistas y sólo más largos que los de los nadadores profesionales que, a tenor del decreto, ahora deberían elegir otra vestimenta en Cannes ante el peligro de no poder ser rescatados en caso de ahogo. Otro argumento difícil de comprender.

Si es que se referiere a la gente que se baña con ropa de calle –cosa que en el mar no creo que cause un daño extraordinario– podría haberlo expresado claramente.

Por otro lado, y precisamente debido al estado de emergencia, para mantener la seguridad pública –y evitar peleas en la playa–, ya se han establecido las medidas oportunas. A menos, claro está, que lo que se busque es que los musulmanes no salgan de casa. Por ahora este bando consigue que las musulmanas que deciden cubrir su cuerpo no vayan a la playa o la piscina.

¿Y la cuestión de la moralidad? Al parecer, según el alcalde de Cannes, la moralidad es un elemento homogéneo e inequívoco suficiente para sostener en ella una ley que afecta al espacio público. ¿Qué moralidad?, ¿acaso la de las francesas musulmanas no es una moralidad aceptable?, ¿sólo se tiene una buena moral si se va en bikini? Por favor, hagan una ley que establezca claramente cuántos centímetros cuadrados de piel debe una mujer mostrar para no ser una inmoral en Francia.

Qué significa la prohibición

Lo primero que habría que plantearse es si este decreto es necesario, si responde a una necesidad social. No hay una invasión de musulmanas cubiertas en las playas de Cannes, ni ha trascendido ningún altercado de consideración y, tratándose de musulmanes de haberlo habido lo sabríamos. Como sucedió con otras prohibiciones, como la del niqab –el velo que cubre la cara–, un asunto minoritario se convierte en prioritario por razones interesadas.

El decreto refleja la impunidad con la que se legisla sobre el cuerpo de las mujeres, la obsesión por decirles cómo deben ser o vestir para encajar en unos estándares que parecen inmovibles creado desde el etnocentrismo.

La prohibición sitúa a esas musulmanas como ‘las otras’, las que no se bañan –ni son– como deberían. Y no sólo es que diga que es inmoral sino que las acusa de ser un peligro para la seguridad.

Lo realmente peligroso es despojar a las mujeres de su derecho a la libre imagen y segregarlas si no se someten al dictado de un decreto que no las tiene en cuenta como individuos librepensadores. Igual de pernicioso es imponer un burkini como prohibirlo.

Al hablar de los atentados terroristas el decreto criminaliza a las mujeres musulmanas y, por si quedara alguna duda de ello, el director general de servicios del Ayuntamiento, Thierry Migoule, en declaraciones a Francetv info recogidas por Efe ha asegurado que el burkini es una "señal de adhesión al yihadismo”.

La mayor parte de víctimas de los ataques del autodenominado Estado Islámico son musulmanes, que además sufren los efectos de la creciente islamofobia en Europa. El decreto de Cannes es una más de las medidas de corte islamófobo que no hacen sino aislar más a una minoría maltratada.

El cuerpo de las musulmanas

En el debate siempre sale a relucir la supuesta incapacidad de las musulmanas para decidir sobre su vestimenta. Es una idea general que ellas no pueden elegir. Unos dicen que les obligan los hombres, y otros que les obliga un Allah en el que ellos no creen, lo cual al parecer les da derecho a menospreciar algo tan íntimo y sensible como las creencias de los demás.

Para ambas corrientes la conclusión es que las musulmanas no pueden decidir, y prefieren ni perder el tiempo en saber lo que ellas opinan. Hacen precisamente lo que pretenden denunciar: deslegitimarlas.

Es cierto que hay casos en los que son obligadas directa o indirectamente a vestir de determinada manera, una consecuencia del patriarcado que nos afecta a todos y contra lo que se lucha desde dentro de la comunidad musulmana, en especial desde el feminismo islámico que defiende que la imposición es, además, de plano anti islámica. Para esos casos ya existen leyes, la libre imagen es un derecho, por lo que no es necesario más que mejorar su aplicación.

El problema es que, con el pretexto de velar por los intereses de las musulmanas, se les dice por ley qué pueden o qué no pueden llevar, ejerciendo sobre ellas una presión injusta, patriarcal y etnocéntrica.

No parece importar que digan que usan el bañador largo porque quieren, que se ponen un velo porque quieren, que sus razones tendrán para ello como quien elige usar un bikini.

Por un lado resulta enfermizo el escrutinio público del cuerpo de las musulmanas, siempre obligadas a explicarse:"No, nadie me fuerza a vestir así". Pero por otro lado, nadie las quiere escuchar porque sus argumentos chocan contra la idea de lo que debería ser. Porque la regla básica de que no todo el mundo es igual que uno mismo es algo que cuesta asimilar, por muy desarrollada que Francia y la vieja Europa estén.

La Liga de los Derechos Humanos (LDH) y el Colectivo contra la Islamofobia en Francia (CCIF) van a llevar a los tribunales esa prohibición.

El activista de derechos humanos y libertades públicas, ex portavoz del colectivo contra la islamofobia en Francia, Yasser Louati, explicaba a El Español que la medida legitima la islamofobia e inspira a tomar otras medidas hostiles contra los musulmanes. “El ambiente está intoxicado en Francia y la islamofobia está en sus niveles más altos, no necesitamos esto. Y sobra decir que el gobierno ha permanecido en silencio”.