Enviado especial / Múnich

La española Elsa Rodríguez, de 26 años y nacida en Valladolid, permaneció algo más de cuatro horas en un rincón de un establecimiento situado frente a la cafetería en la que Ali David Sonboly, el responsable de la matanza del viernes en Múnich, causó más víctimas. Fue dentro del centro comercial Olympia de la capital bávara. Ella y una amiga española que estaba de visita superaron ese tiempo de incertidumbre y miedo escondidas en un recoveco del almacén de una tienda. Permanecieron allí junto a una veintena de personas que lucharon en todo momento por mantener la calma hasta que apareció la policía para evacuarlas.

Es la primera vez que Elsa, sin llorar, cuenta a otra persona las horas vividas en el centro comercial Olympia. Allí y en el McDonald's de la acera de enfrente, el germano-iraní de 18 años natural de Múnich quitó el viernes la vida a nueve personas –diez contando la suya propia– e hirió a otras 27. Elsa habla en una cafetería situada en la Dachauerstrasse, a escasos metros del que fuera el portal de la casa del joven que sembrara el terror en la noche del viernes.

“He sido su vecina dos semanas”, dice sorprendida esta vallisoletana al conocer donde vive la familia Sonboly, que ocupa por unos días la casa de una amiga en el barrio de Maxvorstadt. Se ha mudado temporalmente porque en su apartamento, situado muy cerca del lugar de la matanza del viernes, hay obras.

Para ella, todo comenzó cuando decidió ir de compras con su amiga. Sobre las cinco de la tarde del viernes, se despidieron de su compañero del piso. “'¡Pasadlo bien!', nos dijo”, cuenta ordenadamente esta española que trabaja en un gabinete de abogados germano-español de la capital bávara. Ninguno de ellos podía imaginar que les esperaba todo lo contrario. A saber, una tarde en la que “se esperaron lo peor”, según los términos de esta joven de ojos claros.

“Como era viernes por la tarde, nos tomamos las compras con calma, entramos en el H&M para buscar unos zapatos para mi amiga, los compró para una boda pero le quedaban algo grandes”, recuerda Elsa. “Estamos vivas por unos zapatos, porque los compramos en la segunda planta de la tienda, pero antes de bajar a la puerta de salida, allí tirados, escondidos entre la ropa, vimos otros zapatos, que sí eran de su número, así que los cambió por los que había comprando”, añade. De no haber hecho ese cambio, se habrían cruzado en los pasillos con Sonboly y su pistola Glock de 9 milímetros que había comprado ilegalmente a través de internet.

Entonces eran ya casi las seis de la tarde. Probablemente, Sonboly ya había terminado de sembrar el horror en el McDonald's situado frente al centro comercial. “Volvíamos a casa, estábamos bajando las escaleras, pero entonces vimos un montón de gente entrando en la tienda y, de repente, las alarmas de la tienda empezaron a sonar, los dependientes gritaban: “¡Cerrad las puertas, cerrad las puertas!”, rememora esta joven. “Nosotras no vimos al tirador, al que sí vieron los últimos que entraron en la tienda, y tampoco vimos cerrarse las puertas detrás de nosotros”, agrega.

SALIDA DE EMERGENCIA

Los dependientes de H&M, cuya calma y sangre fría alaba esta joven, indicaron qué camino tomar para salir de allí. Elsa, su amiga y el resto de personas que huían dentro del establecimiento buscando una puerta de emergencia encontraron una salida en el segundo nivel de la tienda. “La puerta de salida del almacén estaba cerrada, daba al exterior, a un tejado, pero uno de los hombres que estaba allí, la forzó y pudo abrirla, y entonces empezó a salir gente al tejado”, cuenta Elsa.

Nosotras no vimos al tirador, al que sí vieron los últimos que entraron en la tienda

Pero ella y su amiga no lo hicieron. “En ese momento, pensamos que no sabíamos si lo que pasaba era por una explosión, un incendio o un atentado terrorista, sin embargo, alguien había dicho, '¡Han disparado!', y se nos ocurrió que, aunque lo que te pide el cuerpo es irte fuera, si hay alguien armado en el exterior, nos va a matar, así que vámonos solas al final de este almacén y nos escondemos donde se pueda”, cuenta esta joven.

Decidieron entonces refugiarse en ese almacén, en un escondite que encontraron en un recoveco entre dos muros, al fondo de aquel espacio de la tienda. “Hubo gente que se marchó fuera pero hubo gente que empleó la misma lógica que nosotras, porque no sabíamos si lo de fuera era peor que lo de dentro”, explica Elsa.

COMO EN BATACLAN

“Luego, mucha más gente optó por la misma solución que nosotras, y ahí pensábamos en lo peor, porque creíamos que el hombre armado estaba dentro”, abunda, antes de apuntar que aquello le hizo temer en un escenario similar al del atentado en la sala de conciertos parisina Bataclan, donde murieron al menos 130 personas en los ataques terroristas de noviembre. “Mi amiga y yo nos miramos y nos dijimos 'está dentro', tuvimos la impresión de que aquello iba a ser un poco como lo de París, un sitio cerrado donde los tiradores están dentro”, asegura.

Unas chicas lloran por las vícitimas de la masacre de Múnich. Arnd Wiegmann Reuters

Sin embargo, no fue así. Elsa, su amiga y otra veintena de personas se salvaron esperando escondidas en condiciones lamentables. “Aquello no era un espacio para personas, la pared era de metal, hacía mucho calor, la sensación era asfixiante, no se podía respirar muy bien”, sostiene.

Ese calor, los refugiados allí dentro lo combatieron con solidaridad e ingenio. “Las madres de los niños pequeños que había allí nos dieron un poco de agua de los biberones de sus hijos y también algo de zumo, tenían almendras, cacahuetes, nos dijeron 'comed un poco'” porque “después de un par de horas, hacía mucho calor, y no podíamos desmayarnos”, expone Elsa. “Rompimos un cartel que había de una chica en biquini para hacernos unos abanicos”, agrega.

LUCHANDO POR MANTENER LA CALMA

La otra gran batalla que libraron Elsa y el resto de personas que se refugiaron en ese recoveco y en el resto del almacén –un buen centenar de individuos, entre adultos y niños, según ella–, consistió en mantener la calma. “Mi amiga y yo teníamos al lado a dos niñas, de 13 y 14 años, estaban histéricas, llegaron a llamar a sus padres para despedirse de ellos”, cuenta la joven española.

“Ahí tomamos la determinación de estar nosotras tranquilas, y por eso tratamos de calmarlas, aunque, en otro momento, a mí me tuvo que calmar otra señora”, sostiene. Aquello le pasó cuando pensó que el tirador estaba encerrado en la tienda. “Vino esa mujer y nos dijo que lo que tuviera que pasar, pasaría, pero que ahora teníamos que esperar en silencio, y si nos tenían que matar, nos iban a matar”, mantiene Elsa.

Una hora después de haber encontrado sitio donde esconderse, Elsa y su amiga empezaron a recibir mensajes en sus teléfonos móviles. Eran familiares y amigos que, también desde España, querían saber si todo iba bien. El suceso de Múnich, a las siete de la tarde, ya copaba la atención internacional.

Mi amiga y yo teníamos al lado a dos niñas, de 13 y 14 años, estaban histéricas, llegaron a llamar a sus padres para despedirse de ellos

“Empezaron a llegarnos mensajes del tipo: '¿Estáis bien?' '¿Estáis en Múnich?', '¿No estaréis de compras en el centro comercial Olympia?'”, recuerda esta española. Ese fue el momento en el que ella y su amiga decidieron decir a sus familiares dónde estaban. “Les dije que no se preocuparan, que vendría la policía a por nosotros y que todo iba a salir bien”, afirma.

UNA LLAMADA DE LA POLICÍA ESPAÑOLA

Cada diez o quince minutos, Elsa y su amiga enviaban mensajes para indicar cómo estaban. Racionaban la comunicación con el exterior para hacer que la batería de sus teléfonos durase lo máximo posible. En esos contactos, Elsa se comunicó con una amiga, y ésta, echando una mano, dio el teléfono de Elsa a la policía española. Los agentes no tardaron en reaccionar.

“Me vibró el móvil y era una llamada de la policía española para decirme que estaban en contacto con la policía alemana”, dice Elsa. “Nos llamaron para decirnos: 'estad tranquilas, lo estáis haciendo muy bien, sois muy valientes, tenéis que estar calmadas y para lo que necesitéis, estamos desde aquí mandando apoyo, aquí nos tenéis'”, añade esta chica, todavía algo incrédula ante aquel gesto. “No lo podía creer, en ese momento dices, '¡Gracias!', mi amiga y yo estamos muy agradecida por esa llamada, por el interés que se mostró por nosotras cuando estábamos dentro, fue de diez que nos contactaran en ese momento tan complicado de nuestras vidas”, asevera.

Pese a que la conexión con el exterior era posible, la información sobre la situación llegaba con cuentagotas al refugio. Entre otras cosas, Elsa no supo hasta que salió de allí que se especuló con que hubiera tres hombres armados disparando indiscriminadamente en la zona del centro comercial. Sí que le llegó, sin embargo, que se creía que había habido otros ataques en otras zonas de la ciudad.

Un cartel en el lugar de la matanza en el que se lee: ¿Por qué? (en alemán). Michael Dalder Reuters

“Lo que nosotras queríamos era saber si estábamos en un sitio seguro, preguntábamos hasta a la policía española, pero no podían decirnos, a nuestros amigos también les pregunté, pero éstos no nos podían decir que había muertos, o que se decía que había tres hombre fuera, nos decían que estábamos rodeadas de policía y hasta de los militares”, narra, aludiendo al cuerpo de élite GSG-9, unidad creada tras la toma de rehenes de los Juegos Olímpicos de Múnich de 1972.

LA EVACUACIÓN, HORAS DESPUÉS

Sólo hubo algo de tranquilidad para Elsa y los allí escondidos cuando los dependientes del establecimiento – que se mantuvieron en contacto regular con la policía alemana – se acercaron para decir que aquel era un lugar seguro. “A las nueve de la noche nos dijeron que la policía nos comunicaba que lo estábamos haciendo muy bien y que teníamos que ser pacientes, pero que las fuerzas de seguridad venían enseguida”, recuerda Elsa. Fue entonces cuando pudieron dejar aquel recoveco que les sirvió para estar a salvo durante casi tres horas. No obstante, hubo que esperar otro largo rato en el almacén.

Había policía por todas partes, también policías de paisano con metralletas colgando, y muchos helicópteros sobrevolando la zona

El primer policía, equipado con un fusil de asalto, casco, chaleco antibalas, apareció por la salida de emergencia del almacén hora y media después del anuncio de los dependientes de la tienda. Entonces organizaron la evacuación del lugar, dificultada por el cansancio extremo que sufrían los allí presentes, incluidos los niños.

“Formamos un gran grupo para salir por el tejado, vimos el aparcamiento, donde luego supimos que subió el tirador, la policía nos hizo un pasillo y nos metieron por un edificio adyacente al lado del centro comercial, vimos un impacto de bala y un cristal roto”, recuerda Elsa. “Había policía por todas partes, también policías de paisano con metralletas colgando, y muchos helicópteros sobrevolando la zona”, añade.

Una vez liberada, Elsa, que había estado luchando por mantener la calma y la de quienes la acompañaron en aquel rincón del almacén, terminó emocionándose. “No había llorado en toda la tarde, pero cuando vi a tantos agentes tan preparados, empezamos a llorar”, cuenta. “Un policía me miró y me dijo, 'ya está, quédate tranquila que todo ha ido bien'”, recuerda. “Era un tío enorme equipado de arriba abajo, aquí la policía no suele ser empática –no tienen por qué serlo– pero aquello fue un alivio enorme”, añade.

VOLVER AL DÍA A DÍA

Después de la evacuación, Elsa y su amiga terminaron por llegar a casa. Su compañero de piso en el apartamento en obras se acercó en coche para llevarlas a un lugar seguro. Elsa dice haber pensado, inmediatamente después de esta traumática experiencia, en comprar un billete de avión para volver a España. Sin embargo, por mucho que ahora le cueste dormir –todavía vive momentos del drama al cerrar los ojos por la noche –, está decidida a volver a su día a día en Múnich.

“No podemos tener miedo de este tipo de cosas, simplemente hay que aprender a vivir con ellas, a nosotras nos ha pasado, hemos salido de ésta, y el lunes yo voy a estar en mi puesto de trabajo”, concluye.